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Afganistán: una traición a soldados que mueren y matan

Afganistán: una traición a soldados que mueren y matan

Es comprensible que las familias de los soldados muertos traten de convencerse de que sus hijos hacían bien en aquel lugar. Si un hijo mío muriese en las mismas circunstancias, me volvería loco si –en un momento de perspectiva- advierto que él chico no estaba allí por una causa humanista sino por la irresponsabilidad criminal de mi propio gobierno, de los mismos políticos que acuden a su entierro, me pasan la mano por el hombro y huyen hacia adelante enviando más soldados como si fueran sus marionetas. Se da la circunstancia de que el PSOE exprimió políticamente el atentado del 11-M para insinuar –y llevaba razón- que las bombas de Al Qaeda eran una respuesta a la implicación miserable de Aznar y España en la invasión de Irak. Es lógico, sólo por esto, sentir una profunda repugnancia ante la demagogia y el populismo que emplea el actual ejecutivo español.

Los españoles no somos gente de paz. Mientras España, en conjunto (la España que nos representa), se empeñe en decir que la muerte de dos soldados de nuestro país en Afganistán es un “atentado terrorista”, no seremos un pueblo que, en conjunto, merezca la paz porque no respetamos a otros pueblos ni en su último gesto de desesperada dignidad. Es porque los medimos de otra manera.

Aunque los políticos manejen las palabras a su antojo, un ataque rebelde no es un atentado o un atentado terrorista. Terrorismo es arrojar una bomba sobre Hiroshima, y para un afgano medio (que no sabe ni dónde está España) el terror es que un tipo, en Estados Unidos pero con el servilismo cómplice de la España que nos representa, decida arrojar miles de toneladas de bombas sobre su país.

Imagine por un momento, lector, que España bombardea y ocupa el sur de Francia para atrapar a un etarra. Para eso no tenemos pelotas, es otro nivel. Imagine entonces que un día los franceses ocupan España para complacer a Bush. Los periódicos españoles alentarían a cometer “atentados terroristas” contra los invasores y llamarían ataques patriotas a sus gestas sangrientas.

Terror es la sensación que a mí me produce que mis políticos hayan declarado una guerra en mi nombre y sus víctimas me señalen a mí, que no quería atacar a nadie, como su enemigo. Nos conjuramos para decir que hemos superado la Europa de Brocca y de Lombroso y resulta que sólo hemos cambiado las formas pero mantenemos el complejo de superioridad. Eso sí es espantoso.

Se han hecho muchas reflexiones estos días sobre la muerte absolutamente innecesaria de estos soldados. Resumiré dos con las que estoy plenamente de acuerdo para abreviar. La primera es que los soldados son personas armadas y dispuestas a emplear las armas; no son una Ong de caridad y están tan expuestos a matar como a morir, motivo por el que los gobiernos deberían ser mucho más serios cuando envían a militares a otro país (deberían empezar por enviar a sus hijos, como dije otras veces).

Un ejército no es de paz porque lo digan sus propios generales o los familiares de los desgraciados soldados muertos. El único ejército de paz verdadera es el cuerpo de 25.000 médicos cubanos destinados en misiones internacionales por todo el mundo, que por armas llevan agujas hipodérmicas. Allí es una orden de Estado enviar sin costo a estos médicos a cualquier lugar del mundo, como en España se decreta financiar la Iglesia, subvencionar una familia real o gastar unos millones en arte de minorías.

Lo asombroso es que los militares españoles, arropados por los estadounidenses, no piden permiso para instalarse en el país sentenciado por Bush. Sin embargo, los países que sufren una catástrofe sanitaria piden permiso a la embajada estadounidense para que se ablande y consienta la entrada de los médicos de la isla y sus jeringuillas.

La segunda consideración es que si Afganistán no ha declarado ninguna guerra a España, debemos deducir que España está participando en una invasión militar ofensiva sobre ese país asiático, cuya población hace lo que puede para defenderse, y nuevamente debemos ser muy serios con nuestros gobiernos cuando nos embarcan en la invasión de un país por motivos estratégicos y no humanitarios.

No podemos seguir echando la culpa al ‘otro’ del gravísimo error de haber enviado militares a ese país. Y no podemos conformarnos con decir que nuestro gobierno de turno nos engaña: los españoles estamos obligados, cuando se inicia la más mínima operación militar en la que se juegan vidas, a apagar la telebasura para informarnos a fondo de dónde está Afganistán en el mapa.

Deberían comparecer los políticos en horas de máxima audiencia para explicar que se va a enviar a españoles armados a otro país que no nos lo ha pedido (cuando lo pidieron, años atrás, no hicimos ni caso). Debemos saber qué ha hecho ese país para merecer semejante prioridad bélica y si esta prioridad es proporcional a la de otros países en los que, de seguir esta dinámica, también habría que haber intervenido, empezando por aquellos otros países en los que la mitad de la población –la mitad femenina- está literalmente secuestrada desde el punto de vista cultural, económico, político y sexual.

No voy a perder el tiempo en discutir que en este caso, en contraste con Irak, existía el respaldo de la ONU. Todos sabemos, y sobre todo los últimos dos Ejecutivos de España (primero el PP y ahora el PSOE), que se fue a Afganistán por acompañar servilmente la locura de Bush y compañía. Deberíamos tener el valor de pensar que para muchos afganos, los españoles no estamos tan lejos de Bush, por mucho que tratemos de engañarnos. Si algún día abrimos los ojos y asumimos la responsabilidad de España en la campaña militar estadounidense, nos llenaremos de espanto al ver que Zapatero, Chacón y todos los que mantienen esta mentira tienen las manos manchadas de sangre. Y nos manchan a todos. Porque era mentira que allí hubiera una guerra contra el terrorismo y lo saben.

Perdamos el miedo a abrir los ojos. Sacar a un militar de su cuartel es un hecho que hay que tomar con responsabilidad porque se va a matar o morir. Hay que plantar cara a los políticos cuando proponen despertar los más bajos instintos de la población, empezando por el patrioterismo barato, para implicar a todo el país en un acto criminal.

A una guerra se acude por dos causas: por la patria o por ideas. Cuando la guerra es por la patria, ésta puede ser defensiva (unión nacional ante una invasión) u ofensiva (guerra nacionalista, de invasión). Afganistán no tiene nada qué ver con este modelo. El conflicto militar por ideas es el que tiene más riesgo, pues puede estar propiciado por una causa noble o necesaria –como lo fue combatir al nazismo- o estar generado por impulsos imperialistas (ideología política o económica, intereses empresariales o personalistas, etc).

Si los ciudadanos logramos quitarnos de encima la falsa propaganda y los complejos de inferioridad ante los políticos, podría llegar un día en que descubramos que ésta no era una guerra de España, ni siquiera una guerra de los Estados Unidos como patria. Era una guerra innoble e innecesaria iniciada por unos malos gobernantes de EEUU para apoyar los intereses estratégicos y empresariales de algunas multinacionales en la región.

Si algún día los ciudadanos somos capaces de abrir los ojos y ver que la idea que los políticos esgrimen para ir a la guerra no es nuestra idea –y ni siquiera es una idea noble- llegaremos a la conclusión de que los que traicionan a España y a nuestro ejército son nuestros propios dirigentes políticos.

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