20 horas
Tomás Hernández. Costadigital
El discurso de la presidenta Aguirre sobre los horarios de los profesores ha sido debidamente contestado, en muchos medios, con muchas razones y por muchas personas. ¿Para qué insistir? Es falaz y malintencionado.
Es falaz, o sea, ‘embustero y falso’ según el DRAE, porque el ahorro en contratación de profesores interinos y su inevitable consecuencia -la verán pronto-, el aumento del número de alumnos por aula, afectará a la enseñanza que se imparta en clase. Sorprende doña Esperanza que con una ‘tacita’ que quitamos a la enseñanza pública, otra ‘tacita’ a la sanidad, también pública, pues se va haciendo sus ahorrillos. Al mismo tiempo se baja, me dicen, la fiscalidad a los colegios concertados. ¿Paradojas? ¿O un ataque sin complejos a los servicios públicos para prestigiar los privados?
Pero es el despropósito de su afirmación lo que irrita y sobrecoge. De sobra sabe doña Esperanza y cualquier persona, que los profesores trabajan algo más de las veinte horas de exhibición al público. Pero ella estira el dedo, y señala, y dice: ‘Miradlos. Veinte horas y se quejan aún’.
Ya he dicho que no voy a entrar en la filosofía horaria de doña Esperanza, pero repugna, y preocupa, el propósito denigrador de sus palabras.
Doña Esperanza, un pueblo que no respeta a sus maestras, y en este oficio las primeras fueron ellas, es un pueblo perdido. Usted, creo recordar, fue ministra de cultura. ¿Qué le ha quedado de aquellos años?
Señalar a los profesores como un grupo de privilegiados y vagos quejumbrosos, es una temeridad. ¿Llevará luego su pretendida policía autónoma a las aulas para recuperar el respeto cuya pérdida usted auspició?
Le dejo a doña Esperanza estas palabras de Confucio que anoté los otros días entre los papelajos que siempre llenan esta mesa: ‘Aprender sin pensar, es inútil; pensar sin aprender, es peligroso’.
¿Y gobernar sin pensar ni aprender? ¿Qué diría Confucio?
0 comentarios