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Almuñécar contra la corrupción

Tramo de concentración de chorizos

Tramo de concentración de chorizos

FRANCISCO ROMACHO

La causa de la causa es causa del mal causado. Me ahorro el latinajo para no epatar; con la edad, se va uno volviendo generoso. Dudo que el Nóbel de Economía del año pasado, Paul Krugman, supiera de Alhendín ni del pisico de trescientos cuarenta mil euros que el concejal de Urbanismo recibió como dádiva ni de la comandita de mangantes allí conjurada. Pero sí que se aproximó lo suyo cuando bautizó como doctrina zombi el capitalismo salvaje que propiciaría la burbuja inmobiliaria y con ella la aparición de estas tramas mafiosas que han corrompido hasta la nausea las corporaciones locales.

En los días aquellos zombis, cuando los albañiles se paseaban en bemeuves, los aparejadores enseñaban collares de oro debajo de camisas de quinientos euros y había tres promotoras urbanísticas por cada calle de mi barrio, sólo había lugar para la abundancia. Una abundancia españolista, exhibicionista, que (la historia lo dirá) alcanzó su esplendor con la boda de la niña de Aznar. Allí todo fue uno: los políticos, los empresarios, los banqueros, los cardenales, los corruptores y los corrompidos, los bigotes y las correas en el mar de la horteridad, felices, henchidos de dinero y de impunidad.

En los días aquellos zombis conocí a un tipo la mar de simpático que según recuerdo dijo ser arquitecto pero trabajaba de comercial en una gran empresa y todo su desempeño laboral consistía en acercarse a los alcaldes y a los concejales de urbanismo y a las marisquerías y a los puticlús finos y unos abrazos que se daban y una amistades para toda la vida y unos viajes con las señoras a París y, de pronto, alehop, unas recalificaciones milagrosas.

Se paseaban por la calle a concejal descubierto sin mayor rubor, como si además de robar con el urbanismo parcelario se tratara de que todo el mundo lo supiera. Este tipo era un gran profesional, sin duda. En un arrebato de sinceridad me confesó que había aborrecido el marisco, no tanto a las putas, pero que seguía convidando a cigalas y a lituanas por exigencia del guión. El pobre.

Estuve reciente en la terraza del Palace, donde cobran a cinco euros la cerveza con vistas. Hubo un tiempo en que si hacías el recorrido correcto, si la invitabas a un martini a eso del atardecer y le enseñabas las profundidades de la Vega, las aguas que se oían allí abajo, el surco del río como una herida sobre las verdes alamedas, seguro que acababas triunfando en algún recoveco del Carmen de los Mártires. Ahora sólo se salva la cerveza, si hay suerte, con la tapica de almendras: lo que salta a la vista son muñones de hormigón desde Monachil hasta Atarfe y, si te fijas bien, puedes ver las sombras de los concejales de urbanismo, de los comerciales de las promotoras, de los bigotes de las cigalas y de melenas de las lituanas (incluidos todos mis respetos). Uno de los lugares más bellos de nuestro universo, allí donde nuestras adolescencias subían para amansarse, se ha convertido en un tramo de concentración de chorizos.

Habrá que agradecer mucho al tesón profesional del director de este periódico, Antonio Cambril, y de Amina Nasser, y de Pablo Mariscal, que los chorizos alcaldes y concejales del Partido Popular y los chorizos empresarios de Alhendín hayan sido imputados por el señor juez Torres, cuya vida profesional guarde Dios o quien corresponda muchos años. A veces se reconcilia uno con esta jodida profesión. Y con esos jodidos jueces. Y habrá que comprar unas gafas de enorme aumento a Pérezhijo para que la próxima vez que investigue una trama de corrupción en su partido no haga otro enorme ridículo. O no se entera, que ya es ruina política. O no se quiere enterar, que es ruina peor. En el lenguaje de Krugman, zombi total.

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