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Almuñécar contra la corrupción

Paciencia, Chantal; Chantal, paciencia

Antonio Avendaño. Andaluces.es

Todavía medio dormido, a toda velocidad, deprisa deprisa, reviso en la templada mañana de agosto los periódicos en busca de alguno que titule acordándose de las dos religiosas infectadas por el ébola a las que el avión español ha dejado en África porque no son españolas. Y tal vez también por ser negras. ¿Por negras –inquiere el respetable colega de turno-, pero si con el sacerdote Miguel Pajares ha viajado también a Madrid la hermana española de origen guineano Juliana Bohi? En efecto, Juliana, aunque no está infectada, ha viajado en ese avión providencial, aunque en general siga habiendo una providencia para blancos y una providencia para negros. Lo que ocurre es que cuando eres negro pero ciudadano europeo, en realidad dejas de algún modo de ser negro. Los pasaportes hoy en día operan milagros.

Mientras tanto, Chantal Pascaline y Paciencia Melgar se han quedado en tierra, en mitad del horror, el horror, cercadas por el abandono y la desgracia, esperando, ay Chantal, ay Paciencia, la muerte tan temprana.

Pongámonos por un instante en la hipótesis de que las dos misioneras que trabajaban con el padre Pajares hubieran sido igual de misioneras, hubieran estado igual de infectadas y hasta hubieran sido igual de negras, pero su pasaporte hubiera sido francés, inglés u holandés. Habría ocurrido esto: dado que se trataba solo de tres europeos infectados, con un solo avión bastaba, de manera que Francia u Holanda se habrían puesto en contacto con el Gobierno español y, hoy por ti, mañana por mí, en media hora habría quedado resuelta la cuestión: las otras dos misioneras también regresarían en el avión español, faltaría más embajador, a tus órdenes, no te quepa la menor duda, ¿me oyes?, ni la menor duda: como si fueran de los nuestros. Eso es lo que habría ocurrido y todos lo sabemos.

Chantal es congoleña y Paciencia es guineana, pero ni el Congo ni Guinea están para llamadas ni compadreos diplomáticos. Paciencia, Chantal; Chantal, paciencia. Seguramente sus gobiernos ni conocen el caso porque ni el Congo ni Guinea son Francia ni Holanda.

Mientras tanto, el desventurado Miguel Pajares, enfermo del ébola y enfermo de culpa, habrá viajado a España angustiado por el peso de un remordimiento que no merece pero que no le impedirá sospechar que si sus compañeras de infortunio hubieran sido europeas y preferiblemente blancas, esta mañana estarían ocupando alguna de las varias decenas habitaciones del hospital Carlos III que han sido desalojadas por temor al contagio.

Ya más despabilado, regreso a la web. Tal vez no he mirado bien, tal vez me he saltado alguno de los periódicos, son tantos que suele pasar. Y más en agosto. Debo estar algo lento esta mañana. Ni que fuera negro, joder. Al fin respiro con alivio, no sé si alivio moral o meramente profesional. Por fin doy, uf, con este titular de apertura de Público: ‘El Gobierno abandona a su suerte a los compañeros de Pajares infectados por el ébola’. Al menos uno de nosotros ha salvado el honor de todos. Todavía nos queda corazón.

¿Público, dices?, vuelve a inquirir el respetable colega de turno. Sí, Público, eso digo. Bueno, no es por desmerecer, claro, pero es que, bueno, ejem, cómo te diría, es que Público… bueno, que Público es Público. ¿Y? Bueno, que es un periódico digamos que algo subidito de rojo, ¿verdad? ¿Y qué? ¿Cómo y qué? ¡Pues que no es lo mismo que eso lo escriba Público a que lo escriban otros! Debo seguir medio dormido porque no lo entiendo. Bien, chico, intentaré explicártelo rápidamente y sin resultar ofensivo, como con un titular: los periódicos rojos son a la prensa normal lo que los ciudadanos negros son a los blancos, ¿lo entiendes ahora, joder, que hay que explicároslo todo? Lo entiendo, lo entiendo. Es más, hasta un negro lo entendería.

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