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Almuñécar contra la corrupción

Una víctima más de la crisis

Juan Carlos Barba

A

Se llamaba Javier y tenía 51 años. Este martes tomó la decisión más difícil de su vida. Salió al descansillo de la escalera a fumar un cigarrillo, pagado, como siempre y sin que él lo supiera, por su tía. Como solía hacer cada día después de comer. A continuación subió hasta el cuarto piso, abrió la ventana de la escalera y se arrojó al vacío. Nunca sabremos lo que pasó por su cabeza en sus últimos minutos, pero lo podemos imaginar. Llevaba cinco años en el paro, pese a ser un hombre cualificado y con amplísima experiencia en el mundo de la publicidad

Primero perdió su casa y, a continuación, su matrimonio se fue por el desagüe. Intentó montar su empresa y sólo consiguió arruinarse totalmente y quedarse con una deuda casi impagable, él y sus padres. Últimamente no se confiaba a casi nadie, pero esto es algo habitual en personas en su situación. Hay muchos cientos de miles de personas como él en esta triste España que nos ha tocado vivir. Personas que sufren en silencio, personas que se culpan a sí mismas de su terrible situación y que se sienten un cero a la izquierda en esta sociedad.

El desencadenante de la tragedia ocurrió la semana pasada. Su mujer e hijos, que vivían de prestado en la casa de un amigo, tuvieron que abandonarla. Él, pese a intentarlo de forma desesperada, no pudo encontrar ninguna solución. Sólo podemos intuir la terrible sensación de inutilidad y fracaso absoluto que debe sentir un padre al enfrentarse a algo así. Y esta intuición ha de llevarnos, si no a aprobar, sí a respetar lo que hizo.

Él y otros como él son los daños colaterales de decisiones que toman personas muy poderosas, personas que pueden inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro y deciden que muchos son prescindiblesJavier era un hombre extraordinario, y en una época importante y temprana de mi vida fue como un hermano mayor para mí, el hermano que nunca tuve. Me hizo entender cabalmente lo que significaban conceptos como justicia social o solidaridad. Palabras que no son vacías, sino que representan justo aquello que le faltó y que le condujo hasta su trágico final.

Para muchos, personas como Javier son víctimas inevitables de la crisis. Como las víctimas de un terremoto. Pero déjenme decirles algo: muchos otros sabemos que esto no es verdad. Sabemos que él y otros como él son los daños colaterales de decisiones que toman personas muy poderosas, personas que pueden inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro y deciden que muchos son prescindibles. Por eso yo acuso a estas personas. No me importa, señores dirigentes de Alemania y de España, que seáis poderosos. Lo digo alto y claro, vosotros sois los culpables. Sois culpables porque no tenéis algo imprescindible para no serlo: corazón. Y por eso sé que hasta que los pueblos de España y Europa no se rebelen contra estos dirigentes, les expulsen y coloquen en su lugar a personas con corazón que gobiernen para sus pueblos y no para unos pocos, seguiremos viendo día tras día cómo personas como Javier siguen muriendo y como muchos otros siguen sufriendo de forma innecesaria e inútil.

Decía hace pocos días un analista extranjero que el pueblo español está sufriendo de una forma que habría sido el sueño de Torquemada. Doy fe de ello. Como también doy fe de la futilidad de tal sufrimiento. Algunos justifican los medios con la consecución de un fin mayor. Muchas guerras han sido declaradas por esta causa, pero es que ni siquiera estamos en esa situación, pues esta guerra es el camino hacia ninguna parte. No se olviden de ello para no caer en esa tentación.

También dicen que la pluma es el arma más poderosa. No sé si será verdad, pero ojalá sea así. Ojalá esta muerte, como tantas otras, no sea inútil y finalmente pueda ser el revulsivo que necesitamos para reaccionar y poner fin a este absurdo.

*José Javier Olmedo Rojas falleció en Madrid el 5 de marzo de 2013. Desde aquí quisiera transmitir mi más sentido pésame a su madre, hermanos, mujer e hijos.

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