¿Dónde está el partido socialista?
Juan Torres Lopez
Vivimos tiempos muy tormentosos. La economía ha saltado por los aires, en solo un año casi 1,3 millones han perdido su puesto de trabajo, los bancos obtienen miles de millones de beneficios al mismo tiempo que cierran el grifo del crédito a las empresas que se vienen abajo.
Se quiera o no, es muy difícil, por no decir imposible, que el modelo económico que había dado fuelle a estos últimos años de bonanza vuelva a ser lo que era. Y por ello debería ser urgente encontrar nuevas alternativas, fórmulas que no sean justamente las que acaban de fallar para salir de la crisis. Si algo urge, son las ideas y si estamos careciendo de algo es precisamente de ellas.
La derecha que no está gobernando en España, o los republicanos en Estados Unidos, se pueden permitir el lujo de jugar al destrozo, a hacer lo posible para que fracasen los gobiernos con la idea de que así les será más fácil recuperar el poder que perdieron. Pero incluso la que está gobernando, como en Francia o Alemania, se ve obligada a buscar caminos que de alguna manera innoven y abran algunas vías de escape ante la debacle que se nos viene encima. No es casualidad que incluso le estén pisando el terreno de las ideas a sus adversarios ideológicos socialdemócratas.
Pero es muy difícil que los gobiernos piensen o, al menos, que lo hagan con suficiente antelación, con sentido estratégico y con un horizonte que vaya más allá del periodo en el que deben llevar a cabo su actuación. Además, suelen ser el resultado de compromisos generalmente inestables, de alianzas más o menos explícitas y es lógico que reflejen cierta heterogeneidad. No son ideas ni la formulación de los grandes principios morales que condicionan el futuro de los pueblos lo que cabe esperar de ellos sino acciones, muy poca teoría y sí el mejor gobierno posible.
Pero es imposible que ésto último se consiga si de algún otro sitio no surgen las estrategias, si antes no se han diseñado los horizontes a medio y largo plazo, las coordenadas y los valores en los que situar lo que más tarde necesariamente ha de traducirse en una práctica lo más rápida y ejecutiva posible.
Es más, cuando se carece de ello, cuando se llega al gobierno sin una hoja de ruta, sin principios, sin encuadres ideológicos y sin propuestas políticas previamente digeridas por el cuerpo social o por quienes aúpan a los despachos a quienes gobiernan, lo que suele suceder es que el propio gobierno se desdibuja, se hace una mera gestión de la coyuntura, no da frutos a largo plazo y desmoviliza y frustra a la sociedad.
Lo que viene ocurriendo en nuestro país está justamente en esta línea. Cada vez es más habitual considerar que quien lidera el gobierno es quien lidera a la sociedad y a su partido, quien se convierte en la fuente de cualquier idea, de todo principio de actuación y en el oráculo al que hay que consultar antes de tomar cualquier decisión.
No se trata de una desviación hacia el presidencialismo. Es peor, tiene más que ver con el personalismo totalitario. Y es además, una fuente segura de ineficacias y de renuncias.
Es verdad que la llegada de Zapatero supuso un soplo de aire fresco y que permitió que el partido socialista se dejara llevar por una ilusión colectiva que en gran parte se trasladó a toda la sociedad. Pero su liderazgo ha ido consolidándose en la misma medida en que han ido desdibujándose y perdiendo nitidez las ideas socialdemócratas y sobre todo, o quizá precisamente como consecuencia de ello, la pulsión interna de su partido.
A mi juicio, el partido socialista está cada vez más oculto tras la sombra que refleja un liderazgo demasiado personalista y del cual, para colmo, no fluyen sobre todo ideas y doctrina, sino más bien un concepto muy soft de la política y no precisamente sobrado de materia gris y proyectos estratégicos.
Es decepcionante comprobar que en una situación como la que estamos viviendo no se esté impulsando el debate y el pensamiento colectivo, la presencia del partido como vertebrador de proyectos que ilusionen y que sean capaces de volver a poner en marcha con nuevo vigor y con una lógica diferente a la economía y a la sociedad.
No sé si es que no quiere hablar o es que se le calla pero la impresión que tengo es que el partido socialista, y los propios socialistas, se mantienen en silencio dejando hacer al gobierno. Basta ver que se han tomado decisiones de gran trascendencia y que han condicionado la política social y económica sin que el partido ni siquiera haya tenido noticia previa de ellas. O que se gobierna el día a día incluso contraviniendo el programa o el ideario más elemental del partido que se supone que es lo que realmente une a sus afiliados, simpatizantes y votantes.
Es verdad que jurídicamente la responsabilidad del gobierno corresponde solamente a su presidente pero ¿es aceptable que también sea así políticamente? ¿No es lo lógico que, salvando en todo caso la natural autonomía que ha de tener quien lo lidera, el partido del gobierno lo controle y le dé las referencias estratégicas, quien suministre los principios de actuación, las coordenadas en la que deba moverse, quien constituya la inteligencia orgánica que de sentido a la acción del gobierno?
Todavía se mantiene en la web del Partido Socialista una entrevista con Rodríguez Zapatero en la que éste decía, en febrero de 2008, que "no hay riesgo de crisis económica".
Me pregunto si un error de previsión y perspectiva tan inmenso y que con toda seguridad ha tenido que influir en la planificación de la acción de su gobierno hubiera sido posible si el análisis de lo que está sucediendo fuese el resultado de un pensamiento colectivo abierto y crítico de su partido y del conjunto de sus militantes.
Es decir, si en lugar de gobernar enrocado y confiando solamente en la sabiduría y en los prejuicios ideológicos de unos cuantos tecnócratas encerrados en La Moncloa se recurriese a la inteligencia de todo un partido cuyas gentes viven la calle, hablan con sus conciudadanos y tienen la perspicacia que da el contacto más directo con los problemas reales.
En lugar de eso, las agrupaciones del partido (y no solo las del PSOE) palidecen. Sin protagonismo, la militancia se convierte en un simple reclamo para que los dirigentes se perpetúen en sus cargos. Y es así como el partido pierde al alma, se debilita y debilita, paradójicamente, a los propios dirigentes que reducen su protagonismo. Así se hace conservador e insensible, un organismo poderoso a través de quien lo controla pero ausente, una sombra, nada más que una ficción, la caricatura del instrumento de regeneración social que quiso ser.
Basta hablar con afiliados del partido socialista para comprobar que la inmensa mayoría de ellos y de ellas piensan de un modo distinto a como piensan la mayoría de sus dirigentes, y que no comparten las medidas liberales que lleva a cabo su gobierno, aunque las apoyen por un sentido de la militancia o del compañerismo muy difícil de entender para quien aprecia más la coherencia personal e ideológica que los lazos de partido.
Y así nos va.
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