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Almuñécar contra la corrupción

Cuando pretendidas razones esconden la miseria de lo real

Cuando pretendidas razones esconden la miseria de lo real
Lo que los obreros de la central de Garoña necesitan no es un trabajo, sino un sueldo a fin de mes

Nunca el que suscribe destacó por su sensibilidad ecológica (no me enorgullezco). Y, a veces, llegué a pensar que si la energía nuclear facilitaba el sacudirse el yugo colonial europeo de, pongo por caso, Etiopía, bienvenida fuese. Mejor morir de un posible escape radioactivo viviendo, mientras tanto, dignamente, que morir indignamente de hambre día tras día. El problema, como siempre, radica en manos de quién están las fuentes de energía.

Nada más cínico que la denuncia de imperios armados hasta los dientes con relación a los países, antiguas colonias, que se procuran armas, nucleares o no, para su defensa.

La visión de trabajadores de la central nuclear de Garoña y sus representantes sindicales defendiendo la seguridad de la energía nuclear y su oposición al cierre produce tristeza y absoluta desazón. En defensa de sus pretendidas razones apelan al dictamen de Consejo de Seguridad Nuclear sobre la central que, como no podía ser de otra manera, resulta favorable a su continuidad por otros diez años. Podrían haber dicho diez lustros o diez milenios tranquilamente sin que se les moviese una ceja. Drácula siempre fue partidario de las transfusiones. Todo beneficio sin coste alguno. En cuanto a los residuos, ya se los encajarán a quién esté en peor situación.

Si los trabajadores de Garoña estuviesen fabricando bombas de racimo o minas antipersona, por miedo a quedarse sin empleo apelarían a informes de la industria armamentística, la cual, sin lugar a dudas, demostraría las bondades de ambas mercancías.

Así, la industria pornográfica que necesita de una sexualidad pobre, reprimida y reducida, por lo general, a solitarias prácticas masturbatorias, defiende su existencia. De no ser así, la crisis de dicha industria arrojaría al paro a millares de personas. Una pena para el pene. Nuestra falocrática miseria en lo sexual, mantiene, mal que bien, a miles de trabajadoras del sexo y procura pingües beneficios a cientos de proxenetas que no buscan sino nuestra satisfacción.

Nuestro sobrevivir diario en la miserable vida laboral a la que nos aboca el capitalismo genera miles de puestos de trabajo en la industria psicofarmacéutica, amén de la aparición de unos individuos, cada día más numerosos, los psicólogos que, ocupando el lugar de los curas, procuran mantener engrasada la maquinaria productiva para que ésta no chirríe de manera excesiva.

Lo que los obreros de la central de Garoña necesitan no es ni siquiera un trabajo, sino un sueldo a fin de mes. Ésa es la única realidad. Lo que los dueños de la central quieren son beneficios, importándoles un pito la seguridad de sus obreros, la de los vecinos y la del sursum corda. El destino del trabajador está indefectiblemente unido a lo que sus manos producen sin el poder decisorio en la producción de las mercancías. Hoy produce cepillos de dientes, mañana coches de lujo que nunca conducirá o gases lacrimógenos cuya eficacia probará si decide que las cosas cambien.

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