El arbitrista impertinente
Tomás Hernández. Costa Digital
Llevo un rato y dos cigarros, pensando cómo dar comienzo a este artículo.
En realidad quería dedicar la mañana a leer el libro de poemas que me envía un amigo, cuando al encender el ordenador y mirar las noticias leo el titular motivo de mi confusión y de mi zozobra mañanera.
Los arbitristas fueron unos curiosos personajes que florecieron en la España de los Austrias. Entrampados nuestros monarcas, y por lo tanto el estado, con media Europa, los arbitristas mandaban a los reyes sesudos memoriales llenos de disparates sobre las más absurdas maneras o arbitrios para acrecentar fácilmente la riqueza del tambaleante imperio. Como el arbitrista de ‘El coloquio de los perros’, que propone al rey que decrete un día obligatorio de ayuno al mes para todos sus súbditos de entre catorce a sesenta años. Lo recaudado, al arca real. Menos mal que nuestros políticos de ahora, tan atareados, tienen poco tiempo para el gran Cervantes.
En otra ocasión quizá valga la pena hablar un poco de estos arbitristas. Los serios y razonables, que los hubo, y los disparatados o ‘locos repúblicos’, como los llama Quevedo y que son más divertidos. Pero el motivo de mi asombro, de este artículo y del recuerdo de los arbitristas es este titular: ‘Si el trabajo se viera como una obligación, no como un derecho, se terminaría el paro’.
Pienso que se trata de una frase entresacada para llamar la atención y que el artículo mitigará mi sobresalto. ¡Qué equivocado estaba!
El artículo es una entrevista con un personaje de azul y gran reloj de oro en la muñeca, que dice ser delegado de una empresa española vendida a otra japonesa por no sé cuántos cientos de millones de euros. Leyendo la noticia no me entero muy bien de qué les hemos vendido nosotros ni qué nos han comprado los japoneses; algo de consultoría, creo, pero que vale una pasta.
El personaje de azul y reloj grande de oro no desaprovecha la ocasión para hacer un alarde de confusión mental en el que se mezcla la genética (habla del ADN de la empresa), el darwinismo social (‘ahora no tenemos ninguna excusa para ser los mejores’) y la ética (‘ser libre (…) empresarialmente es complicado de gestionar’).
Y así estaba yo, tomando estas notas para ver cómo exponía mi sorpresa y mi incredulidad cuando el azar me salva al encontrarme los primeros comentarios al final de la entrevista.
‘¿Cómo un majadero puede llegar tan alto?’ se pregunta el primero. Otro habla de ‘filosofía de ‘’cafetería’’ soltando majaderías sin el menor rubor’. El siguiente tiene conocimientos más próximos del personaje: ‘Vergüenza sentimos quienes trabajamos en esta empresa con este tipo de comentarios’. Se refiere a las opiniones del consejero delegado en traje azul. Añado el último por no cansar más ‘… y si en vez de trabajadores tuviéramos esclavos, sería todo más fácil’.
Con los Austrias florecieron los arbitristas, pero los de traje azul y gran reloj de oro en la muñeca, no son locos ‘repúblicos’ sino el rostro más descarnado, la cara más real, aunque grotesca, de eso que en abstracto llamamos la crisis.
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