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Almuñécar contra la corrupción

La estrategia del shock

La estrategia del shock

Francisco Cervilla. Costa Digital

Sin entender nada de economía, salvo los cursillos acelerados que ofrece la prensa, uno tiene la impresión de que la crisis económica es un éxito, el éxito de los mercados frente al fracaso de los Estados. Los estragos económicos y el desempleo de millones de personas tienen como reverso la ganancia cada vez mayor del pujante capitalismo financiero, es decir, de los especuladores.

La vida se ha vuelto espasmódica. Cada día trae una convulsión económica de manos del gobierno, cuyo principal objetivo es, como ya se sabe, calmar a los mercados, con quienes por encima de todo desea cumplir, sin conseguirlo. Lo que sí consigue junto con la UE, el FMI, Merkel y el sursuncorda es, como se dice, meternos el miedo en el cuerpo, y hacernos vivir bajo la coacción y el chantaje  ante la permanente amenaza de ese averno que sería la intervención.

Se ha instalado el discurso del miedo, que siempre ha funcionado como instrumento eficaz para obtener obediencia y resignación, hasta el punto de llegar a lograr la identificación con las medidas que merman nuestros recursos y derechos. Se nos acusa y se nos hace responsables –a los administrados, no a los administradores- del colapso capitalista dejando de lado las deformidades del sistema: las normas legales que han permitido la deriva actual, la desregularización de los mercados, la corrupción de las instituciones financieras, la corrupción política, el despilfarro en la gestión pública, etc.

Naomi Klein, autora de La doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre, sostiene que la crisis actual responde a una ingeniería económica cuyo objetivo es implantar con mayor fuerza el capitalismo. Desarrolla su tesis a partir de las teorías económicas de Milton Friedman, quien extrapoló a la economía el principio subyacente al uso del electroshock, según el cual el pasaje de determinada corriente eléctrica por el cerebro limpia la mente de los pacientes psiquiátricos, que los volvería más dóciles y susceptibles a la sugestión.

Un trauma colectivo, dice Klein, produce un estado de shock que vuelve a los sujetos –igual que a esos pacientes, permítaseme decirlo, sometidos a ese suplicio- más sumisos y proclives a seguir a los líderes que afirman protegerlos. Ese tratamiento de choque es el que Friedman aconseja a los políticos a la hora de imponer medidas impopulares antes de que la gente recupere la lucidez perdida y pueda defender los valores que les quieren sustraer.

A la luz de estos planteamientos se pueden entender mejor las palabras de la lideresa madrileña cuando afirma que la crisis es el mejor momento para hacer reformas profundas porque hay comprensión general, siendo esa comprensión general el eufemismo, otro más en boca de los políticos, de acatamiento y obediencia.

El FMI, por su parte, ha decidido dejarse de palabrerío y, desde el confort económico en el que viven sus directivos, va al grano: sobra población. Viejos, jubilados o pensionistas. Nos hemos convertido, dicho textualmente, en un riesgo porque vivimos más años. Así pues el aumento de la expectativa de vida -al que por otro lado nos animan las políticas sanitarias basadas en hábitos de vida más saludables- se nos vuelve en contra pues nos transforma en material excedente, en un peligro para la economía, o sea, para los mercados. Estos son los que realmente triunfan, con una frialdad propia de los más peligrosos psicópatas.

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