Garzón como pretexto
“Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien”. Víctor Hugo
Cautivos y derrotados. ¿Cuántas veces? ¿Cuántas veces quieren que traguemos su aceite de ricino? No hablemos del famoso juez Garzón. Poco importa su persona o actividad judicial. No se trata de la defensa del magistrado: cada cual tiene su opinión al respecto. Reservo la mía para otros tiempos, quizá menos agitados por la barbarie.
La memoria histórica, es decir, la reivindicación de un pasado de miseria y asesinato (los cimientos de la actual democracia), está en juego. Cabalgan de nuevo y sus botas acharoladas resuenan por los prados y desmontes. Ganaron la contienda y ellos, vencedores, tampoco quieren que se olvide.
La izquierda real (¿acaso existe tal cosa?) insiste en la defensa de la verdad frente al silencio gris de la Transición: frente a tantas lecturas hijas de Prego y Salamina. Todos culpables, todos inocentes. Como el ser de Aristóteles, la guerra de España se dice de muchas formas. Casi todas, salvo las inspiradas en la Causa General, hablan de lucha de clases, pobres contra ricos, milicianos contra un ejército regular, buenas botas y alimentos, apoyado por Alemania e Italia.
Estuvieron en Gernika probando aviones y corrieron, asustados, con los penachos en la mano, por los secarrales de Guadalajara. Eran muchos y organizados. Y contaban con la ayuda de su Dios todopoderoso (los curas disparaban desde la ventanas de los seminarios). Ganaron. No podían perder. Las democracias europeas cerraron los ojos. Es su costumbre. No quisieron ver en Franco -como si vio el doctor Negrín, primavera del 1939- un antecedente de la guerra mundial. A partir de ahí se estableció un régimen de terror conocido que finalizó con la muerte natural del Caudillo de las Españas todas. Muerto el dictador, apoyado por EE.UU., las Cortes se inmolaron -un falso sacrificio ritual- dejando paso a un “atado y bien atado” que nos gusta llamar democracia: estado social y democrático de derecho. Palabras.
Primero UCD, Suárez, que bastante hizo con contener las hordas; luego González, ausente de los temas cruciales, empeñado en la reconversión industrial y en la incorporación de España a las instituciones europeas. Era su salvoconducto hacia la gloria: conseguida. Más tarde, Aznar: pequeño oficial victorioso. Cacique local con aspiraciones de atleta, intentó cerrar el debate sobre el franquismo: fracaso. Zapatero, fiel a sus principios, legisló el problema, Ley de Memoria Histórica, criticada por la mayoría de las asociaciones, de forma que todo quedara más o menos igual: Lampedusa provincial.
Garzón, el juez del helicóptero, quita el polvo al Código Penal y cita a los responsables (la mayoría muertos) del genocidio español (expresión de Paul Preston). Enterrados bajos elegantes lápidas de mármol pero atentos a la actualidad, las cornetas resuenan. En la superficie, grupos parafascistas, magistrados, jueces, periodistas, voceros del mal alzan su cáliz de sangre y agitan sus huestes. El resultado es conocido: Garzón procesado. Es necesario dar un escarmiento. ¿Todavía no sabe esta gentuza que ganamos la guerra? La cruzada acabó con los rojos y, transcurridos más de 70 años, los nietos, amparados en una democracia de superficie, inmersos en la dinámica estructural del Capitalismo 3.0, quieren ahora, a estas alturas, condenarnos. Es lo que tiene la democracia, su fuerza simbólica. Los pobres se creen con derechos: se creen ciudadanos. Pongamos de nuevo las cosas en su sitio: demos un golpe de mano. Garzón al banquillo: Garzón como excusa.
Las democracias débiles, inseguras e inestables, edificadas sobre los escombros (y vigas) de una dictadura militar de inspiración nacional-católica, son así. Hilvanadas con urgencia, las costuras saltan al mínimo esfuerzo. España está remendada con hilos de sangre que dejan traslucir las heridas abiertas (profundas como surcos en la tierra, en las manos) en cuanto se cuestiona cualquier poder, pasado o presente.
Pasamos del arado y el turismo de las suecas al centro comercial sin cuestionarnos qué (nos) estábamos dejando en el camino. La paz social y el consumo eran objetivos prioritarios. Las “leyes de punto final”, extendidas por el universo, España como modelo, pretenden acallar el clamor popular con indulgencias plenarias y miradas de soslayo. Dejemos escapar a Sánchez Mazas. No disparemos al enemigo. Al fin y al cabo, es un hombre. Barros y lodos. No recuerdo que ellos, cada vez que tuvieron oportunidad, hicieran lo mismo.
La izquierda moral, ligeramente exquisita, confunde “reconciliación nacional” con silencio cómplice. Zapatero es su adalid, su paje. Otra conclusión: ya que no se puede meter a todos los rojos denunciantes en la cárcel, ya que no se puede fusilar dos veces a las mismas personas y sus familias, acusemos a Garzón de prevaricación.
Dicen que cuestionando la Transición (y sus interesados olvidos) se pone el peligro el espíritu que inspiró el paso del franquismo a la democracia monárquica. ¿Espíritu? Confunden, creando un caos semántico, “consenso popular” (proceso constituyente) con “consenso cupular” (proceso político). Entre todos haremos de Garzón un mártir de la democracia. Quede fijada mi opinión al respecto: parece que tanto al PP (tradicional) como al PSOE (renovado) les molesta la figura del juez.
Recordemos que pasó de fustigador a diputado de González; de aburrido parlamentario (plato de lentejas) a buscar la “x”, de nuevo como juez, del GAL; de la persecución del narcotráfico a la corrupción política y la lucha contra ETA. Por lo que se ve, los partidos políticos no van a interceder (podrían, por supuesto, sin vulnerar el principio de separación de poderes) en el proceso. Estos días, todos somos argentinos en el exilio.
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