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Almuñécar contra la corrupción

Pavana para una infanta confusa

Tomás Hernández

    Desde hace unos meses ando leyendo los antiguos y fabulosos cronicones de los no menos fabulosos ‘emprendedores’ de Indias. Que aquello sí que fue un emprendimiento, una empresa de locura y alto riesgo. Como para haber acudido a la banca de ahora a solicitar un préstamo para sufragarla. Todavía estaríamos oyendo las carcajadas. Sin embargo ahí sigue estando América y las extraordinarias crónicas de su ‘invención’ que es como se dijo a entonces lo que ahora llamamos descubrimiento.

    Pero entre tanto cronicón, cómo no echarle un vistazo al centenar de folios que recoge las declaraciones de la infanta doña Cristina ante el juez Castro. Serán también, ya lo son, crónica y documento de estos años malhadados en esta corte y ruedo ibérico, que diría el gran Valle-Inclán.

    La ‘Pavana para una infanta difunta’ fue un ejercicio de composición para el Conservatorio que escribió el entonces alumno Maurice Ravel. Dicen, pero estas cosas son difíciles de confirmar, que Ravel pretendió homenajear el fasto y la elegancia de la corte española del siglo XVII, y algunos hasta afirman que el músico francés podría estar pensando en la infanta Margarita Teresa, hija de Felipe IV. Vaya usted a saber.

    La ‘Pavana’ de Ravel es una composición breve, entre seis y siete minutos, y yo diría que algo triste, quizá por el título. No sé si algún compositor español estará pensando en una pavana para nuestra infanta pero de ser así, será necesariamente breve. De los cien folios de la comparecencia de la infanta, a la que dé Dios largos años de vida, su declaración textual cabe en una cuartilla por una sola cara y sobra papel para un soneto.

    Pero no crean que tanta confusión de la memoria sea una prerrogativa regia, un virus obcecado con las neuronas de la realeza. No. Aquí salvo ‘Bárcenas el memorioso’, nadie recuerda nada. A uno le acaban de encontrar unos milloncillos en ‘la banque suisse’ y se queja airadamente de sufrir el acoso mediático y lleno de dignidad y furia renuncia a su escaño. No explica qué hacía allí, al resguardo de las cumbres del Tirol, el millón y medio de euros tan lejos de la madre patria cuya enseña exhibe en la pulsera del reloj, en el frontispicio de la gorra de deporte, en el lado del corazón sobre el pull-over o en la solapa de la americana. Un paradójico patriotismo: los euros en Suiza y la bandera en escaparate.

    Otro ha firmado más ‘eres’ fraudulentos que cupones vende mi amigo Custodio en un trimestre, pero llegado ante el juez todo es confusión de la memoria. Una banda de forajidos sin trabuco, tonadillera incluida, saquea una ciudad y sentados en el banquillo confunden las bolsas negras rebosantes de euros con la compra de la droguería.

    Por todo esto y algunas otras cosillas que para qué insistir en ellas, si se han vuelto  tan cotidianas, la confusión de la memoria en la infanta no me sorprende. Los patriotas olvidan dónde guardan los ahorrillos, los fraudulentos infaman una idea y roban el subsidio, los forajidos asaltan sin trabuco y todos alardean de la misma desmemoria, igual desvergüenza.

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