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Sobre los controladores aéreos: reflexiones necesarias

Sobre los controladores aéreos: reflexiones necesarias

Alejandro Martínez

Ante los sucesos que están pasando en el Estado Español como consecuencia del conflicto de los controladores aéreos, resulta importante hacer una reflexión crítica desde la izquierda, y ello implica que deben matizarse algunas cosas:

Nadie puede negar el corporativismo y el elitismo del que, en más de una ocasión, han hecho gala los controladores aéreos. Hablamos de trabajadores que no se consideran en muchos casos como tal, que defienden sus intereses sin solidarizarse con el resto (no secundaron la huelga del 29-S, por ejemplo) y que, en cierto modo, hacen un uso abusivo del poder del que disponen para defender esos intereses (en este punto creo que tampoco debemos ser ingenuos, ya que siguiendo la lógica del egoísmo que impera en nuestra sociedad, por desgracia, esta gente no ha hecho ni más ni menos que utilizar sus “armas” para defender su posición. Y no con ello quiero decir que esté bien hecho, solo que la mayoría en una situación así actuaría igual o parecido).

Más allá de esto, insisto, creo que hay que tener mucho cuidado con como se enfoca la cuestión. Habría que reflexionar sobre el porqué de que ciertos sectores profesionales gocen de privilegios respecto a otros. Habría que plantearse porqué, si esta gente ha gozado de esos privilegios que les han elevado a un status superior, no se han llevado a cabo reformas antes y porqué ahora parece que nos pilla de nuevas el conflicto.

Habría que plantearse también quién se ha encargado de mantener esos privilegios cuando la cosa iba bien y quiénes han amparado y protegido siempre a grupos concretos en detrimento de defender los intereses de los trabajadores. Si esta gente ha conseguido lo que tiene es porque han “luchado” (no encuentro un término mejor) por ello, y hay un refrán que dice que “contra el vicio de pedir…” Lo que se ve es que nunca nadie ha tenido la virtud de no darles tanto, de no concederles tantos favoritismos. Muy al contrario, cuando la situación económica del país era buena (los últimos 10 - 15 años) era preferible garantizar el bienestar de estos grupos que desempeñan una función vital para la economía. Matábamos dos pájaros de un tiro: asegurábamos que la importantísima labor que desempeña esta gente no se viera alterada ni causase problemas económicos y, por otro lado, con estas dinámicas se fomentaba la diferenciación entre un tipo de trabajadores y otros, dividiendo a la clase trabajadora, pero siempre actuando de espaldas a la opinión pública. Porque sí, otra cuestión muy sospechosa es que cuando todos íbamos bien no salía en la tele ni a (casi) nadie parecía importar que los controladores ganaran más o menos. Pero claro, cuando tenemos un porcentaje tan alto de parados resulta que la posición privilegiada de estos trabajadores chirría y es una desvergüenza que hagan huelga habiendo los problemas que hay. Por supuesto que las formas en que se ha llevado a cabo son criticables, lo que pasa es que su puesto era igual de importante antes que ahora, pero cuando la cosa va bien a nadie le importa y cuando estamos jodidos señalamos a quien no debemos.

Pero sin duda alguna lo peor de todo, y a lo que más hay que atender, es al precedente que se sienta utilizando al Ejército para desatascar el embudo y la manipulación mediática que se va a hacer de la cuestión: a partir de ahora, cualquier huelga que se haga en cualquier sector considerado de vital importancia para la economía puede ser susceptible de ser reprimida por el Ejército. Y en esos casos, puede que sean trabajadores mucho más humildes y con verdadera conciencia de clase los que paguen los platos rotos. Claro está que no se va a movilizar al Ejército cada dos por tres (principalmente por el coste que supone, no por falta de ganas), pero al hacer esto lo que se está consiguiendo es reconfigurar un imaginario totalmente absolutista por el cual, de ahora en adelante, muchas personas verán con buenos ojos que se recurra a soluciones militares para solventar determinados conflictos no ya solo laborales, sino sociales, políticos, etc. (así empezó el fascismo en Europa).

Y en la línea con esto, dejando a un lado la actuación institucional, lo que también es alarmante es el trato que se le está dando y se le va a dar al tema en los medios de comunicación de masas y cómo se va a utilizar el asunto para descalificar, desprestigiar y desmovilizar a los trabajadores.

Lo que quiero exponer es mi crítica, sobretodo, a la superficialidad; critico el hecho de que se recurra al sensacionalismo sentimental mediático para descalificar una protesta. Al final la situación en sí no cambiará tanto, porque después de las correspondientes sanciones económicas y represalias que se tomen contra los controladores para dar ejemplo, es decir, una vez que pase la noticia, el corporativismo sindical en este ámbito (como en algunos sectores del funcionariado) seguirá intacto y los privilegios que puedan tener también.

El caso es que, muy a nuestro pesar, lo que calará de todo este asunto (como se ha intentado hacer con otras protestas de trabajadores) serán las imágenes de la gente en los aeropuertos, sin poder viajar; los enfados, los gritos, las colas, el "a ver qué pasa con mi dinero". Se dramatizarán los acontecimientos con un único objetivo: la criminalización de las protestas. Todo eso sin contar la ya habitual utilización que hará la derecha para sacar rédito político.

Por eso digo, para ir finalizando, que desde luego la de los controladores es una situación desproporcionadamente privilegiada en muchos aspectos respecto al resto; pero insisto en el peligro que implica juzgar estas cuestiones desde la perspectiva del televisor y la prensa, por los precedentes de que suponen y por la reconducción y la asimilación de ciertas medidas por parte de la sociedad. Aceptar que se use al ejército para solucionar un problema laboral (más allá de que puedan ser unos privilegiados o no) supone aceptar una medida fascista. Una medida de urgencia amparada en el "Estado de alarma” y que, de salir bien, es perfectamente extrapolable a cualquier otra situación similar. Asimismo, compartir el discurso de los medios y dejarnos llevar por el trastorno que supone que algunos no puedan viajar o las pérdidas económicas que conlleva el parón no nos conduce a nada.

Ser sensatos, creo, nos debería llevar sin ninguna duda a criticar los privilegios de los controladores (no tanto sus sueldazos como el status del que gozan, que es más importante), a criticar que recurran a un método como es la huelga para defender esos privilegios y a criticar las formas en que lo han hecho. También a solidarizarnos, en cierta medida, con las personas que hayan podido verse afectadas especialmente por la huelga sin previo aviso y los costes económicos que pueden suponer para estos afectados. Pero sobretodo, la sensatez debería de empujarnos de verdad a criticar a quienes mantienen y han mantenido todo este tiempo porque les interesaba los privilegios de los controladores (Gobiernos y empresarios), pues si nos limitamos a atacar solo a los controladores no estaremos arreglando nada. Debería empujarnos también a ser capaces de enfocar críticamente las noticias, a no dejarnos llevar por los discursos del noticiario, a no centrar todo el problema en que “tienen mucho morro porque ganan más que el resto y no hay derecho”, a mirar más allá de lo que se muestra.

Y sobretodo, considero que siendo sensatos nos escandalizaríamos por las medidas llevadas a cabo, por consentir y aplaudir con las orejas como burros que se utilice al Ejército para preservar el orden. Que no nos engañemos, el Ejército no está ahí para que los buenos y humildes viajeros puedan irse de puente. El Ejército está preservando un determinado orden, unos determinados intereses. Y el hecho de que, movidos por el sentimentalismo veamos con buenos ojos que se apruebe un decreto de la noche a la mañana para que el Ejército pueda actuar de una u otra manera, todo ello es un peligro y deja las puertas abiertas para el Estado de excepción; sienta el precedente para que se pueda volver a actuar si la situación lo requiere o, lo más triste, si la gente lo demanda.

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