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Almuñécar contra la corrupción

Culpas repartidas

Paco Cáceres

En la visión que tenemos de la situación ambiental del mundo siempre necesitamos echar la culpa a alguien. Unas veces son las administraciones los que tiene la culpa de todo (¡Todos los políticos son iguales! ¡Los alcaldes tienen la culpa de la especulación...!) En estos casos el ciudadano es inmaculado, puro, sufre las consecuencias de los que mandan.

Poco importa que el ciudadano, pongamos por caso, marbellí votara en varias ocasiones a Gil cuando ya se sabía que era corrupto y autoritario. Da igual, la culpa la tienen los votados y no los votadores que encumbran a aquellos. 

Habría que entonar el mea culpa por parte de los movimientos que luchamos contra la especulación urbanística y “sólo” culpamos a alcaldes y constructores; habría que escuchar las conversaciones en bares, plazas y autobuses para ver que muchos de los componentes del llamado “pueblo” llevarían a cabo políticas más insostenibles aún de estar ellos en el poder.

Eso sí, esta reflexión  no exculpa a administraciones y empresas que destruyen el territorio, contaminan, etc. Creo que éstos tienen más proporción de culpa porque tienen más información y más conciencia de las consecuencias de sus decisiones.

Existe otra corriente que señala con el dedo culpabilizador de las crisis ambientales al ciudadano; solemos verlo en las campañas que hay contra el consumo abusivo del agua, de la energía, etc. Administraciones y algunos grupos suelen hacer ese tipo de campañas llevando el mensaje implícito de que los únicos malos de la película somos los ciudadanos de a pie.

Así, en las campañas para no gastar agua siempre aparece un grifo de la cocina o lavabo de un piso cualquiera, pero no suelen aparecer los macroproyectos urbanísticos ligados a campos de golf; puede aparecer un tiillo afeitándose y con el grifo abierto, pero no suele aparecer el estado de las redes de distribución del agua perdiendo el 35 o 40 % del agua.

Suele aparecer el sonido de una cisterna y al lado nos ponen el número de litros de agua “desperdiciados”, pero no nos ponen los millones de litros de agua que se gasta a veces en la agricultura para cultivos que se tirarán después porque forman parte de los famosos excedentes de la Unión Europea.

En esto me clarificó un amigo en una reunión ecologista allá por los principios de lo ochenta del pasado siglo; “que no me vengan con campañas de gasto de agua en una sociedad tan desigual” y sacaba los datos de lo que gasta un barrio obrero de Madrid y lo contraponía con lo que gastaban los lujosos chalet de los no menos lujosos barrios de Madrid. ¿Y por qué repartir a partes iguales las culpas siendo tan abismales las diferenciase en el consumo?

Que el ciudadano tiene culpa, por supuesto. En la sociedad occidental nos han acostumbrado a pensar que todo nos lo merecemos y que la palabra derechos se escribe en mayúscula y deberes en minúscula. Es nuestro estilo de vida. Pero al mismo tiempo cabe pensar que en sociedades desiguales “apretarse el cinturón” no es para todos lo mismo y, por otra parte, nosotros no somos más que el eslabón más pequeño de una cadena en la que grandes empresas, administraciones y la filosofía y el modelo que impera en nuestra sociedad tienen la gran culpa.

Lo dicho, los ciudadanos no somos inocentes, pero mucho menos el modelo de sociedad que impera y los amos y manijeros del mismo.

Quizás la labor principal, ya lo hemos dicho otras veces,  que tendríamos que hacer los colectivos que luchamos por transformar el mundo cercano y lejano sería la de educadores. Es la más difícil, pero es la más eficaz a largo plazo. Denunciar lo bárbaro está bien, pero educarnos a la vez todos de por qué es bárbaro y otras posibilidades de hacer las cosas, está mejor.

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