Transición española: el cuento de nunca acabar
Rafael Calero
Yo no sé vosotros pero lo que es yo, estoy hasta la coronilla del cuento de la Transición. Estoy hasta la coronilla de oír hablar de aquel tiempo como de una época de esplendor, como si todo cuanto aconteció en aquellos días hubiese sido una maravilla.
Estoy hasta la coronilla de escuchar loas al Rey, a Suárez, a Carrillo, a Felipe González, a Gutiérrez Mellado y a todos los demás que pasaban por allí. Estoy hasta la coronilla de que se hable de estos tipos como si ellos y sólo ellos hubiesen sido los responsables de que ahora, en España, exista esta democracia de cartón piedra. ¡Y qué puedo decir de la Constitución! Estoy hasta la coronilla y un poco más arriba de la Constitución, de sus padres y hasta, si me apuran, de sus tíos. Tras la muerte de Suárez, el bombardeo al que nos han sometido la televisión (cualquier televisión, al fin y al cabo, son todas la misma), la radio (igual de mala y de manipulada que la televisión) y los periódicos (de estos ya mejor ni hablar) ha sido alucinante. Las hipérboles sobre su figura me parecen desorbitadas y eso sin querer quitarle el mérito que tuviera, que también tuvo su parte. Da asco ver a los hipócritas que en 1981 conspiraban contra el entonces Presidente del Gobierno, soltando sus lagrimitas de cocodrilo y contándonos, otra vez, lo buen político que era, lo tolerante, lo bien que se portó con el PCE legalizando a los comunistas, y todo lo demás. Y estos días, la pregunta que me surge es la siguiente: ¿quién se supone que iba a dirigir la Transición, si no era uno de los que formaba parte de la oligarquía franquista? Y la respuesta resulta del todo elemental, mi querido Watson.
En lo que a mí respecta, lo tengo bastante claro. La Transición no fue cosa de cuatro iluminados, aunque ahora nos los pinten como una especie de súper hombres que no se amedrentaban ante ningún obstáculo, por difícil que pareciera a priori solventarlo. No. La Transición fue un acto colectivo. La Transición la hicieron los jornaleros y jornaleras de mi pueblo y los obreros y obreras de Vigo y del País Vasco. La Transición la hicieron los maestros y maestras de Madrid, de Barcelona, de Cádiz. La Transición la hicieron los chicos y chicas que estudiaban en la Universidad de Salamanca, en la de Valencia, en la de Granada. La Transición la hicieron los panaderos, los albañiles, las amas de casa, las enfermeras, y todos los hombres y mujeres que estaban en el paro, que en aquellos años, como en estos, eran mayoría. La transición la hizo colectivamente el pueblo español, que estaba harto de vivir pisoteado por el fascismo franquista (valga la redundancia), que estaba hasta el moño de las monsergas de los curas y del poder omnipresente de los militares y los demás poderes del estado. Y es que el pueblo español estaba ansioso de vivir como lo hacían los franceses, los alemanes, los holandeses, o los británicos, es decir, con libertad. Y creo que no me equivoco si digo que la puñetera Transición fue posible porque al morirse Franco, el sistema corrupto y asqueroso que se había erigido sobre el terror y la muerte, era completamente inviable. Y creo que me equivoco aún menos si digo que conseguir algo parecido a una democracia costó muchas horas de lucha, muchas manifestaciones, muchas hostias repartidas a diestro y siniestro por la policía, y en definitiva, hubo que pelear mucho. Y eso no fue cosa de Suárez, ni del Rey, ni de los demás que se atribuyen la paternidad de la criatura.
La teoría general sobre la Transición que se vende desde el establsihment es que aquel período fue maravilloso. Pero no, no lo fue. Fue maravilloso para los que construyeron un sistema político en el que se sentían (aún se sienten) súper cómodos, porque fue un sistema hecho ad hoc para ellos, y porque no tuvieron que rendir cuentas de las mil tropelías que habían cometido durante cuarenta años de dictadura militar, represiva y asesina. Fue maravilloso para todos aquellos fachas del régimen franquista que siguieron a lo suyo, aunque ahora se denominan demócratas, que queda más fino. La Transición (y lo que ha venido después) fue maravillosa para todas aquellas familias que siguieron disfrutando de las riquezas amasadas, del poder económico y del control social que habían conseguido durante los años de la pistola en el cinto y la camisa azul mahón. Empezando por el Mandamás y su familia. Que como ya sabemos, viven del carajo de bien. A los demás nos vendieron una burra de la cual, con el paso del tiempo, fuimos descubriendo que la pobrecita estaba medio ciega, cojeaba de más de una pata, y se derrumbaba a cada paso. Y ahí seguimos, andando el camino con la pobre burra.
Así que no me vengan con más cuentos sobre la Transición porque lo que es yo, no me los trago.
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