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Almuñécar contra la corrupción

Huele a chamusquina

Huele a chamusquina

LUIS MUÑOZ

En verdad, en verdad les decimos que ya nos tiene un tanto quemados el arzobispo de Granada, don Javier Martínez, que ha tenido a bien darnos su opinión una vez más, en esta ocasión a cuenta de que somos más malos que la piel de diablo con los condones y las píldoras abortivas.

En una carta pastoral-periodística, sonseñor Martínez elogia con pasional desmesura al Papa, que un reciente viaje a África tuvo la ocurrencia de decir que los preservativos hacen que el sida se propague con más rapidez. En primer lugar aclararemos que la encendida defensa que hace sonseñor de Benedicto XVI no nos extraña, que poner a parir (y perdonen la expresión) al jefe no suele ser bueno a la hora de pedir aumento de sueldo o que corra el escalafón.

Tampoco son para rasgarse las vestiduras las opiniones vertidas en la carta, ya que va de suyo que un arzobispo considere pecado el sexo, tanto el compartido como el solitario, el condón, el aborto, la píldora abortiva, la investigación con células madre, la fecundación in vitro o el matrimonio homosexual. Lo raro sería que estuviera a favor.

Lo que ya no es admisible –y es lo que nos tiene bastante quemados– es que para defender sus ideas (presuntas) nos acuse a la mayoría de nosotros no sólo de pecadores –que lo somos– sino de cometer crímenes contra la Humanidad, exabrupto que nos mosquea (tampoco mucho), proviniendo de un señor que forma parte de un colectivo que llevó bajo palio al pequeño dictador durante 40 años, que no permite que se investigue la curación de penosas enfermedades o que obedece a pies juntillas al gran pastor alemán, que en su juventud formó parte de las Juventudes Hitlerianas.

Aunque lo peor de todo, lo que tiene más peligro –más incluso que el Barcelona en una buena tarde– es la asombrosa capacidad que tienen los sonseñores de nombrarse a sí mismos portavoces del género humano, sobre todo del género humano español, aún en contra de nuestra voluntad, expresada una y otra vez en las urnas durante 30 años. A pesar de ello, siguen erre que erre intentando imponer (pagando todos nosotros) su santísima voluntad por medio de la insumisión a las leyes, como es el caso de Educación para la Ciudadanía; presionando con manifestaciones callejeras o aconsejando el voto para un determinado partido político. No queremos ni pensar lo que podrían hacer si Franco levantara la cabeza y volvieran a tener mando en plaza.

Como mínimo, resucitar la tan añorada –para ellos– Santa Inquisición, más conocida ahora como Congregación para la Doctrina de la Fe, cuya comisión nacional dirige precisamente sonseñor Martínez, el único prelado español de la Historia que se ha sentado en el banquillo de los acusados, por decirle a un subordinado "con el látigo te he de enseñar a obedecerme", y citamos textualmente.

Con estos antecedentes, imaginamos a sonseñor revestido de pontifical y plenos poderes, dirigiendo un auto de fe contra abortistas, fabricantes de píldoras, médicos, enfermeras, inseminadores artificiales, investigadores o todo aquel que ose decir que la tierra es plana y que gira alrededor del Sol. Para tan iluminado cargo, don Javier fue elegido por dos docenas de votos viejunos –en segunda vuelta– frente a los 14 millones de criaturitas humanas de toda edad y condición que apoyamos a los partidos que han aprobado las leyes del aborto o de la píldora abortiva. Como ve, hay una ligera diferencia a nuestro favor.

Y si su eminentísima paternidad (es un decir) quiere darnos lecciones de moral, le recordamos que, aunque no hay que ser gallina para saber lo que es un huevo, sí ayuda bastante tener algo de experiencia en lo que se opina. No es de recibo que un hombre que a los 60 años no ha conocido mujer ni a sí mismo, que no ha estado embarazado, que no ha tenido hijos y que no se ha muerto nos dé lecciones de cómo hay que folgar, preñarse, nacer o morir con dignidad. Y menos mal que a la Inquisición se la llevó el tiempo, que si no, sí que estaríamos quemados. Pero más que un churrasco.

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