La izquierda moderna
Los antediluvianos somos muy escépticos con las modas, como es natural. Y también con las plataformas, especialmente con aquellas que parecen creadas a mayor gloria de sus impulsores. Por supuesto que es legítimo que la sociedad civil se organice y canalice sus demandas como considere oportuno, pero resultará difícil que algo de lo pretendido prospere si no existe un partido que lo impulse, ya sea de los existentes o de nueva creación. No hacerlo así suele generar mucha frustración, porque hay años en los que tampoco se hace la revolución y el entusiasmo se torna hastío.
Como concepto, la democracia real mola mazo o un puñado, dicho nuevamente a la manera del siglo pasado. Pero nada debería haber en ella que requiriera acabar con la propia democracia. Más que asaltar los palacios de invierno, los políticamente arcaicos somos muy conservadores y defendemos tomar los partidos y cambiar sus idearios. Se puede y se debe luchar contra una ley electoral injusta, por el derecho a una vivienda y a un trabajo dignos, por los servicios públicos, por la nacionalización de la banca y las eléctricas, y contra la fiscalidad para ricos. Necesariamente, el último trámite deberá ser cumplimentado por los partidos, ya sea influidos por la presión popular externa o por la de sus propias bases, que son gente que también se queda en el paro y sufre desahucios.
Uno, en su antigüedad, observa con mucha simpatía el devenir de Podemos, la plataforma de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, y confía en que el experimento no sea un nuevo ejercicio de autodestrucción de la izquierda, de esa que históricamente se escindía en un viaje en taxi y que ahora circula en autobús de línea con muchos ciudadanos esperando para sacar billete y emprender la ruta. A priori, sería muy retorcido suponer que todo obedezca a una batalla de egos sobre caudalosos ríos de desbordante vanidad.
De la lectura de los manifiestos de Podemos se pueden extraer algunas conclusiones. La fundamental es que su esbozo de programa para las elecciones europeas encaja como un guante en el programa de IU, salvo quizás por esta coletilla: “Necesitamos una candidatura unitaria y de ruptura, encabezada por personas que expresen nuevas formas de relacionarse con la política y que suponga una amenaza real para el régimen bipartidista del PP”. ¿Quiénes son esas personas? ¿Qué se entiende por “nuevas formas de relacionarse con la política”? Ahí está lógicamente la madre del cordero.
La propuesta de que el candidato de Podemos compita en unas primarias abiertas con el de IU, que parece ser lo que se plantea para luego sumar esfuerzos, es de lo más moderna. Novísima, para ser exactos. Tanto, que para algunos antiguos suena a ciencia-ficción. Reducida la propuesta al absurdo, ¿por qué no habría de presentarse a esas primarias la candidata del PSOE ahora que su partido empieza a parecer de izquierdas?
Por muy carcamal que resulte, parecen hasta comprensibles las reticencias de IU que, por si alguien no lo recuerda, representa en estos momentos a cerca de 1,7 millones de electores, aunque sus dirigentes sigan estudiando el manual de las nuevas formas de relacionarse con la política y sólo hayan llegado al capítulo de integrar dando puestos en las listas.
Salvo arreglo arcaico de última hora, veremos competir a Podemos contra IU y habrá que esperar a los resultados para saber si estamos ante el embrión de una nueva formación política con un flamente líder al frente o ante una moda pasajera. Esta forma de unión de la izquierda dividiéndola primero es realmente revolucionaria.
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