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Almuñécar contra la corrupción

Orgullo ateo

David Torres

Cuenta Buñuel en sus memorias que, al acabar la guerra civil, se encontró en una de esas largas filas de refugiados que cruzaban lentamente la frontera hacia Francia. El joven Buñuel no llevaba papeles y no se le ocurrió otra manera de probar su filiación republicana que soltarle al soldado que custodiaba la barrera una blasfemia acojonante, incluyendo referencias escatológicas y genealógicas a Cristo, la Virgen y varios santos. El soldado asintió con la cabeza y lo dejó pasar sin problemas.

Es decir, que en España, para hacer profesión de ateísmo hay que ser doctor en teología por lo menos. Buñuel decía: “Soy ateo gracias a Dios”, brillante paradoja que podría suscribir la asociación de librepensadores que ha decidido organizar una procesión de ateos en Semana Santa. En España lo de pensar libremente y por cuenta propia no se se les da bien ni a los librepensadores; un español enseguida organiza un bando, un ejército aunque sea de uno solo, una barricada, a ser posible enfrente de otra barricada. El primer año que montaron la peregrinación atea estuve a punto de embarcarme pero al final me dio vergüenza. No sabía si meterme en la cofradía de Heidegger o en la de Sartre. “Apúntese en la de Kierkegaard” me dijo el encargado. “Aquí por Kierkegaard es que hay verdadera devoción”.

Cuando era niño vi en Almúñecar un paso de Semana Santa en que la figura de la Virgen abría los brazos para suplicar a dos del pueblo vestidos de romanos que la dejaran pasar hasta la cruz. A un gitano que estaba a mi lado le resbaló una lágrima por el pómulo de bronce y entonces soltó con un quejido: “Si es que quien no crea en esto es para meterle dos tiros en la boca, no me jodas”. Parecía un argumento incontestable a favor de la existencia divina hasta que un devoto sevillano lo superó: “La Virgen del Rocío le da por culo a todas las demás vírgenes. Ea”.

Que me disculpe Shangay Lily, que es muy capaz de clavarme un epíteto por pensarlo, pero esto de la procesión atea me recuerda no tanto al Día del Orgullo Gay sino al Desfile del Orgullo Zombi, esa majadería bien divertida en que los seguidores de George A. Romero se maquillan de cadáveres para marchar eplilépticamente por las calles el uno de noviembre. Aunque eran otras fechas, las organizaciones de homosexuales se cabrearon, no sin razón, porque lo de Orgullo Zombi suena a homofobia y a recochineo, y al final los muertos tuvieron que elegir entre volverse a sus tumbas o elegir otro nombre. A los ateos, los cristianos les han dicho que se vayan buscando otra semana, pero claro, no es lo mismo. Como que no tiene gracia salir disfrazado de Nietzsche, con bigote y todo, en pleno Ramadán. Ya lo dicen en Sevilla: “Por culpa del hijoputa de Pilatos, un poco más y nos quedamos sin Semana Santa”. 

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