La ciénaga melancólica
Tomás Hernández. Costadigital
Lo real es un asunto complejo que va desde quienes sostienen que todo lo que llamamos realidad es una elaboración de nuestros sentidos hasta quienes afirman, como Rilke, que ‘la realidad se impone lentamente’. Y tozudamente.
Prolifera estos días, estos años mejor, una literatura de libros de autoayuda que ha encontrado en la crisis económica y en el desaliento de las personas, un momento y un público apropiados.
Su mensaje no puede ser más perverso. Consiste en responsabilizar a la víctima de su propia desdicha, en culparla por haber perdido un trabajo después de veinte años en la empresa, de haber agotado los subsidios, esquilmado a la familia que no puede ayudar más y desesperarse, incapaz, ante una pobreza inesperada y sobrevenida. El responsable es la víctima, que nunca pensó que algo así pudiera sucederle a él, y no un capitalismo piramidal y cabrón que le ha robado su tiempo, su salario, y la esperanza.
Lo de ‘capitalismo piramidal’ lo leí en algún sitio y me pareció una definición acertada. Lehmans Brothers sería un ejemplo del jueguecito de la pirámide, pero a lo bestia, y cuyas consecuencias han arrasado nuestras casas y nuestras vidas.
Los libros de autoayuda niegan esta realidad, o lo que es peor, la pervierten. Una de sus propuestas más rotundas, o cínicas, es: la crisis es un momento ‘bueno, mejor, óptimo’, para reencontrarte a ti mismo, cobrar menos, trabajar más, y dar lo mejor de tus capacidades, que gracias a la crisis vas a conocer, y convertirte en un ‘innovador genial’. El trampolín del triunfador agazapado que eras tú y aún no había tenido su oportunidad.
Para esa transformación de la realidad sólo hacen falta dos cosas. Un optimismo imbécil y, sobre todo, algo que todo el mundo repite como un mantra, ‘energía positiva’ y que debe de ser algo como el ‘bálsamo de Fierabrás’ del que usaba nuestro apaleado Quijote. Sólo que él sí ponía el dedo en la llaga y en el ojo de los responsables, y ni siquiera culpaba a los galeotes de su condena, sino a un estado injusto, sobornable y arbitrario en la aplicación de las leyes.
La ensayista estadounidense Bárbara Ehrenreich acaba de publicar un libro previniendo contra esta clase de subliteratura, ‘Sonríe o muere’. Lo cita Ramón Muñoz en un reciente y clarificador artículo de una de cuyas frases tomo yo el título para este que voy acabando ya.
Claro que me parece oportuna y necesaria la ayuda de toda clase y de todas formas, aunque siempre he preferido la justicia distributiva a la caridad, sin menoscabo de esta, pero es mejor conocer la realidad de la ciénaga para salir de ella, que confiar en sortilegios de charlatán y energías de videntes y seudopensadores por positivas que estas puedan ser.
Esta tergiversación de la realidad sería ridícula si no fuera también dañina, pues frivoliza con la desesperación de los desesperados. Curiosamente su tesis central, culpar a la víctima, es algo que empieza a oírse con demasiada ligereza. ‘Todos hemos sido algo derrochones’, nos dicen. Probablemente. Pero algunos, además, han estafado con la aquiescencia, si no con la complicidad a veces, del poder. Así está la ciénaga. Sin melancolías.
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