Blogia
Almuñécar contra la corrupción

La Impiedad del cerrajero

Tomás Hernández. Costadigital

Detrás de la impiedad de los desahucios hay unas víctimas cuyos rostros podemos ver cada día en los periódicos, en la tele, en Internet. Pero nunca vemos el rostro del verdugo. La impiedad se ha vuelto más sutil.

    Los desahucios no solo son un enriquecimiento de usura amparado por una ley miserable. Habría más ganancia aún si existiera un mercado fluido para las casas embargadas, pero lo agostaron los mismos que las levantaban, y construyeron sin planificación alguna, sin previsión de riesgo, y con codicia de sobra. Luego los bancos embargaron las urbanizaciones, confiscaron las casas en esqueleto y enajenaron pueblos de nueva planta como los del famoso Pocero. Aún así, ahítos de un cemento excesivo e indigesto, los bancos desposeen también a los desposeídos.

Hay algo más que el botín, del que se quejan de que no sea más sustancioso, en ese abuso continuado y protegido por una ley de desigualdad. En cada orden de desahucio hay una advertencia. Una amenaza: con los bancos no se juega.

Pero a la impiedad del desahucio le está echando un pulso una solidaridad de vecindario. Las personas que se asustaron de imaginarse viviendo acorraladas, han sacudido con sus muertes terribles, la conciencia de los jueces obligados a firmas órdenes que les repugnan, las de algunos policías liberados de tener que ejecutar esas órdenes.

Los políticos sorprendidos, una vez más, por el malestar de la calle, se reúnen con urgencia.

En toda esta lucha los desahuciadores nunca se hacen visibles. El juez firma por ellos, los policías desalojan y el cerrajero, el último rostro de la impiedad, hace su trabajo.

Pero seguro que a ninguno de ellos le gusta ese oficio, sobrevenido, de ayudantes del verdugo. Seguro que todos, jueces, oficiales de juzgado, policías y cerrajeros se sienten liberados por esa solidaridad entre vecinos que empieza a hacerse oír.

La resignación, el justificado desaliento, el desánimo de cada día, pueden ser certeza, certidumbre que empieza a nacer, como siempre, en los barrios.

Por eso, sí sirve, y de mucho, manifestar la indignación. Las personas que día a día exponían su solidaridad, sin esperanzas, en la puerta de los desahuciados, esos rostros anónimos son más, y mejores, que quienes ocultan el suyo tras la impiedad del cerrajero.

0 comentarios