Es difícil ser nacionalista español y tener un proyecto de izquierdas
DIAGONAL: ¿Por qué consideras que el nacionalismo español es un nacionalismo de Estado?
CARLOS TAIBO: Casi siempre que hablamos de nacionalismos pensamos en aquellos que contestan la realidad de los Estados existentes. No es eso lo que ocurre con los nacionalismos de Estado, cómodamente instalados en maquinarias oficiales que se hallan a su servicio. Aunque la presencia de estos últimos nacionalismos es ubicua y evidente -ahí están, para testimoniarlo, el sistema educativo, las instituciones políticas, las fuerzas armadas o los lugares de memoria-, resulta muy común que, dado que su efecto es a menudo inconsciente, se niegue su existencia. El discurso que emiten políticos y medios parece sobreentender que el nacionalismo, un fenómeno siempre retratado en clave negativa, tiene por fuerza que corresponder a los otros. Nosotros somos, en cambio, en el mejor de los casos, pulidos patriotas que defendemos la democracia y la pluralidad. No preciso agregar, creo, que eso es un cuento de hadas.
D.: ¿Y qué implica eso?
C.T.: Entre nosotros implica que los debates sobre la cuestión nacional están normalmente cojos. Pareciera como si la conducta de muchos de los ciudadanos españoles que ven con malos ojos a los llamados nacionalismos de la periferia fuese siempre normal y educada, frente a la insania de esos nacionalismos. Sobran, sin embargo, las razones para concluir que al amparo de nuestro nacionalismo de Estado se hacen valer muchos de los vicios que, con razón o sin ella, se atribuyen a los nacionalismos de la periferia.
D.: ¿Hay un discurso nacionalista español o hay varios?
C.T.: Admitamos que hay varios. Así, habría modulaciones esencialistas junto con otras más pragmáticas, como habría manifestaciones liberales y otras más conservadoras. Pero, a mi entender, siendo legítimas y necesarias esas distinciones, por detrás de todas esas formas del nacionalismo español se aprecia la idea de que existe una intocable nación española concretada en un territorio y un Estado cuya integridad no puede ponerse en cuestión. Es curioso, por cierto, este énfasis en demonizar las naciones de los demás que se hace acompañar de una reivindicación siempre esencialista, en cambio, de la propia. El nacionalismo español es, en primer lugar, un nacionalismo trivial, que se impone sin que la mayoría de los sujetos que lo llevan sean plenamente conscientes. Por eso parece legítimo afirmar que está por todas partes, y ello sin necesidad de recurrir a las versiones más ultramontanas de aquél, como es el caso de las heredadas del Franquismo. Importa mucho subrayar este hecho, que es anterior a cualquier sesuda distinción que haga referencia, por ejemplo, a las diferentes modulaciones partidarias del nacionalismo español. Aunque la cuestión es compleja, y por tomar un elemento de guía, me atreveré a señalar que, siendo el nacionalismo que hoy preconiza el PP el más vistoso, incurriríamos en un grave error si no apreciásemos la huella, a menudo poderosísima e irritante, del nacionalismo español en muchas de las posiciones del PSOE y, con frecuencia, también en las de IU.
D.: ¿Existe un nuevo nacionalismo español o estamos ante una puesta al día de ese discurso ‘eterno’?
C.T.: Es innegable que hay esfuerzos de adaptación. El nacionalismo que hoy transmiten PP y PSOE no es, con toda evidencia, el mismo que postulaba Franco 40 años atrás. Pero debo subrayar que los elementos esencialistas, y la nula voluntad de discutir sobre ellos, son en sustancia los mismos.
D.: ¿Cuál es el papel del deporte en la construcción del mito colectivo nacionalista español?
C.T.: En el siglo XX el deporte se convirtió en elemento fundamental de aquilatamiento de las identidades nacionales. Aunque ello no dejó de tener alguna consecuencia saludable -era preferible que las disputas se dirimieran en un estadio y no en un campo de batalla-, sabido es que de un tiempo a esta parte los campos de fútbol, en singular, ofrecen un escenario muy adecuado para que rebroten las manifestaciones más ultramontanas de los nacionalismos.
D.: Las mismas fuerzas que sustentan el nacionalismo español impulsan la integración de ‘España’ en estructuras supranacionales (UE, OTAN...) ¿No es contradictorio?
C.T.: Hay, en efecto, problemas al respecto. Pero no olvidemos que hoy por hoy, y en lo que ahora nos interesa, la lógica de los Estados- Nación sigue plenamente en pie en el marco general de esas estructuras, que a menudo han sido utilizadas, por añadidura, para contestar eventuales proyectos de secesión. Tampoco olvidemos, por otra parte, que de forma muy llamativa el discurso de nuestros gobernantes, en apariencia no nacionalista, bien que echa mano de códigos patéticamente nacionalistas cuando se trata de defender los intereses de las empresas españolas en el exterior. Igualmente, en todos los órdenes, incluido el constitucional, las fuerzas armadas desempeñan papeles fundamentales de preservación en lo que respecta a los privilegios propios del nacionalismo de Estado.
D.: ¿Cuál es la relación entre la izquierda y el nacionalismo español?
C.T.: Desde tiempo atrás es común escuchar la retahíla de que la expresión ‘nacionalismo de izquierdas’ es una contradicción en los términos. Sin entrar al trapo de esa discusión, compleja donde las haya, y tomando la parte por el todo, admitiré de buen grado que es difícil ser nacionalista español, por un lado, y postular al tiempo, por el otro, un proyecto creíble emplazado políticamente en la izquierda.
Los mitos españolistas
“La mayoría remiten a la Edad Media y al proceso de ‘reconquista’, si bien no faltan hitos posteriores, como la colonización de América, el Siglo de Oro o la guerra de la Independencia de principios del XIX. A la hora de considerar muchos de esos procesos es obligado resaltar el papel prominente que se suele asignar, por lo demás, a Castilla. El nacionalismo español hace uso de una formidable maquinaria de invención de tradiciones. Se habla mucho de las manipulaciones a las que se han entregado tantos libros de texto en Cataluña, ‘Euzkadi’ o Galicia, mientras apenas se le presta atención a las que se revelan al calor del nacionalismo español. También este último ha reescrito la historia en provecho de una suerte de permanente progreso que abocaría en la condición presuntamente acabada y halagüeña de la nación española de estos días. Y para refrendar esa invención ahí están las reales academias, la monarquía, la Iglesia y, naturalmente, un sinfín de medios de comunicación volcados en provecho de ese proyecto”.
0 comentarios