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Almuñécar contra la corrupción

Botín, el moralista

Botín, el moralista
Público

El presidente del Banco Santander Central Hispano, Emilio Botín, ha dicho en una conferencia internacional organizada por él mismo que la crisis económico-financiera actual se debe en buena medida a los excesos que cometieron los banqueros avariciosos y desaprensivos durante los tiempos de las vacas gordas, cuando todo les iba viento en popa.

¿Qué es eso? ¿Una crítica o una autocrítica? Puestos a hablar de excesos, él comete uno hasta en el nombre de su empresa: la llama “Santander”, como puede verse en los anuncios de sus sucursales, sin ni siquiera avisar de que se trata de un banco, como si fuera el dueño de la capital de Cantabria (cosa que, por otra parte, tampoco me atrevería yo a discutir: lo mismo lo es).

¿De qué excesos habla este financiero de tan sugestivo y evocador apellido? ¿Pretende que su banco está libre de toda culpa? ¿Puede jurar que ni él ni ninguno de sus directivos tienen sustanciosas cuentas refugiadas en paraísos fiscales? ¿No será un exceso que él mismo presente declaraciones de renta que le permiten pagar a las arcas del Estado menos que yo? A lo que parece, si un millonetis se deja un dineral en la compra de unas cuantas obras de arte –que quedan de su propiedad, por supuesto–, se deduce un pastón en impuestos y se queda tan ancho. Eso, por lo visto, no es un exceso. Sólo el orden natural de las cosas.

Este caballero de tan acendrados y estrictos principios morales no sólo se permite pontificar sobre lo que debe o no debe hacer el mundo financiero. También tiene opinión, y muy sólidamente respaldada, sobre lo que se puede decir y lo que no se puede decir en los medios de comunicación, en varios de los cuales tiene vara muy alta, como accionista, como contratante de publicidad o como ambas cosas a la vez. Sus mandados actúan con sorprendente rapidez (tuve amarga ocasión de comprobarlo en persona hace algunos años) en cuanto atisban la posibilidad de que alguien señale en público alguna de sus múltiples vergüenzas. Descuelgan el teléfono visto y no visto. Y con éxito total.

Bueno, supongo que no estoy contando nada que ustedes no supusieran. Sólo me proponía confirmárselo.

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