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Almuñécar contra la corrupción

Que ahora opine el rey

Que ahora opine el rey

Jaime Richart

Ahora le toca al rey replicar a la señora; que nos diga cómo piensa acerca de todas esas cuestiones. Esas sobre las que su pareja se ha despachado a gusto,  Confiamos en  que ésta, a partir de ahora y después de  la nefasta confesión pública, cumpla su inútil función sólo para los que piensan como ella.  Para el resto, mejor que  nos olvide. Los que no profesan su catolicismo ni la retahíla del ultraconservador antes la ignoraban, pero es que ahora la odiarán.

  España estaba partida: acaba de aparecer otro fragmento. ¡A quien se le ocurre! Sólo a una lenguaraz. Y el caso es que esta mujer había venido siendo una de esas figuras hiperrealistas del cuadro a las que sólo les falta hablar. Lo ha hecho después de 30 años, pero para dejar a medio país estupefacto por el atrevimiento y la insolencia mil veces más propios de una plebeya que del tacto del que blasonan las estirpes regias.

  No sabíamos qué pensaba. Nunca se la oyó más que alguna observación escueta y aislada de protocolo. No se sabía de sus ideas personales, aunque se suponían. Suponíamos que no debía ser muy partidaria de los toros al no estar presente en corrida alguna, y que es vegetariana. Pero ha bastado la visita a su casa de una periodista para hacer un libro de la conversación, para saber quién es realmente esta inmigrante de 70 años que tras 30,  no ha perdido el acento extranjero. Lo que le faltaba a la consorte por descubrir  es justo su mentecatez. Los mentecatos lo son porque atribuyen su estulticia también a los demás. ¿Acaso pueden llamarse "privadas", como dice la Zarzuela, a declaraciones  hechas para ser publicadas?

  Esta gente de postín no sabe ni representar su papel. Y es porque en realidad no tiene sitio en el siglo XXI. El uno, hace un año, mandó callar a un jefe de Estado, y la otra infringe la regla más elemental de la diplomacia: la prudencia. No se discute su derecho a pensar como le plazca porque negaríamos el nuestro a hacerlo. Lo que es incalificable y torpe es vocear ideas particulares cuando se supone que quien reina para todos ha de pensar para todos. Esta señora injuria y defrauda al pueblo. La injuria está en hacer ostentación de ideas íntimas que nunca deben salir de la intimidad, y menos por voluntad propia. Sin embargo, lo que ha hecho esta necia es predicar. Por mucho que se escude en el derecho de expresión, ese derecho no es de ella.

  Todos los que detestamos la monarquía soportábamos al personaje, como a su parentela, pensando que entre todos esos vividores ella era el más discreto. Pero sus declaraciones han echado por tierra esa impresión; uniéndose a partir de ahora a la inquina que tiene la inmensa mayoría a la institución monárquica, como se la tiene al Vaticano y a sus arzobispos…

  Si el menosprecio de otro por su condición sexual, porque aborta o porque exige la eutanasia hoy es una abyección, ¡qué condición miserable no tendrá si quien propala su homofobia y se manifiesta contra el aborto y la eutanasia sin matices vive a cuerpo de reina a costa de homosexuales, de quienes se ven obligadas a abortar y de los que deseamos bien morir! Total, una necia despreciable que se escuda en la inviolabilidad constitucional de su persona.

  Y la necedad es el rasgo más grave de un político. En este caso ha aflorado en una consorte extranjera incapaz de callar sus opiniones, pese a que cobra por callar y para transmitir la sensación a la nación de que reina para todos y no para un sector.

  A partir de ahora las declaraciones sobre la renta deberían llevar una casilla donde se pueda indicar que no deseamos costear a la Corona. Al menos, antes de remover a esta pandilla de necios para proclamar la restauración de la República.

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