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Almuñécar contra la corrupción

Primarias y democracia interna

Hugo Martínez Abarca *

En mayo comienza el primer ciclo electoral que se abre tras el inmenso descrédito del amancebamiento de las élites políticas y empresariales. Tal descrédito forma una de las partes del discurso que el 15M ha puesto en primera línea. Tal ciclo electoral pone sobre la mesa algunas de las cuestiones que desde aquel mayo de 2011 se han lanzado a los partidos. Una de ellas es la de las primarias o primarias abiertas como medio de elaboración de las candidaturas.

Vaya por delante mi pleno acuerdo con un artículo publicado hace poco por Jaime Aja: que una organización política celebre primarias no necesariamente implica que tenga democracia interna. Hay ejemplos obscenos como aquellas primarias en el PSOE que sorprendentemente perdió el aparato felipista frente a Borrell: la respuesta del tándem PSOE-PRISA fue más parecida a la de una organización mafiosa que a un partido democrático. Una vez recibidas las suficientes cabezas de caballo, Borrell se apartó y el perdedor, Almunia, tomó las riendas. Si Almunia hubiera ganado como estaba previsto no habría quedado en evidencia que la democracia era meramente simulada. Otro partido que celebra primarias es UPyD. Cabe señalar en primer lugar la escasa participación (1837 votantes) lo que indica que UPyD debe de tener un número de afiliados sorprendentemente bajo para ser un partido en auge de implantación casi estatal. Si las primarias no permiten que mucha gente (mucha más de 1800 personas en toda España) participen, como poco suponen un fracaso en el intento de ser democráticas. Pero si hablamos de un partido que expulsó al único afiliado que en alguno de los congresos osó presentar una candidatura alternativa a Rosa Díez podemos hacernos una idea de cómo las primarias son compatibles con un nivel de democracia interna básicamente inexistente.

Las primarias, por tanto, no son el termómetro de la democracia interna de un partido. Aunque su presencia, sin duda, ayuda. En ningún caso son una condición suficiente para declarar democrática una organización, aunque entre dos organizaciones con funcionamientos idénticos será obviamente más democrática aquella cuyas listas se elaboren entre toda su militancia que aquella en la que las listas se decidan sólo en la cima.

No caben argumentos contra las primarias del tipo “lo importante no son las personas sino los programas” por varias razones. En primer lugar porque aún está por descubrir quien use ese argumento y en coherencia se despreocupe por la elaboración de listas electorales y deje hacerlas a quienes sí se dicen (nos decimos) preocupados por ellas y por cómo se elaboran. Ni se conoce a quien, dada su despreocupación por las personas, proponga que éstas sean elegidas por sorteo, por orden alfabético o por cualquier otro mecanismo azaroso, dado que el resultado de tal decisión no importa. Precisamente la oposición a mecanismos de participación de las bases en la elaboración de listas suele ir de la mano de enrocamientos internos sobre candidaturas que son más manejables entre grupos pequeños. Pero sobre todo el argumento es falaz porque sean importantes o no hay que elegir personas que vayan en las candidaturas y por tanto a las instituciones. Sea importante o no hay que tomar la decisión: ¿qué tiene que ver que sea importante o no con cuánta gente tome parte en la decisión?

Efectivamente lo importante es la política que luego defiendan (o apliquen en caso de gobernar) las personas que ocupan las instituciones y para eso hace falta importantes mecanismos de control, fiscalización y en su caso revocación de los cargos públicos. Todos ellos son mecanismos de democratización ex post pero que no son en absoluto incompatibles con los mecanismos democratizadores ex ante sino que más bien son perfectamente complementarios.

El único inconveniente en términos democráticos de un sistema de elección desde la base de una candidatura es la sobrelegitimación del candidato, esto es, que habiendo sido elegido democráticamente se sienta legitimado como representante y no como mandatario de una política y de la organización que defiende esa política. Ese es el momento en el que las primarias tienen que ser complementadas con los sistemas de control, también democráticos, de los cargos públicos. Incluida la potencial revocación.

Un segundo argumento contra las primarias es de corte meramente elitista: “al abrir el sistema de elección a tanta gente el candidato podría ser  simplemente quien sea apoyado por los medios de comunicación, que son la voz de sus amos, que obedecen a intereses antagónicos a los de una organización de izquierdas”. Surge la duda de por qué se piensa que las bases de una organización son más susceptibles de ser seducidas por la manipulación mediática que sus dirigentes. ¿Cuántas veces las bases de distintas organizaciones (no sólo políticas) han contemplado indignadas cómo sus dirigentes se amilanaban en cuestiones impopulares aceptando discursos hegemónicos o al menos disimulando las posiciones menos cómodas en temas espinosos? Las cúpulas dirigentes son más operativas para adoptar decisiones urgentes o cotidianas pero sólo un pensamiento elitista (y por tanto opuesto a los valores de la izquierda) les puede asignar más capacidad para adoptar buenas decisiones. Y no elegimos tantas candidaturas como para pensar que éstas son una decisión ordinaria que colapsaría el funcionamiento orgánico en caso de someterse a consulta de toda la organización. La elección de las candidaturas, pues, debería formar parte de un proceso muy participativo contemporáneo a la elaboración del programa. Y como nadie pone traba alguna nunca para que toda la afiliación participe en la elaboración del programa no se ve qué razón puede haber para que no participe exactamente la misma gente en la configuración de la candidatura: salvo que el argumento de la importancia de las personas sea meramente cínico, que esconda que las personas sean lo realmente importante y por ello haya que decidirlas en una pequeña camarilla mientras que el programa, menos importante, se deja en manos del vulgo.

En cuanto al carácter abierto o no de tal proceso, esto es, la apertura de la elaboración de la candidatura a más gente que la afiliación a la organización, publicó Alberto Garzón un artículo contrario a las primarias abiertas. En él Alberto Garzón explicaba que las primarias abiertas tienen sentido en organizaciones no ideológicas y que por tanto fabrican su oferta electoral a demanda, como un producto de consumo. Podría estar de acuerdo con Garzón en otros momentos de nuestra Historia. Pero estamos en un momento en el que se está produciendo una profunda repolitización de amplias capas de la sociedad. Algunas de las personas que se han acercado más a lo político en los últimos años se han afiliado, como hemos podido constatar quienes ya estábamos afiliados (a IU, en mi caso). Pero sin duda muchas de las personas cuyo proceso de repolitización ha situado en nuestra órbita no han dado ese paso. Por eso resultaría de lo más operativo en términos de crecimiento organizativo abrir la puerta a que esta gente tome parte en una decisión crucial: IU les estaría lanzando la organización como su instrumento de acción política e institucional. De nuevo surge la misma pregunta: ¿por qué una organización ideológica se abre mucho en la elaboración del programa y menos en la de la candidatura? ¿Acaso el programa político es menos ideológico que quiénes están llamados a defenderlo y aplicarlo?

El único inconveniente que veo es la posibilidad de involución caciquil: quien tuviera la intención de interferir en un proceso así no tendría inconveniente en introducir un paquete sustantivo de votantes (pagando si es necesario) para hinchar el censo y manipular el resultado. Algo mucho más difícil en caso de restringirse a la afiliación censada. Y en una organización del tamaño de IU no vale simplemente resolver la cuestión a que quien participe en la elección de la candidatura haya participado en la elaboración del programa, por ejemplo, pues eso es difícilmente contrastable en todos los rincones evitando que surgiera en alguno de ellos un cacique como el descrito. En todo caso esta es una dificultad operativa que habría que resolver si estamos de acuerdo en que un modelo así fuera deseable: en rigor las dificultades que se ponen a los sistemas de primarias (abiertas o no) suelen ser políticas aunque en ocasiones se vistan de operativas.

La máquina se empieza a engrasar en las elecciones europeas. Después iremos a municipales, autonómicas, generales… Será ineludible afrontar este tipo de debates sin salidas en falso. No es el debate que resolverá las carencias democráticas y sociales del país, pero sí es una cuestión que puede ayudarnos a que la gente que defiende una política de resistencia frente al saqueo decida dar el paso y participar en una organización en la que el militante es tenido por una persona mayor de edad a la que no se le hurta ninguna decisión. Aunque sea una decisión tan poco importante.

 (*) Hugo Martínez Abarca es miembro del Consejo Político Federal de IU y autor del blog Quien mucho abarca.

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