Guantánamos europeos
Rafael Fernando Navarro
La Unión Europea quiere expulsar de su territorio a ocho millones de inmigrantes ilegales. No importa el ser humano. No importan las causas de su venida. No importa el trauma que significa la lejanía. No importa la nostalgia, el recuerdo negro de una Africa cercana o el calor de un poncho americano. Está por encima de todo la ilegalidad. El hombre tiene una unión hipostática con sus papeles.
No es fácil repatriar ocho millones de inmigrantes. Y mientras esa meta se alcanza, hay que legislar en el Parlamento europeo (para darle visos de legalidad a lo inhumano del gesto) la forma de aglutinarlos en recintos donde permanezcan aislados sin contaminar la elegancia europea, sin que a nadie le roce el hedor que produce el hambre, sin que nuestra posición de aventajados economicamente se vea perturbada por la presencia siempre incómoda de los sin techo. Nosotros sabemos fabricar nuestra propia miseria sin necesidad de importarla. Vamos a encarcelarlos (aglutinar le llaman ahora) sin derechos, sin concesiones al grito, sin oportunidad a la autodefensa. Vamos a construir nuestros guantánamos europeos.
España -dice el Gobierno- va a votar a favor de la medida, pero no va a aplicarla nunca. Ultimamente se da un paso adelante: "aunque tengamos que acudir a esa reclusión, siempre respetaremos los derechos humanos" ha dicho Rubalcaba.
Europa siempre cristiana. Defensora siempre de los valores de Occidente. Madre y maestra de pueblos conquistados, convertidos al cristianismo, tatuadora de cruces. A esta Europa, vividora de esas conquistas y parásito frecuente de sus colonias, le estorban los inmigrantes. Superamos nuestros campos de concentración tan recientes y ya estamos añorando el modelo de Guantánamos americanos.
Deberíamos recobrar la memoria. Hemos olvidado las alpargatas de esparto, ahora que calzamos mocasines italianos. Delante de nuestros platos mediterráneos nos repugna el calor de la sopa de castañas que comíamos ayer. Ante las grandes catedrales del consumo preferimos sacudirnos el auxilio social, y las cartillas de racionamiento y el estraperlo. ¿Hace tanto que fuimos pobres? ¿Hace tanto de Alemania, de Bélgica, de Suiza, de Argentina, de México? ¿Fuimos siempre "legales"? Rotundamente no. Pero teníamos que huir de una guerra, de una dictadura atroz. Y eso justificaba la fuga -legal o ilegal- de nuestros poetas (Alberti, Machado), de nuestros albañiles, de nuestros campesinos. Y cuando viajábamos nos encontrábamos lágrimas españolas, morriña española, añoranza de sevillanas y jazmines. Algunos volvieron con el sudor chorreado de su frente. Otros sembraron Galicia, Cantabria o Guadalajara bajo la sombra de un quebracho.
Pero lo hemos olvidado. Nos hemos construido un presente prometedor de futuro. Somos ricos. Lo tenemos todo. Dentro de poco incluso -qué alegría- hasta disfrutaremos de nuestros propios guantánamos.
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