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Almuñécar contra la corrupción

La mujer sigue enjaulada

La mujer sigue enjaulada

FELI MERINO ESCALERA

IMAGÍNENSE una enorme extensión de hielo. La mirada se pierde en un horizonte nebuloso, en un blanco que todo lo cubre, en una nube sólida que, posada sobre la tierra, anega todo otro color con su blancura. El viento, gélido, duro, cortante, insoportable, recorre aquella llanura golpeando sin piedad, puliendo el suelo y el cielo, sajando los huesos. En aquel territorio, inhóspito y despiadado, se puede ver a una figura, un abigarrado montón de pieles que conduce un trineo tirado por perros tercos y feroces, que dejan tras de sí dos marcas, paralelas, que se pierden entre la bruma como dos heridas que penetraran una carne muerta. Aquel ser humano, una mujer, lleva semanas, meses, años, décadas, luchando por dirigir a sus canes hacia latitudes ecuatoriales, años sumergida en un ambiente hostil, esforzándose, denodadamente, por alcanzar un lugar cálido, un fuego y una mesa, una cama en la que descansar. Sin embargo su empeño, desgraciadamente, es inútil. El bloque de hielo sobre el que se afana es un enorme iceberg a la deriva, que se dirige inevitablemente hacia el norte más deprisa de lo que aquella figura y sus perros pueden alejarse hacia el sur. El resultado es que la mujer se ve rodeada por un ambiente cada vez más frío, por un entorno cada vez más hostil, por un mundo cada vez menos humano.

Esta pequeña parábola refleja, a mi juicio, la situación que ha atravesado la mujer en el último siglo. Obligadas a ser un anexo de la vida del marido, las mujeres hemos sido siempre presionadas para adaptar nuestros proyectos vitales a aquello que esperaba de nosotras una sociedad que se negaba sistemáticamente a darnos una 'habitación propia', un lugar en el que pudiésemos mirar al horizonte, soñar con el cumplimiento de nuestra vocación y luchar por ello. Mientras, el mundo se ha ido construyendo, de una manera o de otra, en una dirección que contraría cada vez más a nuestros anhelos.

PASADO el tiempo, cuando miramos hacia atrás y vemos el largo camino que hemos recorrido en la batalla por nuestro yo, podemos afirmar que el movimiento de 'liberación' de la mujer desarrollado durante el último siglo ha sido un terrible fracaso. El modelo que han establecido los movimientos feministas ha sido predominantemente igualitarista, y el resultado ha sido que la mujer, lejos de avanzar hacia posiciones vitales en las que pudiera elegir el cumplimiento de su vocación, ha sido arrojada a las fauces del capital, como antes ya lo fueron los hombres. La mujer ya no está sometida al marido, pero está sometida a una fuerza mayor, más extensa en el tiempo y en el espacio, de la que resulta imposible escapar y que conlleva más cargas ascéticas que un monasterio trapense: el mercado.

Atendamos verdaderamente a la realidad de la mujer contemporánea, sin dejarnos reducir por filtros ideológicos. La mujer, hoy, sigue sin poder elegir su propio camino vital. El sistema educativo le obliga a estudiar hasta la treintena o más (y debo decir que casi siempre sin justificación, es decir, sin que ese estudio provea de formación) para poder ocupar un puesto no siempre digno dentro del sistema capitalista, el mismo sistema que, después de obligarla a retrasar su proyecto vital, la rechazará sin disimulos si desea realizar su vocación como madre.

Pedíamos formar parte de la vida social, poder optar a un puesto de trabajo, y la participación de la mujer en el sistema económico hizo que éste se defendiera, aferrándola, generando una subida general del coste de la vida que ahora no hace posible llevar una vida 'normal' si no entran dos sueldos completos en la casa.

Liberada de mil maneras de la esclavitud del patriarcado, ha sido lanzada a otras mil esclavitudes. ¿Creen que se puede llamar 'libre' a una mujer separada o divorciada, con hijos a su cargo? Entra a trabajar a las 8:00 y debe dejar a los niños en el colegio a las 9:00. Sale a las 15:00, y debe recogerlos a las 14:00. Tiene que regresar al trabajo por la tarde y dejar a su prole al cuidado de los abuelos o de extraños. Regresa a casa y logra sentarse después de dieciséis horas de larga jornada. La situación no difiere mucho si está casada. El marido también tiene que trabajar otras tantas horas siendo, como mucho, una ayuda, un asistente. Todo el proceso de liberación de la mujer 'igualándola' al marido es un gran engaño, el gran engaño del mercado, al que se ha prestado con una infantilidad inexcusable el feminismo.

HOY, se dice, la mujer es más igual que el hombre; pero se ha equivocado la igualdad con la que soñábamos. Muchas han creído, y han pretendido convencernos a todas, que la igualdad consistía en llevar pantalones. Mientras, hemos alquilado nuestra 'habitación propia' a un casero avaricioso y tiránico. Paseamos otra vez sobre el hielo, aunque podamos ir vestidas como nos dé la gana.

No debe ser tan difícil comprender que no queremos ser 'iguales' a los hombres: queremos ser mujeres. Nuestro horizonte no tiene por qué limitarse al éxito profesional. Queremos elegir nosotras, cada una, cómo desarrollarnos, cómo construir nuestro propio yo, queremos liberarnos del yugo del mercado al que cada vez más la sociedad se adapta, sumisa, renunciando a aquello que más anhela cada ser humano, para convertirse apresuradamente en uno más, uno más dentro de la cadena del sistema capitalista.

Queremos ser mujeres, poder cumplir, si lo queremos, nuestra vocación de madres, queremos aportar lo femenino a la vida social. La solución real para nosotras no puede limitarse a la multiplicación de guarderías, como si sólo aspirásemos a desembarazarnos el mayor tiempo posible de nuestros hijos; no es permitirnos abortar más fácilmente, animándonos a sacrificar el fruto de nuestras entrañas al sistema económico; no es acelerar los trámites para que podamos quitarnos de encima a nuestros maridos lo más rápidamente posible. Queremos tener hijos, quererlos, cuidar de ellos, deseamos ser felices con nuestros maridos, anhelamos participar en la construcción de la sociedad. Lo que deseamos es una vida grande, en la que podamos decir 'yo' con alegría, sin negar ninguna parte de nosotras.

¿Es que sólo somos capaces de crear formas de vida que subyuguen a las mujeres? No he nacido para ser un engranaje ni del mercado ni del estado. Si sirven para algo es para mi desarrollo personal: de lo contrario no tienen ninguna utilidad. ¿Ya está bien de este absurdo sometimiento, de este alabar servilmente la mano que atenaza nuestro cuello! ¿Que se adapten a nosotras esos estúpidos ídolos!

1 comentario

Desencanto -

Hola, ufff! respiro hondo, por momentos el discurso me parece de lo más patriarcal, quiero entenderlo, lo releo varias veces. El feminismo, para mí, ha sido el largo camino empezado por algunas mujeres, por su dignidad.El patriarcado y el capitalismo han sabido descalificarlo magnificamente, con la ayuda de muchas mujeres. La mayoria de las mujeres se han beneficiado de los anhelos de libertad y derechos reivindicados, pero no han ido más allá. Por eso nos hemos incorporado a un mercado laboral construido dandonos la espalda, pero, como decían las mineras inglesas del siglo XIX, todo el esfuerzo terrible, queda compensado cuando recibes tu paga, tu paga, no la de tu márido que nos esclavizaba y esclaviza, aunque a veces sea en una jaula de oro. Claro que no queremos ser iguales ni reproducir el mismo modelo de sociedad injusto violento en la que somos y seguimos siendo las mujeres del mundo las más perjudicadas.El capitalismo es voraz, pero tod@s lo alimentamos. ¿como conseguir conjugar la vida afectiva, tener hij@s si queremos, la independencia económica, y un trabajo digno para tod@s? el gran reto que este mercado liberal hábido de dinero al precio que sea, no nos deja o nos dificulta conseguir. Saludos