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El poder de un poema

El poder de un poema

Rafel Calero Palma

Walt Whitman, el gran poeta estadounidense, considerado unánimemente el padre de la poesía moderna, escribió un poema titulado “No te detengas”. En ese poema hay unos versos que dicen así:

No dejes de creer que las palabas

y las poesías

si pueden cambiar el mundo.

Somos muchos los que seguimos pensando que estos versos del gran bardo norteamericano siguen siendo absolutamente válidos y que, efectivamente, las palabras y los poemas pueden cambiar el mundo. De hecho, el poder de la poesía es incuestionable. A lo largo de la Historia, han sido numerosos los poetas que, usando la fuerza del poema, han plantado cara a la tiranía, a las situaciones más injustas, pagando cara su osadía, muchas veces, con estancias más o menos prolongadas en cárceles, en campos de concentración e incluso con sus propias vidas.  

La lista de poetas asesinados en tiempos de guerra, bajo dictaduras o en períodos históricos convulsos, es tan extensa que daría para varios artículos. Por nombrar sólo a unos pocos, quizás el más famoso de todos ellos sea, sin duda, Federico García Lorca, fusilado por los fascistas españoles en los albores de la Guerra Civil española. También el alicantino Miguel Hernández, muerto en la prisión de Alicante, en la posguerra, cuando se le había conmutado la pena de muerte por una condena a cadena perpetúa.   

En la antigua Unión Soviética, bajo el mandato de Stalin, fueron numerosísimos los poetas represaliados. Quizás el más importante de todos ellos sea Osip Mandelstam, quien se atrevió a escribir un poema denunciando las atrocidades cometidas por el mismísimo Stalin. Esta osadía le costó varios años de destierro siberiano, y al final, como no podía ser de otra manera, la muerte en diciembre de 1938 cuando se encontraba preso en Vladivostock. También fueron represaliados otros poetas como Boris Pasternak, Marina Tsvietáieva o Anna Ajmatova.

En la Alemania nazi, los poetas judíos y los opositores al régimen de terror impuesto por Adolf Hitler, fueron brutalmente perseguidos, torturados y, las más de las veces, aniquilados en campos de exterminio. Algunos de los más importantes, fueron los poetas polacos Stanisław Grzesiuk, Stanisław Staszewski o Itzhak Katzenelson, entre otros.

Cuento todo esto a propósito del correo electrónico que recibí el otro día. Me lo enviaba Amnistía Internacional y en el mismo se hacían eco de lo que le está ocurriendo a la poeta de Bahrein, Ayat al-Qarmezi. Ayat tiene 20 añitos y su delito ha sido leer públicamente un poema en la plaza de la Perla de Manama, capital del Estado, en la que se pedían reformas al rey Hamad bin Isa al Khalifa, jefe de Estado de Bahrein. Parece ser que los versos que han ofendido a las autoridades han sido estos:

 "Somos la gente que va a matar la humillación y a asesinar la miseria

¿No oye sus llantos? ¿No oye sus gritos?"

Según Malcolm Smart, director del Programa para Oriente medio y el Norte de África de AI, “Ayat al Qarmezi va a ser llevada a juicio por el simple hecho de expresar su opinión abiertamente y de forma pacífica. Su caso representa un ataque vergonzoso y funesto a la libertad de expresión. Deben retirarse los cargos presentados contra ella y debe quedar en libertad de inmediato”.

La poeta se enfrenta a una larga condena por el simple hecho de manifestar su opinión, sin haber cometido delito alguno. Y es que hoy, al igual que en la España fascista, en la Rusia estalinista o en la Alemania Nazi, los tiranos siguen teniendo mucho miedo al poder de las palabras. Y al de los poemas. Hay cosas que nunca cambian.

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