Derecha, derecha
Me voy a limitar a este país y a nuestros días. Y ahí, a modo de cantinela, fetiche o esquema inamovible, se habla de una derecha liberal-conservadora cuyo espacio lo ocuparía el PP y una izquierda socialdemócrata o, estirando mucho el concepto, socialista y cuyo espacio estaría en manos del PSOE. Los viejos y nuevos comunistas (Izquierda Unida) se encontrarían en la extrema izquierda; los nacionalistas, en una derecha moderada (otro tópico que hace reír porque no están ni más a la derecha ni más a la izquierda que el resto de los otros partidos); y el resto extraparlamentario, en la marginación política y que poco o nada cuenta en una democracia representativa. Obsérvese de pasada que, aunque todos salen corriendo hacia el centro para recoger votos en época de elecciones, nadie se llama a sí mismo centrista. O tal vez el PP en momentos en los que quiere desprenderse de su carga más ultraliberal y casposa. Lo relevante es que tanto el PSOE como el PP se las han arreglado para, con una ley electoral a su medida y al socaire de la Transición, tragarse cualquier otro partido político que les haga competencia. Y sin olvidar el paraguas de una Constitución hecha “a la trágala”.
Funcionan ambos como un bocadillo, una trituradora, una tijera o un tándem. Son ellos solos los que se pueden alternar en el poder. Nótese que he hablado de alternar, que es lo mismo que entregar el testigo lejos de toda alternativa. Este esquema lo repiten y jalean los medios de comunicación, los electores con intereses o ingenuos y, así, se ha configurado un cuadro que en cuanto se pone en cuestión recibes los anatemas de los “singulares perros del hortelano”; es decir de los que comen y dan de comer al amo. Y a falta de modelos realmente diferentes la retórica, una banal retórica, todo lo invade.
La izquiera puramente nominal asusta con "que viene el lobo" y la derecha, con la temible llegada de los maestros del desastre. Estos serían los amigos de Cuba y Venezuela, los que arruinan, con su montón de falsas promesas, a su país. Es este el panorama. Un panorama que demuestra una gran eficacia para que la gente siga votando, nada se trasforme de verdad y las quejas y lamentos se queden en las charlas de café o en discusiones, intrascendentes, familiares.
Recuerda la situación descrita, y es un ejemplo entre mil, a los liberales y conservadores colombianos de hace todavía pocas décadas que se odiaban a muerte por el hecho de pertenecer a tribus distintas, pero que, mandaran unos o mandaran otros, todo seguía igual; es decir, mal. Los dos partidos españoles se unen, eso sí, cuando algo les hace peligrar a ellos, que no al pueblo que dicen representar. Y de este modo, como en un noria, la lánguida vida política da vueltas y vueltas en una especie de perpetuum mobile. Es obvio, por otro lado, que cada uno de los partidos recluta a todo aquel que le sirva para obtener más votos. Intelectuales de nombre, sin nombre o con apodo se colocan prietas las filas en los momentos –el caso de las elecciones– en los que es necesario arrancar todas las papeletas posibles.
La discusión abierta, clara, valiente e independiente no es que escasee, es que no existe. Todo se lo ha llevado por delante la ficción –útil ficción para los que de ella se aprovechan– de Derecha e Izquierda. Se objetará inmediatamente que en lo que he expuesto la caricatura es excesiva, encubriendo la realidad. Y es que, se objeta, desde la izquierda se practica una socialdemocracia que, a través de los impuestos, está pronta a distribuir equitativamente los recursos y a no renegar de unas prestaciones sociales que a la derecha clásica le suenan a paternalismo.
No estoy tan ciego como para negar algunas diferencias o que la izquierda clásica muestra una sensibilidad social de la que carecería la derecha. Pero tampoco lo estoy tanto como para no reconocer que la diferencia entre pobres y ricos se mantiene casi igual estén unos o estén otros, que las rentas del trabajo no aumentan con los que dicen colocarse en una orilla y los que dicen colocarse en otra.
La cuestión, por tanto, es accidental y no toca la sustancia del asunto. Y en cuanto a los derechos sociales y las libertades en general, lo mejor de la izquierda debe situarse en la tradición liberal y no en una izquierda transformadora que, por encima de todo, desearía cambiar las condiciones económicas para que no manden los de siempre y como siempre: los que detentan el capital. Eso es, al final, lo decisivo. Encerrados en un sistema financiero sin rival alguno, los dos partidos se comportan de forma parecida.
Es lo que venimos viendo, de modo palmario, en los últimos años. Se nos puede decir de nuevo que la izquierda, a regañadientes, está llevando a la práctica el programa que le imponen y que es el de la derecha. La respuesta ha de ser contundente: entonces se ha convertido en derecha. Si yo me proclamara la mejor persona del mundo pero me dedicara a hacer el mal, no sería una buena persona sino malo a rabiar. O peor aun, cínicamente malo.
De ahí no se sigue que con la autoafirmada derecha las cosas vayan mejor. Se sigue lo que se sigue: que son hermanos gemelos. Y que una real alternativa pasa por romper el engañoso esquema que nos atenaza. Para ello, naturalmente, se necesitaría una profunda trasformación sociopolítica que difícilmente podría lograrse desde el sistema en el que se encuadran los llamados de derecha y de izquierda. Como última concesión les podríamos denominar derecha moderada y derecha inmoderada. Nada más.
Fuente: http://www.filosofiahoy.es/Javier_Sadaba_quotDerecha_derechaquot.htm
0 comentarios