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Almuñécar contra la corrupción

Los imprescindibles comités de sueños

La política sigue tejiendo caminos, para hacer o deshacer, sumando historia a la historia. 

Sería descorazonador ver cómo los grupos políticos y sociales que trabajan por otro mundo más justo confrontaran sus identidades en detrimento del bien común.

Una de tantas manifestaciones contra la creciente pobreza y desigualdad (Efe)

“La política es la historia que se está haciendo o que se está deshaciendo” Henri Bordeaux 

Dijo el poeta Mario Benedetti en más de una ocasión, y cuando aún este sistema no se había presentado con su rostro completamente al descubierto, que el capitalismo real se basa en la injusticia. Habrá aún quien lo niegue, pero lo cierto es que la desigualdad es sin duda una de las características que mejor define nuestro tiempo. 

Esta misma semana un informe de Intermon Oxfam ha denunciado que solo 85 individuos acaparan una riqueza similar a la que poseen 3.570 millones de personas en todo el mundo. Dicho en otras palabras, el 1% de la población más rica posee casi la mitad de la riqueza mundial.

En España, los 20 más ricos tienen lo mismo que el 20% más pobre. En cuanto al futuro, las previsiones no son esperanzadoras: Según la Organización Internacional del Trabajo, la austeridad llevará al desempleo a 13 millones de personas más en todo mundo hasta 2018. Es decir, crece y crecerá el paro y la precarización de trabajadores pobres en todo el planeta.

La plusvalía es, en la era contemporánea, sinómino de explotación e incluso de saqueo. Junto a la desigualdad creciente opera un posmodernismo que solo presta atención al presente, despreciando el pasado, evitando prever el futuro, desechando soñar con otro futuro. 

La izquierda es el sector que defiende políticas a favor de la igualdad económica y social y por tanto, es el ámbito al que los grandes poderes actuales pretenden atribuir un bajo perfil. La fiesta de la recuperación, de los brotes verdes, de esa España próspera que dicen que vuelve, no perdona al aguafiestas, al que viene con su pobreza a cuestas, con su desempleo, con su intemperie, o con discursos que definen y critican una terrible realidad a la que dentro, en la fiesta, intentan maquillar. 

 En esa celebración participan, cómo no, medios de comunicación al servicio del poder, difusores de simulacros y disfraces. El objetivo de la información gestionada por los mass media es, en palabras de Braudillard, el consenso, o lo que Gramsci llamó la creación del sentido común.

En nombre del sentido común se nos intenta convencer, por ejemplo, de que les debemos dinero a las eléctricas o de que la privación de luz, agua o vivienda a familias necesitadas forma parte de un modelo lógico, justo, inmejorable, inevitable. El objetivo de la información es someter a todo el mundo a la recepción incondicional del simulacro retransmitido por las ondas, dijo Jean Braudillard. 

Aún así, el capitalismo manda pero ya no convence. No hubo fin de la historia, a pesar de las predicciones de Francis Fukuyama. La política sigue tejiendo caminos, para hacer o deshacer, sumando historia a la historia. 

Digo todo esto teniendo muy presente un dolor que, por motivos profesionales y personales, me resulta muy cercano: el de tanta gente que en Egipto, en 2011, se jugó la vida por un cambio radical, en defensa de la igualdad, de la justicia social. Son tantos los amigos egipcios que en 2011, tras la caída del dictador, creyeron y sintieron que todo era posible, incluso tomar el cielo por asalto... 

“[Tras la caída de Mubarak]  todo parecía posible”, ha escrito el cineasta egipcio Omar R. Hamilton

“Pensábamos que podíamos cambiar el mundo. Aquello fue transformador: la creencia en los demás que, por un momento, todos compartimos. (...) Si todas las fuerzas que estaban supuestamente en contra de los militares se hubieran unido realmente, ¿dónde podríamos estar hoy? (...)"

"Ahora lloro a los muertos y maldigo a quienes excusan sus asesinatos. Veo cómo la revolución es arrastrada hasta su tumba y no sé qué hacer. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”, escribe en un artículo titulado, precisamente, "Todo era posible". 

¿Llegaremos también nosotros aquí a ese grado de desesperanza? ¿Lamentaremos la oportunidad perdida? Estamos en una encrucijada, en un momento que precisa de estrategia y responsabilidad por parte de las agrupaciones políticas y de los movimientos sociales que defienden los intereses de la mayoría. 

El funcionamiento actual de los poderes fomenta la fragmentación, la atomización, la soledad del ser humano. Es difícil ser colectivo porque todo está organizado de espaldas a la solidaridad. Por eso sería descorazonador ver cómo los grupos políticos y sociales que trabajan por otro mundo más justo confrontaran sus identidades en detrimento del bien común.

Sería una nueva derrota que, mientras el sistema nos dispara en esta guerra sin balas, nos perdiéramos por caminos secundarios, en luchas internas, en divisiones capaces de despedazar la ilusión. Capaces de romper aquello que Julio Cortázar llamó los “imprescindibles comités de sueños”.

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