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Almuñécar contra la corrupción

La clase obrera de los taxis barceloneses

Salvador López Arnal

La ciudad de los prodigios, la millor botija del món, no para de darnos sorpresas. Una de las últimas tras el asedio de los primeros días de mayo con 8 mil activistas -entre Mossos, policía nacional y guardia civil- del desorden de los privilegiados.

Me acostumbro a mover a pie, corriendo incluso, o en transporte público asequible, metro fundamentalmente. El jueves pasado, 10 de mayo, acompañé a mi hijo al médico y nos levantamos justos. Cogimos un taxi hasta el dispensario, no queríamos llegar tarde. Es una carrera corta y no muy cara.

El taxista hizo una maniobra, no arriesgada desde luego, para recogernos. Se lo agradecí. Nos caímos bien. Le pregunté por sus cosas y me explicó sus condiciones “laborales”.

Les imponen –él es un asalariado, me estoy refiriendo a los propietarios de los taxis, que pueden llegar a tener 15 o más, toda una flotilla- un mínimo diario de 150 euros. Deben cumplirlo. Si no lo hacen, más allá o más acá del contrato firmado, los echan a la calle. Y con cuatro duros mal contados. La contrarreforma laboral ha sido diseñada para tener esos efectos.

Si no alcanza esa cantidad porque no ha tenido viajeros suficientes, él mismo pone la diferencia de su bolsillo. No quieren correr riegos, ha podido comprobar lo que ha pasado con otros compañeros. El complemento lo puso hace pocos días, el martes pasado. Tras su larga jornada de trabajo, no alcanzó los 140. Él mismo puso los 10 restantes.

Trabaja 12 horas diarias, 12 horas al volante en una ciudad como Barcelona son causa de malestar, estrés, dolor de espalda, acidez y mil enfermedades profesionales más. Trabaja cinco días por semana. En total, 60 horas semanales. ¡Lo de las 40 horas es una conquista obrera liquidada hace décadas!

De lo que cada día consigue, el 35% es para él y el 65% para el propietario. Antes eran el 40% y el 60%. Son ajustes. Ha perdido 5 puntos, que representan más disminución de un 12%. ¡Nada menos! Lo tomas o lo dejas, y en la puerta hay mil esperando. El ejército laboral de reserva: ¿no habló de ello aquel economista y filósofo que admiraba a Espartado y a Kepler?

Mensualmente, por término medio, cobra unos 1.100 euros. Pongamos que se haya equivocado, que no es el caso seguramente, que haya calculado por lo bajo, y que sean 1.200 euros. La hora le sale a 4,54 euros. ¡A 4,5 euros! El día –no ha sido un único día- que puso los 10 euros tuvo que trabajar más de dos horas gratis para el empresario del taxi.

Dejémoslo aquí. No añadamos más drama al drama.

Este trabajador no español –aunque tanto daría en este caso-, ¿es realmente un ciudadano? ¿Goza en verdad de alguna libertad sindical? ¿Es libre en algún sentido no ridículo del término? ¿Puede hacer alguna huelga que se convoque? ¿Está en condiciones de ello? ¿Puede manifestarse? ¿Puede cuidar de sus hijos, de sus familiares? ¿Tiene tiempo para cultivarse, para leer, para estudiar? ¿Para descansar incluso? ¿Qué imágenes nos vienen a la memoria si pensamos en sus cinco días laborales, en sus 60 horas semanales, en sus horas retribuidas a 4,5 euros?

Y esto no está ocurriendo en algún país subdesarrollado, empobrecido, o que esté ubicado en la periferia-periferia del sistema, o en alguna ciudad de provincias dominada por señoritos desalmados o aristócratas codiciosos. No, nada de eso en principio. Sucede en la misma ciudad donde vive o pasa temporadas el señor Antoni Brufau, el presidente de Repsol, el mismo que cobra anualmente, cuanto menos esos fueron sus ingresos en 2011, unos 9 millones de euros. Setecientas veces más… aproximadamente eso sí.

¿Hay o no hay motivos para que esta ciudad clame estos días contra la injusticia como otros cientos de ciudades en el mundo? Sobran motivos. ¡Viva el 15M!

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