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Almuñécar contra la corrupción

Stéphane Hessel, dicen, era un republicano español

Juan Carlos Monedero

Saliendo esta mañana de un hospital público de gestión privada, me encuentro a un viejito vestido con ropa de enfermo. Es extraño. Está nevando. Mira los copos como si estuviera contando estrellas. Silba, sentado en un banco, luego deja de narrar la melodía y fuma de un cigarro como si le fuera en ello la suerte a los 300 de las Termópilas.  Bebe, sin culpa de herido, de una lata de cerveza. Otras dos vacías reposan derrotadas entre los travesaños  del asiento. Un periódico hecho un amasijo inútil de hojas arrugadas cuida el sueño de las cervezas. Sonríe con cara pícara. Le miro, devolviéndole la sonrisa, alegre por su irreverencia y me sorprende diciéndome: “-Espero que no le hayan dado cita para dentro de seis meses. Dentro de seis meses, todos muertos-”. Me paro divertido y le digo: -”¡Keynes!”-recordando la frase del economista inglés que intranquilizo al padre de los neocon. -”Tranquilo abuelo, que venía solo de visita. ¿Y usted? ¿No hace mucho frío para estar aquí afuera?-”.

El viejito pega un sorbo a la cerveza y me dice: “-Qué más da. Frío, calor… Los telediarios nos dicen lo que quieren que creamos. Y yo me he cansado de las mentiras. Los viejos les sobramos a estos fascistas. Ya no visten de azul pero son los mismos. Los hijos, los nietos, las queridas. La familia de los del 36. Así que prefiero morirme de frío aquí afuera que de abandono ahí dentro. ¡Dita Que los parió!- luego se queda pensando como si yo no estuviera ahí, como si algo poderoso lo convocara.

Pasado un minuto, sigue: “-Además, hoy se ha muerto Manuel. Me voy con él. Con Manuel.  Maldita sea… ¡Cuántos tiros pegamos en el frente del Ebro! Éramos unos críos, ¡Pero teníamos lo que hay que tener! Luego… Bah, luego todo se jodió. Si pierdes una guerra, estás jodido. A Manuel le traicionaron todos. Bueno, a todos nosotros nos traicionaron todos. Yo me tuve que aguantar, pero él dijo que no le iban a torcer el brazo. Era muy suyo. Y quería olvidar de este país de mierda. Se cambió el nombre. Fíjate cómo es la vida. Luego se hizo famoso. Y hoy, que he decidido morirme, sale en los periódicos. Stéphane Hessel. Manuel, mi amigo, mi hermano-“.

Mi sorpresa empieza a crecer. -¿Stéphane Hessel era español?-. Y el viejito, escupiendo sobre el césped, con la cabeza doblada, dice: “-Más que el gazpacho cargado de ajo, más que Picasso tocándole el culo a su novia francesa, más que el Quijote, más que Max Estrella muriéndose de frío. Pero este sigue siendo un país de cabreros. Tan ingrato… ¿Tú crees que lo habrían celebrado así si supieran que era de Albacete? En Francia, bueno. O no. Pero aquí… Stéphane era muy listo. No puedes ser de un país que ha perdido una guerra. Manuel era de La Nueve. Liberamos París. Allí nos respetan. Liberar París de los franceses colaboracionistas te hacía un héroe en Francia. En España te hacía una mierda”.

Mi perplejidad enfriaba la nieve. Muchas cosas encajaban. Eran republicanos españoles los que entraron con “La Nueve” en los primeros tanques que liberaron París con el general Lecrec. ¡Hessel uno de ellos! ¡Ahí estaba su gloria! Habían perdido la guerra contra el fascismo en España y entendieron que la pelea continuaba en Francia. Hitler, Franco, Mussolini. Caimanes del mismo pozo. Aún recuerdo cuando los indignados, que escogieron el libro de Hessel como referencia, hicieron quitar banderas republicanas de la Puerta del Sol en los comienzos del 15M. Esos jóvenes, con la memoria hurtada, adoraban a Stéphane y despreciaban a Manuel. Quién los había engañado… ¿Modélica una Transición que había mentido sobre esas cosas?

De regreso a casa, escucho la radio. Todas las emisoras coinciden: bendito Stéphane Hessel. Un antifascista. Suena bien. Como en Casablanca. Manuel. Un antifascista. Primero contra Franco. Luego, contra Hitler y Mussolini. ¿Un antifranquista? Stéphane hoy es mencionado en todos los telediarios. Manuel… Los Manuel, las Rosa, los Miguel, los Pedro, las Fuencisla siguen muriéndose todos los días en silencio. Muere hoy también una artista del teatro. Su pasado enmudece cualquier recuerdo. ¿Para qué mencionar que el mundo de los versos  luchó contra la dictadura? Luego, el Ministro Wert diría que los artistas faltan al respeto a las instituciones. Los cómicos, pasados por las armas por el dictador desde el primer momento.

Quiero saber si el abuelo me está diciendo la verdad. Quiero seguir hablando con él. Pero han llegado dos tipos de una contrata de seguridad y se lo llevan adentro a la fuerza. Uno de ellos le espeta: “¡no joda viejo, que si se muere aquí afuera mete en un jaleo a la contrata!”.

Me mira el abuelo y me grita mientras lo llevan flaquito en volandas: -”¡si te vas a tener que ir de España tú también llévate a los malos por delante! ¡Siempre les sobramos medio país! ¡Acuérdate de Manuel! ¡Que no os roben a vosotros también el nombre!”-.

Paralizado bajo la nieve un destello me pregunta:  “¿Por qué la II República sigue floreciendo en cualquier parte menos dentro de su casa?”. Meten al abuelo dentro del hospital privatizado. Le arrancan de un manotazo la lata de cerveza. Noto hervir la nieve. El aire frío me agarra por los hombros: ¿los de la Gürtel nos van a volver a robar la memoria? Y entiendo que da lo mismo que Hessel sea o no Manuel. Que Manuel sea o no sea Hessel. La herida está en los miles de Manueles silenciados, en las miles de Manuelas silenciadas. El legado que los gobiernos de la “democracia” nos entrega. Hombres y mujeres que adelantaron nuestra rabia.  Olvidados. Sin homenaje. Transición inmaculada.

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