De alpargata
Tomás Hernández. Costadigital
Cuando llegué aquí, hace ya un cuarto de siglo, se esperaba a los veraneantes, turistas, como se les sigue esperando cada verano.
Los sociólogos Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut (‘La aventura a la vuelta de la esquina’), dicen que la rapidez y facilidad de los medios de transporte y los masivos desplazamientos acabaron con los viajeros. Dicen que antes de todo eso, cuando alguien volvía de un viaje se le preguntaba: ¿Qué cosas te han pasado? Ahora se le pregunta: ¿Qué has visto? Esa diferencia mató al viajero y dio a luz al turista.
Al turista se le nota que es turista. No sé por qué. Como nosotros nos vemos también como turistas cuando viajamos fuera. Y se nos nota igualmente.
El viajero nos interesaba porque hablaba de costumbres diferentes, de personas distintas, de lugares que sólo sus ojos habían visto. El turista interesa, principalmente, por el dinero que gasta.
Turistas hay muchos, infinitamente más que viajeros, y establecer categorías para diferenciarlos debe de ser una operación compleja.
Los viajeros, muchos menos, son más fáciles de clasificar. Los ha habido muy ricos, que viajaban en carrozas y llevaban su séquito y su propia servidumbre y hasta su orinal.
Los ha habido muy pobres, como el poeta alemán Hölderlin que viajó, perdido y loco, por el sur de Francia y luego escribió un libro de amor pensando que había viajado por la Grecia de los sabios.
Los ha habido muy jóvenes, como el inglés Patrick Leigh Fermor que a los 18 años atravesó toda la Europa pre-hitleriana porque quería ver con sus ojos el resplandor de las cúpulas de Istanbul. Se alojaba donde podía, en establos junto al ganado, en bancos de posada, también en camas principescas y vacías, solo unas noches, con hermosas muchachas otras, bajo cruces esvásticas.
También muy viejos e incansables, como Sir Richard Francis Burton, el capitán Burton, que además de viajar por el mundo, tuvo tiempo de dejarnos una traducción, todavía ejemplar, de ‘Las mil y una noches’.
De muchas otras maneras se podría clasificar a los viajeros. A los turistas, imposible. Lo hemos sido todos en alguna ocasión; pero ‘turismo de alpargata’ es un menosprecio que nadie habría usado para referirse al loco Hölderlin o al pobre muchacho ‘Paddy’ Fermor.
¡Ah, las palabras! Cuántas cosas dicen de nosotros mismos sin que lo advirtamos. ¿Después de tanto hartazgo de populismo hemos llegado a esa ramplona concepción del ser humano? Stendhal escribió que el viaje es un enriquecimiento para cualquier persona. Sin importar cómo va calzado, añadimos.
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