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Almuñécar contra la corrupción

De parranda con el sultán

De parranda con el sultán
Público

Algunos medios de comunicación reflejaron la pasada semana –bien es cierto que la gran mayoría de manera muy discreta, como de puntillas– la magnífica acogida que las más altas autoridades del Estado español dispensaron al príncipe heredero de Arabia Saudí, el sultán Ben Abdulaziz Al Saud. Fue agasajado cual dilecto amigo por el jefe del Estado, Juan Carlos de Borbón, y luego por el príncipe de Asturias, el jefe del Gobierno, los ministros de Exteriores y Justicia y el presidente del Congreso de los Diputados, todos los cuales lo sentaron a su mesa.

Sin embargo, el tal sultán es un impresentable de tomo y lomo. Es pieza esencial de una dictadura regida por las doctrinas islámicas más reaccionarias, que discrimina y veja de manera insultante y agresiva a las mujeres (por más que las coleccione), que practica sistemáticamente la tortura, de lo cual alardea, y que defiende y se sirve no sólo de la pena de muerte, sino también de castigos como la flagelación y la amputación de miembros de los súbditos que le caen mal.

Habrá quien argumente que España aplica la llamada “doctrina Estrada”: mantenemos relaciones con los estados, al margen de los gobiernos que rijan en ellos en cada momento. Pero una cosa es tener relaciones de coexistencia con estados de regímenes distintos, sin injerirse en sus asuntos internos (cosa que, por cierto, no siempre hace nuestro Borbón), y otra festejar a los sátrapas que los dominan, concediéndoles el trato de compadreo, risas cómplices y palmaditas en la espalda que el Rey de España concedió a este personaje.

La pregunta es: ¿por qué? ¿Tal vez porque la dictadura saudita es archimillonaria y el sultán puede propiciar la entrada en su país de muchas empresas españolas prestas a hacer negocios estupendos? Si la riqueza del país concernido y las posibilidades de intercambio comercial fueran tan claves, nuestro monarca se habría cuidado muy mucho de decirle al venezolano Hugo Chávez su famoso “¿Por qué no te callas?”

Insisto: ¿por qué el Rey de España se muestra siempre tan obsequioso con la familia real saudita? Ésa no es la pregunta del millón. Es la pregunta del montón de millones.

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