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Almuñécar contra la corrupción

Otoño en Alhendín

Otoño en Alhendín

La Opinion. GORKA RODRÍGUEZ

Justo ahora, cuando los Gürtel nos sorprenden cada día con una hazaña diferente, cuando nos enteramos que el católico PP exprimía hasta las visitas del Papa y los homenajes a las víctimas del terrorismo, arranca la fase final del culebrón Marchelo. Los más avispados recordarán que se trata de nuestra pequeña trama corrupta. En Granada somos gentes humildes pero también tenemos lo nuestro y ahora toca que los jueces digan si realmente son culpables o si el mundo estaba equivocado y, tal como decía el PP, existía un complot de policías, jueces y fiscales, todos socialistas, para perjudicarles. Hace algunos años Alhendín era sólo un pueblecito que quedaba a la derecha según bajábamos a la playa. Ni siquiera se veía demasiado; era un lugar discreto y silencioso.

Sin embargo, contaba con dos ventajas: un término municipal especialmente extenso, o sea, mucho suelo; y unos cuantos concejales que llegaron tarde cuando se repartieron los dones de la rectitud y la honestidad. Todo eso, en el escenario del monstruoso boom urbanístico que ahora lloramos y que empujó a la gente fuera de la capital, configuró un paisaje que pedía a gritos un poco de corrupción. Así que un verano, durante nuestra primera excursión playera todavía con manga larga allá por marzo, nos quedamos helados cuando vimos unos enormes bloques a la altura de Alhendín. ¿Pero esto qué es? Decenas de bloques de cinco plantas, estructuras de hormigón, grúas y varios carteles con una publicidad innovadora. Todo firmado por cuatro letras con el naranja de fondo: FRAi.

Nuestra Seseña cogía cuerpo. El asunto cantaba por bulerías. Y tanto se investigó y tanto se preguntó que el día que detuvieron al concejal de Urbanismo había un par de currantes del periodismo local para inmortalizarlo. Luego vinieron los detalles, una instrucción construida con páginas de este periódico y la fatiga de las conversaciones telefónicas: lo del pisico y, qué hallazgo para el acervo popular, esa obsesión un tanto enfermiza por metérsela doblada a los militares, cuya aviones corrían el peligro de meterse en el comedor del vecino del quinto en cualquier momento. Todos aprendimos algo de aquello: los granadinos, que el camino a la playa es ahora mucho más ameno; los periodistas figurones a no despreciar el trabajo de los demás; y los políticos corruptos a no hablar por teléfono de sus cosas. Tomen nota.

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