La honestidad brutal de Santiago Sierra
Rafael Calero Palma
Abro mi correo electrónico y me encuentro un correo de mi amigo Felipe Villa. Me dispongo a leerlo y, cuando lo hago, la noticia me deja perplejo. Santiago Sierra, artista plástico al que el día 4 de noviembre se le ha concedido el Premio Nacional de las Artes 2010, dotado con treinta mil euros, hace público su rechazo al premio.
El artista madrileño afincado en México ha escrito una carta dirigida a la Ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, en la que le viene a decir que está muy agradecido por haber sido distinguido con el premio pero que pasa olímpicamente de él y de todo lo que significa ese premio. Entre las razones que alega para rechazar el premio, Sierra apunta que los premios son para gente que han realizado un servicio, por ejemplo, ”(…) un empleado del mes”. Más adelante escribe: “el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio”. Se queja Santiago Sierra de que el premio sólo trata de instrumentalizar en beneficio del Estado el prestigio del premiado. Y en opinión de Santiago Sierra, un artista radicalmente comprometido con el ser humano y con la libertad creativa, resulta inaceptable entrar en el juego de un Estado “que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local.” Y despide su misiva a la Ministra de Cultura con un elocuente “¡Salud y libertad!”
En mi opinión, lo que ha hecho Santiago Sierra, es un gesto rebosante de dignidad. Algo que no nos debería sorprender lo más mínimo, pero que, por desgracia, en los tiempos que vivimos, es un gesto, cuando menos, excepcional. Los artistas, —de cualquier disciplina artística— pierden el culo por una subvención. Conozco a más de un escritor al que se le llena la boca con palabras como honestidad, dignidad, compromiso, etc., pero no duda lo más mínimo, si la ocasión es propicia, en trincar la pasta de las subvenciones y de los premios, aunque esa pasta huela a mierda a varios kilómetros a la redonda, aunque para ello tenga que comulgar con ruedas de molino.
Está claro que todos los premios son fruto de la subjetividad. Eso, hasta cierto punto, es algo normal. Lo que no es nada normal es que casi todos los premios sean fruto del amiguismo, del mamoneo y de las conspiraciones de salón. Lo digo sin ambages ni medias tintas. Al menos los premios literarios dan asco a nada que se rasque un poco sobre su piel viscosa. Y me temo que en las disciplinas plásticas es incluso peor. A estas alturas del partido, no se entiende muy bien qué hace un escritor de la talla de Eduardo Mendoza (un tipo al que respetaba y al que he leído) jugando a los trapicheos del Planeta. Otro ejemplo: si se repasa la lista de premios Nobel de Literatura se encuentran más de cuatro ejemplos que dan que pensar. Sin ir más lejos, nuestro Echegaray. Pero la lista es bastante larga.
Volviendo a Santiago Sierra he de decir que su postura me parece no sólo un ejercicio de coherencia ideológica (¡qué necesitados andamos de coherencia ideológica, amigo Sancho!), sino también una muestra de valentía, cercana a la temeridad. Qué duda cabe que su rechazo al Premio Nacional de las Artes pone a los responsables políticos de la cultura de este país en un gran brete. Y eso es algo que no se le perdonará jamás. Y luego está el dinero. Desconozco cuál será la situación económica de este artista, pero a nadie amarga un dulce. Y él ha rechazado, de un plumazo, treinta mil euros. En fin, qué queréis que os diga. Que es muy gratificante encontrar artistas tan libres, tan independientes, tan coherentes como Santiago Sierra. Ojalá que cunda el ejemplo. Aunque mucho me temo que no será así.
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