Derecha, derechos, Cuba
Cuando quienes conculcan los derechos son nuestros aliados, es preferible -parece- mirar hacia otro lado.
Carlos Taibo
El viaje a Cuba del ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha vuelto a suscitar las protestas agrias, y rituales, de buena parte de nuestra derecha. Si la preocupación, aparente o real, que el grueso de esta última muestra por los derechos humanos en Cuba se extendiese a los muchos lugares del planeta en los que aquellos son pisoteados, nuestros conservadores deberían acoger en sus filas a decenas de millares de activistas. Al calor de las fórmulas de financiación asumidas por el PP, hay que convenir que la inclusión en nómina de esas gentes no sería tarea inabordable para la primera fuerza política de la derecha española.
Pero lo cierto es que toda la atención que los derechos humanos suscitan en nuestro mundo conservador se concentra en Cuba.
Apréciese que en el magma político-ideológico que hoy nos atrae faltan llamativamente las críticas a un país, Arabia Saudí, en el que los derechos más básicos son sistemáticamente conculcados, sin que ello provoque ninguna mala conciencia entre nuestros conservadores, acaso más preocupados por mantener indemnes los flujos de abastecimiento de petróleo y algunas fórmulas de financiación que afectan a reales instituciones.
Tampoco han menudeado las quejas en lo que se refiere a las criminales políticas que los dirigentes israelíes han abrazado en Gaza y en el Líbano, o a los asesinatos de sindicalistas y maestros en Colombia; cuando quienes conculcan los derechos son nuestros aliados, es preferible -parece- mirar hacia otro lado. Cerremos una lista que podría ser mucho más amplia con la mención del singularísimo caso de China, un modelo calurosamente elogiado por Esperanza Aguirre y que, como todo el mundo sabe, refleja en plenitud las virtudes de la democracia pluralista y los derechos humanos; poderoso caballero es, claro, y de nuevo, don dinero.
Así las cosas, hay que preguntarse por las razones que explican la obsesión que nuestros conservadores muestran por los derechos humanos -a menudo maltrechos, sí- en Cuba. Sin menoscabar el ascendiente que corresponde a la colonia cubana exiliada, parece que las explicaciones al respecto son tres.
La primera da cuenta, claro, del designio de repudiar un sistema político y económico que se rechaza, no por las violaciones de unos u otros derechos, sino por su condición ideológica intrínsecamente perversa; para reactivar el debate correspondiente, ahí está, por cierto, la convocatoria por el PP de una manifestación que, en Madrid, debe celebrar la desaparición, 20 años atrás, de lo que sus portavoces entienden que fue el comunismo.
Si la segunda remite a la pervivencia orgullosa de cierto vínculo colonial que se traduciría en el firme designio de seguir tutelando lo que ocurre en América Latina, la tercera y última nos recuerda que, en este como en tantos otros terrenos, los populares no han hecho otra cosa en los últimos decenios que acatar sin rebozo las políticas que, con respecto a Cuba, han defendido los gobernantes de EEUU.
No está de más que subrayemos que, en lo que hace a esto último y entre tanta podredumbre, las posiciones contemporáneas de nuestra derecha son bien distintas de las que avalaron muchos de sus mentores ideológicos, antes dispuestos a recordar la afrenta que supuso 1898 que a contestar los presuntos desmanes a los que se habría entregado el comandante Castro.
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