¿Hay vida después de la crisis?
No creo que tenga valor en sí mismo, más allá de lo puramente teatral. El gobierno, en este caso el de Rajoy, intenta hacernos creer que tiene en su poder la capacidad de decidir, manteniendo las riendas de la situación, pero ya sabemos todos que no es así. Por mucho que se afanen en aparentar lo contrario, las decisiones importantes ahora se toman en Berlín o Bruselas, nunca en Madrid.
De todo lo acontecido en el último debate sobre el estado de la nación, se puede sacar una gran conclusión: Mariano Rajoy —y su ejército de asesores, con sus sueldos millonarios— no está al tanto de lo que ocurre en España. O por decirlo de otra manera. Esta gente vive en una nación muy diferente a la que vivimos los demás. Ellos viven en el país de la cosa no está tan mal. El resto de la población lo hacemos en el país del hastío y la desesperanza. Este país está enfermo de cáncer y el cáncer se ha propagado como el fuego en verano. La metástasis es evidente. Y negando las evidencias no van a conseguir que la noche se vuelva día.
De todo lo acontecido en la gran performance que es dicho debate, con sus réplicas y sus contrarréplicas, sus aplausos y sus abucheos, sus frases rimbombantes vacías de contenido, su fuego cruzado, su y tú-mucho-más, y toda la parafernalia que tanto gusta a la clase política, me ha llamado poderosamente la atención una pregunta que el portavoz de Esquerra Republicana de Cataluña, Alfred Bosch, le hizo a Rajoy; ¿Hay vida después de la crisis?
No obstante, la gran pregunta no es si hay o no hay vida después de la crisis. La pregunta del millón es otra: ¿Cómo será la vida después de la crisis? Cada día que pasa se despeja más la incógnita. La vida que nos espera después de la crisis, si nada lo remedia, va a ser una vida-basura. Los servicios públicos, sobre todo la educación y la sanidad, aunque seguirán existiendo, siquiera nominalmente, serán tan malos que sólo los usarán quienes no tengan otro remedio (como ya ocurre en los EE. UU.). Los sueldos estarán entre los más bajos de Europa, más cerca de los de Bulgaria o Rumanía que, por supuesto, de los de Suecia o Noruega. Nuestros pensionistas serán pobres de solemnidad, con pensiones de cuatrocientos o quinientos euros, en el mejor de los casos. Y eso teniendo en cuenta que habrá un inmenso número de personas que jamás podrá aspirar a tener una pensión, dado lo poco que habrán cotizado a la Seguridad Social. Lo que sí tendremos con absoluta seguridad será despido libre y jubilación obligatoria a los setenta, pues estas son dos de las grandes aspiraciones de la patronal desde tiempos inmemoriales, y a buen seguro que cada vez está más cerca de conseguirlo. España será un erial cultural. Trabajar en el ámbito cultural —cine, teatro, música, literatura, etc.,— va a ser poco menos que una heroicidad, reservada como ya ocurría en la época franquista, a un grupito de “niños de papá” que se lo puedan permitir desde el punto de vista económico. El simple hecho de ir a la universidad, será toda una proeza, pues a ver quién es el guapo que dispone del dinero para pagársela. España se convertirá en ese país de camareros, siempre preparados para servir, sonrisa en ristre, su sangría y su paella a los científicos, a los directores de orquesta, a los intelectuales, a los inventores, a los trabajadores cualificados, a los jubilados de Alemania, de los países nórdicos, de los Estados Unidos, que vendrán a España a disfrutar del sol y de las playas, de los puticlubs y de eurovegas, con los bolsillos llenitos de euros o dólares. Y de lo que no me cabe tampoco ninguna duda es de que la sociedad post-crisis tendrá un significativo déficit democrático, con numerosos derechos —pienso en el derecho a la huelga, a la manifestación, a la libertad de expresión— completamente adelgazados. Ah, y tampoco tengo ninguna duda de que en la España post-crisis, los bancos seguirán siendo más importantes que los seres humanos y que en el aeropuerto de Castellón, seguirán sin aterrizar ni despegar aviones.
Todo esto puede parecer apocalíptico, fruto de una mente, la mía, demente y fantasiosa (que sí, que lo es). Sin embargo, todas las evidencias y todos los pasos del Partido Popular señalan en esta dirección. Y es que el Partido Popular, con Rajoy a la cabeza, está aprovechando el shock en el que nos ha sumido la crisis actual para hacer lo que siempre soñaron y nunca se atrevieron. Y si entre todos no lo paramos, este futuro está esperando a la vuelta de la esquina. Tiempo al tiempo.
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