650 millones del Estado para evangelizar en clase
Público
La mayoría de los profesores de Religión (68%) considera su asignatura como "necesaria para la evangelización", según recoge el estudio Protagonistas de la clase de religión, presentado ayer por la Fundación SM. El porcentaje es aún mayor (72%) entre los que imparten esta materia en la Educación Primaria, con alumnos de entre 6 y 11 años. Para realizar el estudio se encuestó a 433 profesores.
El Estado gasta cada año 650 millones de euros en los sueldos de los más de 15.000 profesores que imparten Religión en centros públicos. Pese a este importante desembolso, este cuerpo docente depende de los obispos y cardenales, tanto disciplinaria como pedagógicamente.
El estudio refleja que el 60% de este colectivo considera que "lo más importante" para enseñar Religión es "ser creyente". Sólo un 3% considera como lo más importante tener una titulación. El testimonio de vida cristiana es para el 82% de los profesores de Religión al menos tan importante como ser un buen docente.
La fidelidad a la Iglesia católica es considerada como un factor imprescindible por el 73% de encuestados. Y eso que en su mayoría (70%) opinan que en algunos ámbitos eclesiales no siempre se entiende bien que la clase de Religión no es una catequesis. Es más, el 40% acepta que la asignatura de Religión debería hablar de otras confesiones además de la católica.
Curiosamente, un 8% de estos docentes cree que la enseñanza de Religión "constituye un riesgo de manipulación de la conciencia de los alumnos".
El estudio también muestra que la mayoría (58%) de estos docentes asume que los problemas que acompañan a la clase de Religión tienen más que ver con la política que con la educación.
Designados por los obispos
El informe refleja que sólo el 27% de los profesores de Religión se muestra partidario de realizar oposiciones, tal y como hacen el resto de los docentes, para impartir clases en centros de titularidad pública. Pese a que el Estado paga su salario, estos docentes son nombrados y cesados de manera discrecional cada año por los obispos, que reciben además una aportación voluntaria proporcional de su sueldo.
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