LUIS GARCÍA BERLANGA: EL DULCE PLACER DE LA TRANSGRESIÓN
Rafael Calero Palma
El Pasado sábado 13 de noviembre fallecía en su casa de Madrid el director de cine Luis García Berlanga. Tenía 89 años. El legado que deja para la posteridad es extraordinario: 17 películas, entre las que se cuentan un puñado de obras maestras y, sin ningún género de dudas, el gran alegato contra la pena de muerte que fue, que es, que seguirá siendo, El verdugo.
García Berlanga había nacido en la ciudad de Valencia en 1921, en el seno de una familia acomodada. Su padre llegó a ser Gobernador civil de Valencia durante la República. Este hecho, obligó al joven Berlanga a alistarse en la División Azul para luchar en el frente de Rusia, con el objetivo de salvar la vida de su padre. Allí coincidió con Luis Ciges (en la misma situación que Berlanga), que luego participaría como actor en muchas de sus películas. Sobre esta etapa de su vida dijo: “Lo pasé muy mal, fundamentalmente, por dos cosas: por el frío y por el miedo.” Y solía añadir: “Con todo, confieso sentir la satisfacción personal e íntima de no haber disparado un solo tiro en el frente, con lo que tengo la tranquilidad de no haber podido participar directamente en la desgracia de nadie.”
A finales de la década de los cuarenta, se matricula en la Escuela de Cine (su nombre técnico era Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas), donde coincide con Juan Antonio Bardem, y donde algún tiempo después, el mismo Berlanga trabajaría como profesor. Con Bardem dirige, en 1951, a medias, la que sería la primera película para ambos directores: Esa pareja feliz, interpretada por Fernando Fernán-Gómez y Elvira Quintillá. Bardem se encargó de la dirección de actores y Berlanga de la dirección técnica. Con esta película, ambos directores ponen los cimientos de lo que será el cine español en los años venideros. En la película ya se encuentran todos los ingredientes que, posteriormente, el director valenciano iba a desarrollar en sus películas en solitario: el tono cómico para una obra teñida de tragedia y, sobre todo, ese pozo amargo, profundamente adverso, de unos personajes condenados al fracaso, muy a su pesar. También desde el mismo comienzo de su carrera como director, se puede apreciar la importantísima influencia de directores norteamericanos como Capra o Sturges, que estaría latente en toda su filmografía, pero especialmente en la primera etapa.
Se puede hablar de dos etapas bien diferenciadas en el cine berlanguiano: la primera, desde sus comienzos hasta la llegada de la democracia, o tal vez sería más preciso matizar, hasta la muerte de la censura. La segunda, desde La escopeta nacional, rodada en 1977, hasta su última película, Paris-Tombuctú, de 1999. Indudablemente, sus mejores obras datan de la primera época: Bienvenido Mr. Marshall (1953), Los jueves, milagro (1957), Plácido (1961) o El verdugo (1963). La tetralogía formada por estas cuatro películas lo encumbra a la cima del cine europeo, llegando incluso a estar nominado para el Óscar a la mejor película de habla no inglesa por Plácido.
Es en esa España negra y cutre del franquismo en la que el director valenciano saca de su interior toda la capacidad que posee de burlar a una censura estúpida y puritana. Cuanto mayor es el control, más se crece Berlanga. El mejor ejemplo, sin duda, lo encontramos en El verdugo, para muchos críticos la mejor película de la historia del cine español. Interpretada por un inconmensurable Pepe Isbert, acompañado por Emma Panella y Nino Manfredi, la película narra la historia de un hombre que por conseguir un piso del Estado, se ve obligado a convertirse en verdugo, en aquella España de garrote vil, con la esperanza incierta de que nunca tendrá que ejecutar a nadie. Para los anales de la historia del cine, permanecerá ese plano secuencia final en el cual, el verdugo es arrastrado por los policías para que cumpla con su deber y ejecute al reo. Todavía hoy, cuando han transcurrido 47 años desde que se hiciera la película, uno no se explica cómo a la censura se le coló aquel guión.
Con la llegada de la democracia el cine berlanguiano, sin cambiar completamente de rumbo, lima asperezas y se hace un poco menos hiriente, menos incisivo. Con todo, algunas de las obras de esta segunda etapa, rozan un altísimo nivel, por ejemplo, La escopeta nacional o La vaquilla, su película sobre la Guerra Civil española. Pero qué duda cabe, en películas como Moros y cristianos o Todos a la cárcel no consigue crear aquellos retratos de personajes arquetípicos de nuestro país, como había hecho en el cine de su primera etapa.
Luis García Berlanga ha sido uno de los más grandes directores que ha dado el cine. Un ser tremendamente lúcido e inteligente, tierno y duro a un tiempo, irónico y trágico, charlatán y erotómano, ácrata y burgués, pícaro y bon-vivant, maestro del humor negro, de la transgresión más feroz, del surrealismo, un genio que cultivó como nadie ese estilo tan hispano llamado esperpento. Luis García Berlanga: un personaje irrepetible.
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