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Almuñécar contra la corrupción

La bandera es la piel

La bandera es la piel

Miguel Ángel Santos Guerra

La llamada guerra de las banderas es tan absurda como las demás guerras. Ahí tenemos a una parte de la ciudadanía atizando con el mástil en las espaldas o en la cabeza de quienes se niegan a utilizar o a sentir la enseña nacional.

Sé que el ser humano utiliza símbolos. Sé que en una democracia existen leyes. El artículo 3.1 de la Ley 39/1981 dice: "La bandera de España deberá ondear en el exterior y ocupar el lugar preferente en el interior de todos los edificios y establecimientos de la Administración central, institucional, autonómica, provincial o insular y municipal del Estado". Por si fuera poco hay también una sentencia del Tribunal Supremo, del 24 de julio de 2007, que dice lo siguiente: "La bandera debe ondear diariamente con carácter de permanencia, no de coyuntura, no de excepcionalidad sino de generalidad y en todo momento". Esta claro. La ley es terminante.

Pero hay que interpretar la ley con cautela y sabiduría. Y aplicarla con flexibilidad y criterio. Porque la ley está para favorecer la convivencia, no para destruirla. Y si es peor tener una ley que no tenerla, pues debe interpretarse adecuadamente, cambiarse o suprimirse. Como propone sensatamente el Partido Socialista (para escándalo de algunos medios y de algunos puristas) en la Asamblea de la Federación de Municipios y Provincias. Y la explicación es de sentido común: "No podemos obligar a millones de ciudadanos a sentir de una determinada manera los símbolos".

Lo que pasa es que la derecha se ha apropiado de la bandera como si fuera un patrimonio suyo. Y del sentido de la patria. Por eso en sus manifestaciones y en sus mítines, hay banderas nacionales sin cuento. Ellos son más patriotas que nadie. Probablemente porque tienen más patria, es decir, muchas más propiedades. Ellos sienten mucho "la idea de España", pero no tanto a los españoles que no piensan como ellos. Hay que ver con qué desprecio hablan muchos de estos patriotas de los "otros españoles", de quienes defienden la memoria histórica, el matrimonio homosexual o la asignatura de Educación para la Ciudadanía.

Tengo que confesar que no me tiemblan las piernas ni se me acelera el corazón, ni se me ponen los pelos de punta cuando veo izar la bandera española en un evento político, deportivo o social. ¿Será una enfermedad? Y si es así, ¿cómo se cura? No me emociona la bandera, pero sí las personas pobres, hambrientas, enfermas, oprimidas, humilladas e ignorantes. Me conmueve un niño desnutrido de Somalia, una mujer maltratada de Marruecos y un adulto destripado en la guerra de Irak. No son españoles, pero me conmueven más que algunos portadores y defensores acérrimos de la bandera nacional.

Siempre me ha llamado la atención que, al dar noticia de un accidente aéreo, de un secuestro masivo o de una catástrofe, la principal apostilla que se haga sea la siguiente: "entre los damnificados no había ningún español", "entre las víctimas no había ciudadanos españoles". Bueno, si no hay españoles o españolas, ¿por qué vamos a condolernos?

Me siento ciudadano del mundo y mi bandera es la piel del ser humano. Por eso las fronteras me parecen muros que aíslan y enfrentan. ¿No resulta terrible lo sucedido en estos últimos días con la muerte de un inmigrante a manos de gentes que militan en partidos que defienden un Estado sin inmigrantes? ¿No fue terrible la agresión a la chica ecuatoriana en un tren de Barcelona por un joven xenófobo que anda a estas horas libre por las calles de este dichoso país? La identidad es como una pantera que se puede domesticar, pero que cuando es hostigada, mata. Eso dice Amin Maalouf en el estupendo libro ‘Identidades asesinas'.

En nombre de la Patria se han cometido las mayores atrocidades de la historia. Si nuestra patria hubiese sido el mundo, ¿cuántas guerras, cuántas muertes, cuánto dolor se habrían ahorrado?

Se tacha a algunos nacionalismos de fanáticos, de radicales, sin darse cuenta de que todos las nacionalistas lo son. Si se anexionase España, por la fuerza, a un Estado Europeo negando la identidad de quienes tan profundamente se sienten españoles, ¿qué sucedería? Si para decidir que puedan ser españoles argumentan quienes tienen el poder que eso depende de la decisión de todos los europeos, ¿qué dirían los españolistas? ¿Por qué no son capaces de entender a los otros?

Me gustaría debatir en qué consiste ser ciudadano de este país. ¿Es buen español quien pasea la bandera "con orgullo", pero elude pagar impuestos? ¿Es buen español quien defiende la aplicación de la Ley de banderas pero es insensible con quienes son pobres o ignorantes? ¿Es buen español quien habla sin cesar de España pero desprecia a todos los que piensan en España de forma diferente?
Estoy cansado de oír a patriotas como el señor Aznar despotricar fuera de España del Gobierno de su país, desalentar a los empresarios que quieren hacer inversiones en España o jactarse de que España tenía con él un gran protagonismo porque contribuyó a meter al mundo en una guerra. ¿De qué patriotas se trata?

Liliana Cavani filmó en el año 1981 una película de nacionalidad italofrancesa titulada ‘La piel'. Narra con buen pulso y descarnado talento la liberación del pueblo italiano por los aliados. Es una película conmovedora. Viene a decir que la piel es la verdadera bandera. Recuerdo aún la tremenda escena final en la que un tanque aplasta a un ciudadano en el desfile triunfal. Una muerte tan triste como absurda.

La piel es la bandera y el ser humano es la patria. El mundo es la casa que habitamos y en la que tenemos que convivir. Y la tarea que que debemos afrontar es el aprendizaje de la convivencia pacífica que se fundamente en la justicia, en la solidaridad y en la libertad.

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