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Sobre el euro y la crisis, y las antiguas consideraciones de Julio Anguita: De lo mejor que nos ha pasado

Sobre el euro y la crisis, y las antiguas consideraciones de Julio Anguita: De lo mejor que nos ha pasado

En un reciente artículo: “El euro y el Fondo Monetario Europeo”, Alejandro Nadal, un economista de los que uno puede aprender siempre, incapaz de pensar unilateralmente olvidando registros y ámbitos anexos esenciales y, más en concreto, la situación de las clases y grupos sociales desfavorecidos, señalaba: “[…] La creación del euro significó para los miembros de la eurozona una pérdida de soberanía en materia de política monetaria y cambiaria. El ganador fue el Banco Central Europeo (BCE), una institución financiera autónoma que no rinde cuentas a nadie. El BCE controla desde entonces el tipo de interés y la política monetaria para la eurozona. El esquema macroeconómico europeo también impone límites al gasto público, pasando así a controlar la política fiscal. Pero la eurozona no cuenta con un mecanismo que permita transferencias fiscales entre sus miembros […] Por ese motivo, la eurozona exige una férrea disciplina macroeconómica, que no se ha cumplido en la práctica. Ni el tope de endeudamiento (60% del PIB) ni el del déficit fiscal (3% del PIB) han sido acatados por muchos de los integrantes de la eurozona, lo que lleva a dos reflexiones…”.

Valdría la pena continuar pero permítanme que lo deje en este punto.

En parecidos términos, con escasas diferencias de tono y nulas de contenido, Julio Anguita -no fue el único desde luego- lo señaló, explicó y argumentó hace más de una década en reiteradas ocasiones. Insistentemente. Con paciencia. Sin perder los nervios. Con buena pedagogía y con excelentes maneras.

No se le hizo caso. Se lo demonizó hasta límites poco habituales que merecían un estudio sociológico. Se rieron de él, o hicieron ver que se reían de él. Y no solo entre las filas militaristas y zafias de la derechona de siempre o en el llamado “centro izquierda”, sino entre grupos y personas que decían formar parte de la “izquierda transformadora”. No era elegante, no quedaba bien, no daba el tono, no decía lo que tocada decir, apuntaba siempre verdades trasnochadas, sonaba a rancio, y, por si fuera poco, defendía a Cuba. Estas fueron algunas de las lindezas lanzadas al aire y en los medios que sería bueno recoger en una antología de urgencia de disparates e insultos.

Nos costó verlo. No estuvimos suficientemente alertas. Perdimos el rumbo. Nos cegaron las luces de neón y los artefactos pueriles. Nos obnubilaron la visión con proclamas postmodernas y lenguajes insustantivos. No hay duda de que la Historia, en mayúsculas, y la política, en minúscula, no son únicamente asunto de personalidades o líderes acertados. Desde luego. Pero, admitámoslo también, la sensatez, la coherencia, el hablar claro y el no perder el rumbo, y sobre todo, el no dejarse encandilar por cantos de sirenas que actúan tras cuidadosos diseños y por los oropeles de un mundo capitalista, en fase de máxima codicia, cada día menos humano y menos conciliable con la prolongación de la vida en nuestro planeta [2], son instrumentos necesarios para transitar con dignidad y prudencia. Julio Anguita supo nadar contracorriente, pensó políticamente como pocos pensaron e intentó enseñarnos a los demás a mirar con ojos no cegados. Contra la ceguera fue su lema.

Para nuestra fortuna, sigue activo, lúcido y en pie de paz y combate . Y no sólo con sus palabras. El mismo lo ha dicho en más de una ocasión: en el principio, consistentemente, fueron el Verbo y la Acción.

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