Deshojando la margarita (pocha) del rescate
Al final saldrá Rajoy, un rato antes de irse al fútbol, y dirá: “Vaaaale, veeeenga, pediré el rescate, ya que insistís tanto…”. Él, por supuesto, no quiere pedir el rescate, como no quiere subir el IVA ni aprobar unos presupuestos que no gustan a nadie, y a él menos que a nadie. Pero son tantos ya los que le animan, invitan, sugieren, suplican o directamente presionan, que al final pedirá el rescate por no desilusionarles.
Es digno de estudio el “clamor” que en las últimas semanas se ha construido en España a favor del rescate. En poco tiempo hemos pasado del rescate que “España no necesita”, al rescate “inevitable”; de éste hemos saltado al rescate “descontado por los mercados”, hasta arribar al rescate que “hay que pedir antes o después, y si es antes, mejor”.
En ese clamor militan analistas económicos, editorialistas de prensa, tertulianos televisivos y radiofónicos, empresarios, banqueros, además de algún miembro del gobierno (De Guindos, que por lo visto lo tiene todo listo para cuando llegue el momento de pedirlo), y la Comisión Europea, que le pone puente de plata al gobierno para que cruce ese río. Todos aprovechan cada vez que ven un micrófono para repetir la consigna: necesitamos un rescate, ya.
¿Hay alguien que a estas alturas no crea necesario, inevitable, urgente el rescate? ¿Queda alguien que no piense que hay que pedirlo, y cuanto antes mejor? ¿Hay alguien que todavía dude, además de ese Rajoy que aparenta deshojar la margarita? Pues sí. Bajo ese clamor pro-rescate que cada vez monopoliza más el debate político y mediático, somos muchos los que no sólo no lo vemos necesario, inevitable y urgente: además creemos que el rescate es una calamidad, que todo irá peor y que aun estamos a tiempo de tomar decisiones que no nos arrojen de cabeza al pozo del rescate en que ya se encuentran Grecia o Portugal.
Somos muchos los que sabemos lo que quiere decir rescate. Y no, no quiere decir “línea de crédito”, ni “facilidad financiera”, ni “programa de compra de deuda sin nuevas condiciones”. Nada de eso. Rescate en Europa, hasta ahora, ha significado pérdida de soberanía, sacrificios sin medida, contrarreformas neoliberales que en otras circunstancias no habrían sido posibles, desmantelamiento de servicios públicos, pérdida de derechos sociales y laborales, empobrecimiento y, de la mano de lo anterior, también retrocesos democráticos.
“Tranquilos”, nos aseguran, “el rescate español no tendrá nada que ver con el griego, será un rescate suave, ni nos enteraremos, y total, las reformas y ajustes ya los estamos haciendo sin necesidad de rescate”. Es cierto que cuesta creer que nos pueda ir peor de lo que ya nos va, que puedan darnos más vueltas de tuerca de las que ya le están dando a la educación, la sanidad o los derechos laborales. Pero créanselo: los ajustes actuales serían recordados hasta con nostalgia en caso de rescate.
Porque está demostrado que en esta Europa en descomposición la ley de Murphy es la única norma que no corre peligro de ser abolida o reformada: la experiencia de los últimos cinco años enseña que, si algo puede salir mal, saldrá aun peor. Y teniendo en cuenta las previsiones españolas, el agujero bancario cuyo fondo todavía no hemos visto, y la propia deriva europea, tenemos todas las papeletas para que después del rescate suave venga el rescate duro, y luego el durísimo. Porque una vez rescatados no hay marcha atrás, se impone el encadenamiento irresistible de hechos consumados, por el que cada decisión hace más difícil rectificar, cada paso obliga al siguiente paso. Bien lo saben los griegos, que nunca sospecharon hasta dónde llegarían los hombres de negro cuando visitaron Atenas por primera vez.
Si de verdad Rajoy está deshojando la margarita del rescate, si de verdad tiene dudas por pedir un rescate tan dañino, debe saber que, en caso de negarse, no estaría solo: somos muchos los que nos resistimos a caminar por ese alambre. Bastaría con que consultase a la ciudadanía, permitiese un debate abierto y sin apriorismos, nos tratase como a adultos para que, con toda la información en la mano (y nadie dice que la alternativa al rescate no sea dolorosa), pudiésemos tomar una decisión tan trascendental no ya para nosotros, sino para generaciones venideras.
Sin embargo, cabe sospechar que la margarita está ya más que pocha, y que Rajoy sólo tiene oídos para su mayoría silenciosa, esa que sin abrir la boca aprueba los recortes, las contrarreformas y los porrazos policiales; la misma mayoría silenciosa que, llegado el momento, pedirá a gritos (que sólo él escucha) un rescate. Tendremos que gritar más fuerte.
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