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Almuñécar contra la corrupción

Un sueño en ruinas

Un sueño en ruinas

Ideal

Los antiguos herradureños llamaban a una de las rocas de Cerro Gordo ‘la piedra que anda’. El nombre lo dice todo sobre la inestabilidad del terreno en el que se construyó la privilegiada urbanización Los Cármenes del Mar, en pleno parque natural, sobre los acantilados de Cerro Gordo.

Pero los compradores que venían de Madrid no sabían lo de ‘la roca que anda’. Ni el que llegó de Bélgica y se enamoró de las vistas. Ni los que eran de Granada pero dieron por hecho que en España las constructoras y las administraciones velan para que las casas no se caigan. Todos invirtieron sus ahorros en unas viviendas que ahora se resquebrajan.

Los deslizamientos de la ladera sobre la que se levantó la urbanización comenzaron en 2005 y afectan a las casas en distinto grado: unas cinco casas se cayeron, el Ayuntamiento ha desalojado otras 15 y en otras 400 los vecinos viven con el miedo a que la situación vaya a peor. Las zonas comunes, los muros y calles exhiben unos deslizamientos que no aventuran nada bueno mientras las cabras montesas campan a sus anchas por la urbanización que un día invadió su montaña.

Por su parte, los propietarios mantienen el pleito en los tribunales contra la promotora a la vez que suplican ayuda a las administraciones, conscientes de que el tiempo corre en su contra. Este el SOS de unos vecinos que se sienten «víctimas de la cultura del pelotazo» y estas son sus historias.

Pierre de Wolz

«Me han destrozado la vida»

El belga Pierre de Wolz invirtió los ahorros de toda su vida –tras pasar más de 40 años al frente de negocios de hostelería en Bruselas– en una casa de ensueño en Cerro Gordo. Compró en plano y pagó sin hipoteca los 80 millones de pesetas que costaban unas de las llamadas ‘casas especiales’, las más lujosas de los Cármenes del Mar. Allí, junto a su mujer, vivió unos de los años más felices de su vida. Tenía su huerta, unas vistas de las que apenas unos privilegiados pueden disfrutar, sus gallinas... «Era el hombre más feliz del mundo», recuerda. Aún hoy, entre las ruinas de su sueño, se percibe que aquello tuvo que ser un paraíso.

Pero la felicidad se volvió pesadilla en junio de 2006, cuando tuvieron que salir a toda prisa de la casa, que ha acabado derrumbándose. «No te entra en la cabeza que te compres una casa con tanto esfuerzo y acabes jugándote la vida en ella, ¿cómo es posible?», lamenta este residente belga. «A mi me han destrozado la vida», apunta Pedro, que desde entonces tiene un tratamiento antidepresivo. Pedro sigue viviendo en La Herradura aunque tuvo que marcharse a otra vivienda. «Porque mi mujer, mis hijos y mis nietos tienen salud, si no esto es como para hacer una locura», añade.

Por supuesto, tiene su pleito ganado, pero cuándo podrá cobrar la indemnización es otra historia. «Se merecen la cárcel», asegura Pedro que pasa un mal rato cada vez que vuelve a su casa en ruinas. Sus vecinos tratan de consolarle. «Imagina lo que puede contar este hombre de la marca España», murmuran.

Ignacio Martín

«Hay noches que duermo con los ojos abiertos»

Ignacio Martín dejó Madrid en 2003 para buscar un rincón de Andalucía donde quedarse a vivir. Empezó su recorrido en la costa malagueña y poco más tuvo que andar, se paró en La Herradura. Cuando vio Cerro Gordo lo tuvo claro: «Este es mi sueño». «Era la costa virgen, un paraje natural, como Girona, con los pinos al lado del mar pero con una temperatura impresionante todo el año».

Ignacio compró la casa a otro propietario, más cara por tanto que a la promotora y las rajas que, a día de hoy siguen quitándole el sueño, comenzaron a aparecer en 2005. «Mientras tuvieron casas que vender, llamabas diciendo que había una rajita y lo tapaban», recuerda. Hoy la promotora ya no responde ante fisuras de 40 centímetros en sus muros.

Ahora Ignacio tiene que seguir pagando religiosamente la hipoteca de una vivienda que cruje por las noches y que no debería estar ocupando ya que, oficialmente, está desalojado por el Ayuntamiento de Almuñécar desde hace dos años, por el riesgo de derrumbe. «Esta es mi casa, no tengo otra ¿qué voy a hacer?», justifica.

«Me siento como el domador que entra en la jaula de los leones. Tiene que hacerlo inconscientemente porque si piensa fríamente el riesgo que corre no podría vivir. Hay noches que duermo con los ojos abiertos, pero luego tienes que desconectar. No se puede vivir con esta angustia. Me consuelo pensando, ‘venga, no nos van a dejar solos’», comenta. La inclinación hace que la puerta de su vivienda se cierre sola. «En la de mis vecinos es peor, pones un vaso en la mesa y se mueve». «Nos sentimos estafados por quien nos ha vendido y desamparados por la administración, necesitamos que se impliquen», clama Ignacio que pide a Ayuntamiento, Junta y Gobierno que sean ellos los que afronten las obras para estabilizar ladera.

Ricardo López

«Esto tiene arreglo, pero hay que actuar ya»

Otro madrileño que vendió su casa en la capital y compró en los Cármenes del Mar para quedarse a vivir, impresionado por la belleza del paraje, es Ricardo López. Su vivienda no tiene daños tan evidentes como la de su vecino, pero Ricardo tiene una hija pequeña y no puede evitar sentir miedo, sobre todo las noches de lluvia.

«Hay que parar ya la montaña o los que no tenemos daños graves acabaremos igual que los demás. Esto tiene arreglo pero hay que actuar ya, el tiempo corre en nuestra contra», sentencia Ricardo, que también cree que, llegados a este punto, sólo la administración puede ayudarles.

«Esto no nos afecta solo a nosotros, afecta a toda Almuñécar, a Andalucía, ¿pero qué imagen estamos dando? ¿Que aquí te puedes comprar una casa que se cae y no pasa nada?», reflexiona.

Estos vecinos están agotados de tocar puertas y ya no saben si la culpa es del que dio la licencia, del que no construyó bien, de los técnicos, del que no ejecuta las sentencias que anularon las licencias...

«Los únicos que no hemos fallado somos nosotros, no es justo», reitera. La justicia está en marcha y hay un juicio fijado para el próximo mes de octubre, pero los propietarios lanzan una llamada de auxilio. «O la administración se implica o estamos vendidos, si dejan que pague la promotora cuando lo decidan los tribunales, no llegamos».

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