La Wertiada
Tomás Hernández. Costa Digital
Si no estuviera cayendo la que nos han echado encima, algunos personajes ocuparían estos días sonoros titulares en las páginas reservadas sólo a Bárcenas y Urdangarín.
No hay día en que no leas en la prensa alguna frase digna de conservarse junto a las sentencias de Agamenón en la Ilíada. El más alto lugar sería, sin duda, para el ministro Wert. Pero no es el único.
Ahora mismo, mientras desayuno y miro los periódicos, leo que alguien dice que el alboroto provocado por el asunto de los sobres de Bárcenas es excesivo porque se trata de ‘cantidades ridículas’. Quien esto afirma no es un colega de cervezas en la barra de un bar. Es el actual presidente de los empresarios; su antecesor en el cargo acabó su brillante carrera empresarial en la cárcel. Dice el señor Rosell que lo nuestro no es nada, cosa de pobres. En Alemania, Italia o Francia, dice él, ahí sí que saben de corrupciones a lo grande, no estas ridículas minucias nuestras. Acaba su brillante disertación con una apostilla, ‘además esto de la corrupción sucede en todos los países’. Y ya está.
Pero no es ésta, ni mucho menos, la frase más hiriente. Las otras dos, una de ayer, otra del día anterior, lo son mucho más. Una hace referencia a la vida; la otra, a la muerte. La primera, cómo no, salió de la boca ‘oracular’ de Wert. Dice el ministro que eso de prepararse vocacionalmente para desarrollar una profesión a la que uno se sienta inclinado es cosa de antiguos. Ahora, dice, hay que formarse para aquellos oficios que la sociedad requiera y no para trabajar en lo que a uno le gustaría. A veces estos neoliberales son más estalinistas que el propio Stalin.
Durante cuarenta años me he levantado cada día para ir a dar mis clases y aunque el trabajo procede de un método de tortura (‘tripalium’), los madrugones eran mucho más llevaderos, y hasta gozosos, porque iba a hablar esas mañanas de clase de los libros que leía por la noche. La vida, señor Wert, es algo más que una función profesional y tenemos el derecho a elegir el oficio para el que nos sintamos más capacitados y más personas al desempeñarlo. ¿Le suena a usted la palabra alienación? ¿Es usted ‘pitoniso’ y sabe ya cuáles serán las profesiones más demandadas dentro de veinte, treinta años?
La segunda frase, la de la muerte, es más terrible. Un responsable de la sanidad pública dice que algunos fármacos anticancerígenos suministrados a enfermos terminales son un derroche que no podemos costearnos. Además, concluye, para los pocos días que les quedan de vida... ¿No espeluzna semejante rebuzno nazi?
En otro país, personas que dicen estas cosas no estarían al frente de los negocios, ni de la educación, ni decidirían la forma en que merecemos morir.
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