Aznar, premio nobel de la guerra
No tengo la menor duda sobre la capacidad de José María Aznar, para sorprender a propios y extraños con sus frases repletas de ingenio y bonhomía castellana. No albergo ningún recelo, la mínima sospecha, acerca de las buenas intenciones del ex presidente español hacia su familia más cercana. Ítem más: desde hace años, viene demostrando una capacidad de análisis político internacional del calibre de Blas Piñar o de cualquiera de los más reputados expertos en la materia.
Su profunda amistad con Bush y Blair, acrecentó las posibilidades reales del vallisoletano, que ha ido perfeccionando su estilo y rigor intelectual bebiendo de las fuentes más ilustres: Condolezza Rice, Donald Rumnsfeld (hoy, al parecer, prometido con la periodista española Maruja Torres), Pío Moa, Gustavo Bueno, Miguel Cancio y Gabriel Albiac. Si sometemos la actividad profesional de José María a un somero estudio, habremos de reconocer que hizo todo cuanto pudo por implantar una democracia más eficaz aún que la de su admirado Francisco Franco.
Lamentablemente (para los él y los suyos) no pudo realizar el sueño pinochetista que albergaba, y se dedicó entonces a remedar los sacrificios que la mística y heroica estudiante norteamericana Mónica Levinsky ofreció al entonces premier Clinton, cambiando al personaje por el todavía hoy mandatario yanqui George Doble Ve. La succión tuvo sus efectos inmediatos y Aznar comenzó a mejorar su discurso, abandonando la consulta del logopeda que trataba, para llegar en breves semanas a hilar algunas frases de forma brillante, contestando racionalmente a dos de los periodistas que le entrevistaban en sus postreros días como jefe del ejecutivo, y en fin, avanzando notablemente en léxico, tos y enología. Una de sus más recientes y lapidarias expresiones ha sido: "Los árabes, que yo sepa, nunca pidieron disculpas por haber invadido España".
Analicemos el aserto. La humildad más plausible es el común denominador de la frase, ya que, entre comas, reconoce aquello de "... que yo sepa,", dejando bien a las claras un exquisito respeto por el principio de incertidumbre sobre su capacidad neuronal o de conocimiento. Tamaña sinceridad no logra otro efecto que un considerable aumento en la admiración que profeso hacia el personaje en cuestión.
Es cierto, e históricamente riguroso, que ni siquiera Boabdil el Chico tuviera el menor gesto, al despedirse de Granada y de los Reyes Católicos, por disculparse tras haber dejado la península llena de monumentos, fuentes, calles, moradas, mezquitas, cerámica, música, danza, ritmo, gastronomía e idioma. Algo que Aznar, o incluso un ser humano de su rama biológica, no podrían soportar de haber vivido en aquellos tiempos.
No sé por qué, pero el ex presidente español me recordó uno de los momentos más deliciosos del filme La Vida de Brian, cuando los miembros del Frente de Liberación de Judea hablan de la dominación romana. Lamenté que Terry Jones no le hubiera conocido de niño, cuando ya José Mari, en el colegio, apuntaba grandes metas y designios patrios... con una imaginaria metralleta. En honor a la verdad, habré de recordar humildemente al intelectual castellano, que deberíamos exigir la misma compensación moral de parte de los griegos, romanos, cartagineses y bárbaros, aunque en su ADN él sea portador únicamente de restos inidentificables de estos últimos.
Ante ese estado de cosas, reconozco que José María Aznar es un firme candidato al Premio Nóbel de la Guerra. Como su buen amigo y correligionario Felipe González (cuya labor como submarinista del PSOE en las filas conservadoras, es aún motivo de estudio y análisis en varios hospitales psiquiátricos para políticos y militares norteamericanos), sabe hablar en el momento oportuno, en el lugar idóneo y del tema adecuado. Como el mundo árabe, musulmán, islámico, o como se le quiera denominar, únicamente tiene que lamentar, desde hace años, miles de víctimas inocentes en decenas de países; como sus mujeres, ancianos y niños han de pasar por la modernidad de las bombas racimo, del gas mostaza y del napalm disimulado para avanzar hacia la civilización; como no se les fustiga y masacra demasiado, José María Aznar nos recuerda que ningún omeya se disculpó, y deja sentado que él es hoy una de las reencarnaciones más sólidas del último rey godo, Tarik, habiendo prometido no pronunciar jamás en lo que le quede de vida, palabras como alfombra, atalaya, aceite, aceituna, acequia, albañil, alcalde, alcantarilla, alcoba, alcohol, alfalfa, algodón, alhelí, almohada, alquimia, azahar, azogue, azotea, azúcar, azucena, azufre, azulejo, cifra, hazaña, jarabe, jinete, laúd, limón, naranja, sandía, tabique, tambor, taza, zanahoria y otras de origen árabe.Para defender al Sumo Pontífice de las meteduras de pata, de las intenciones diablescas, de la demostrada vesania, hacen falta muchos más héroes como Aznar. Dios nos aseguró que el Papa es infalible en materia de fe y de buenas costumbres, y que es insoportable en el resto de las temáticas. Por ello, proclamo mi deseo de que, como aquel ciudadano llamado Henry Kissinger, autor intelectual de miles de crímenes contra la humanidad, desde Camboya a Chile, Uruguay, Brasil o Argentina, se proponga al cardenal Ratzinger y a José María para tan alto honor. ¿O Kissinger recibió el Nóbel de la Paz? Ya no estoy muy seguro...
Carlos Tena
28 de septiembre de 2006
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