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Almuñécar contra la corrupción

Reforma empresarial

Reforma empresarial

 

¿Y qué tal si hacemos una reforma empresarial, y desechamos la pegajosísima reforma del mercado laboral; que ésta última hasta da pereza oírla nombrar; pesadilla colectiva que poco antes de nacer lo hace teñida de injusticia? Por indecente, escandalosa y soez. ¿O es que nadie se acuerda ya de cómo se fabricaban contratos-churro en España con las mismas reglas de juego de las que ahora todos abominan?

Tal vez nos deberíamos poner de acuerdo (al fin y al cabo somos más), para priorizar la imprescindible reforma patronal, en este chiringuito donde los sacerdotes del pensamiento único claman contra el demoníaco déficit, mientras los monaguillos corean, corderitos mansos: “¡a la mierda el crecimiento, amén!”. Pero que nadie se asuste: sería una reforma pequeñita, porque harto complejo resultaría alterar la argamasa perezosa del señorito español; y un giro vertiginoso desconcertaría al empresario del tipo exprimidor, tan bien representado por Díaz Ferrán, el rey de todos los pícaros que en el mundo están y son.

Yo abogo por una reforma empresarial que finiquite a los listos de la especulación y el dinero fácil, una reforma que despida a los empresarios improductivos de la papa suave, la flor de un día y la subvención; yo quiero que la reforma se centre en nuestra trasnochada y defraudadora patronal; los mismos que en tiempos de crisis piden un paréntesis del mercado para su salvación, y acto seguido demandan el despido funcionarial y el desmantelamiento de lo público, para así poder convertirlo en solar donde edificar y medrar; sin creer en lo colectivo pero sirviéndose de las instituciones en su provecho; una reforma que acabe con todos aquellos patrones involutivos que critican las ayudas destinadas a los sindicatos, y también las que van a manos de los sectores más débiles y desprotegidos; mientras ellos se bañan cotidianamente en el generoso río de las subvenciones, en forma de ayudas a la innovación y a la modernización, ayudas a fondo perdido, al sector automovilístico y para rescatar a los bancos, subvenciones para evitar la deslocalización y la dislocación; ayudas a la reconstrucción, renovación, rehabilitación, consolidación, reparación y contratación; ayudas fiscales en forma de reserva de inversiones; ayudas al sancocho empresarial de la mamandurria nacional y regional.

¿Por qué no expulsar del mercado a los irresponsables empresarios-termita que en sólo diez años vieron crecer sus beneficios un setenta por ciento, pero no reinvirtieron los excedentes en la modernización de su estructura productiva, ni en la formación de sus empleados, optando en su lugar por el trabajo mal remunerado y poco cualificado, la jubilación anticipada y la inversión especulativa?; los mismos que ahora echan a la calle a sus trabajadores, desmontando con sus acciones la presunta inflexibilidad del mercado laboral; la misma patronal que ha convertido a sucesivas generaciones de jóvenes en aprendices eternos de la inestabilidad; y que ha consagrado la precariedad y extendido la pobreza entre los trabajadores.

Yo insisto en una reforma empresarial que corte por lo sano, aunque me temo que ésta no conseguiría -por esto de que el mercado y los mercaderes del mismo lado están- el ansiado efecto de tranquilizar a los insaciables y fieros mercados; salir de esta espiral interminable de sacrificios irracionales. Y, digo yo, ¿no será más lógico acabar con la dictadura de los mercados en lugar de empeñarnos en sedarlos infructuosamente?

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