La fórmula mágica del fútbol
Pablo Jato
España gana el mundial y la alegría se adueña del país. La locura recorre las calles como una estampida de caballos salvajes. Contagiado el mundo de esta fiebre deportiva, celebra al unísono la fiesta. El país entero se une en una marea roja que hierve por las calles.
Por un instante desaparecen los nacionalismos, los catalanes, los vascos, los madrileños... todos españoles por un día y eso es lo más interesante de este fenómeno deportivo, justo en los días en que el tribunal Constitucional trata de bajar las aspiraciones nacionales de los catalanes, que pretenden ser una nación aparte. Y es un catalán el que mete el gol que llevó a España a la final. Un deportista que supuestamente iba a participar bajo otra bandera. Todo un contrasentido.
La codiciada copa, cual objeto mágico, santo grial, crea una adoración hipnótica capaz de congregar a las masas. Suenan trompetas y cánticos, se agitan las banderas… Todo son vítores a los héroes, a los semidioses… y quizá lo sean, ya que de un plumazo han sido capaces de borrar de los titulares de todos los periódicos, los males del país… de tantos países.
Un gol y desaparece la crisis, las guerras, el precio del petróleo, del pescado, de la carne... las listas del paro, los salarios mínimos… Desaparece la miseria mundial, la sed, el cambio climático… Desaparece el problema de los transportistas, de los pescadores, de los agricultores. La crisis.
Por un instante desaparece en España el presidente, los ministros, la oposición, los escándalos, los alcaldes detenidos, los jueces condenados. Desaparece la incompetencia, los errores, la injusticia del sistema. Desaparecen las multas de tráfico, las normas urbanas. Se torean vehículos con banderas nacionales, se despierta a los vecinos con los gritos de alegría. Un diminuto carnaval improvisado.
Los goles actúan de amuleto para todos los fantasmas. ¡GOOOL! Y adiós al senado, al Rey, al congreso… ¡GOOOL! Y desaparecen las hipotecas, las letras sin pagar, las facturas abusivas... ¡GOOOL! Y todos a la calle. Todos los políticos, ¡a la calle! Zapatero ¡a la calle! Rajoy ¡a la calle! ¡A gritar! A rebosar felicidad.
Lo que darían los políticos por saber conjugar semejante poder para su beneficio electoral. Lo que darían los maestros por encontrar la manera de que los niños aprendan los nombres de los reyes y países igual que aprenden el de los jugadores.
No salimos a la calle por los que mueren de hambre, por los que mueren en las guerras. No salimos tantos a la calle ni tan unidos para evitar que nos envíen al matadero, que nos manden al precipicio económico, que nos conviertan en esclavos. No por los once millones de niños que mueren de hambre cada año. Ni para expulsar a los políticos que mienten o a los incompetentes. No salimos a la calle para defender nuestros derechos o nuestras libertades. No salimos unidos a la calle para pedir justicia, pero sí para celebrar la hazaña de nuestros futbolistas. Sí, para cantar el gol. ¡Qué simple es hacer feliz a las masas!
El secreto de la simplicidad, porque el juego no esconde falsedades. No tiene efectos especiales de grandes ordenadores. No tiene saborizantes ni edulcorantes, ni E-506 o E-309. Quizá sea esa la X de la ecuación: la autenticidad. Por eso ni políticos ni publicistas son capaces de resolverla. Tan solo de imitarla.
Un gol, y se realiza el milagro de la ilusión, de la esperanza hecha realidad. ¿Tiene algo de malo?
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