Los monederos falsos
Luis García Montero
Pesadilla de una noche de invierno. Vivir es aceptar la desorientación.
Firmo este artículo con mi propio nombre, y lo hago por imperativo legal. De hecho no me siento dueño de mis actos, de mis palabras, de mí mismo. Cierro los ojos y soy un biombo surealista, alguien que no tiene dominio sobre su identidad, y se desnuda, y se convierte en pez, y después en pájaro, y más tarde en arlequín. No soy nada más que un viento que pasa en forma de pesadilla por delante de un espejo.
Nací en el tiempo de la política y poco a poco me voy quedando sin tiempo. Pertenezco a una época en la que los ciudadanos nos quisimos sentir dueños de nuestro destino a través de la política. Las dictaduras, las injusticias, el capitalismo eran rocas que podían romperse con la fuerza de la política. Es decir, de nuestra política. Tal vez no fue más que un sueño hermoso, pero estaba ahí, a mi lado, en mi noche, ayudándome a resistir las amenazas de la pesadilla.
De pronto la política empezó a convertirse en un argumento propio de Jacinto Benavente. Los personajes del sueño aparecieron vestidos de amos y siervos, de colombinas y polichinelas, para gritar la moraleja de Los intereses creados: en vez de afectos conviene crear intereses. Con poca verdad y muchas ambiciones, los partidos tradicionales fueron una trama de intereses particulares. El duro discurso de los aparatos jugó a perpetuarse y a convertir a los jóvenes en siervos de la ratonería y la mentira. Hacer política, también en nuestra política, dejó de ser el sueño que pretendía transformar el mundo. Ahora se trata más bien de asegurarse un puesto en una dirección y un cargo en la vida pública. Los jóvenes se disfrazan de viejos.
La descomposición de la política alcanza así un grado peligroso. El viento empieza a repetir el eco de un desprecio. Una frase se instala en las plazas: no nos representan. ¿Servirá la indignación para algo? Los partidos tradicionales deciden no moverse ni un milímetro en sus comportamientos, así que dan lugar a que aparezca en el horizonte una extraña figura. Un viejo, el viejo de siempre, disfrazado de joven. Recuerdo la obra maestra de André Gide, Los monederos falsos, una mirada desoladora a la juventud de un París tomado por la mentira. La pesadilla sigue un camino, acelera y no sabe detenerse.
Pertenezco al tiempo desaparecido de los sueños políticos. Por eso me duele que los jóvenes de la política hereden los mismos vicios y las mentiras de los viejos. Nosotros, los viejos, nuestra vanidad y nuestras trampas convertidas por los jóvenes en caricatura. ¿Podemos caer más bajo? Sí, podemos.
En un acto de vanidad y de marketing vergonzoso, el ideólogo de Podemos declara que convierte a su movimiento en un partido político por imperativo legal. Desde luego lo conocemos, es uno de los nuestros: ha aprendido con nosotros a mentir. Hace un partido político porque necesita ser cabeza de ratón, aunque para eso ayude a cancelar la respuesta unitaria de la izquierda. Como los partidos políticos y la falta de unidad están muy desprestigiados, se lava las manos y dice que se trata sólo de un imperativo legal. Vanidad de vanidades y sólo vanidad en la fiesta del obispillo. Los poderes mediáticos saben bien a quién halagan en cada ocasión.
Pobre política maltratada. Pertenezco a una época en la que la palabra Partido merecía un respeto por imperativo de clandestinidad. Los viejos y los jóvenes, los jóvenes y los viejos, somos incapaces de configurar una nueva mayoría, una alternativa. Por eso la pesadilla se empeña en convertirse en profeta. Maldita sea la gracia, porque no hay nada más antipático que un profeta. Pero es que la pesadilla sabe mucho por diablo, y tiene a Italia muy cerca, y toma nota de lo que pasó cuando los partidos políticos tradicionales desaparecieron víctimas de la corrupción, la incompetencia y las tramas mediáticas. Llegó una época peor, de más corrupción y más incompetencia.
De esta forma los cambios de ciclo no son una buena noticia. Me lo repite la pesadilla profética, maldita sea: los que no supimos configurar una nueva mayoría, sólo seremos un peón más en la definitiva descomposición política. Ante un panorama fragmentario de desgobierno, los dos partidos grandes del sistema justificarán un pacto en nombre de la razón de Estado. Como España no es Alemania, y los ciudadanos españoles no sacan beneficios de la situación neocolonial impuesta en Europa por la banca alemana, esa gran coalición será la traca final del descrédito de la política y, sobre todo, del PSOE. El estallido se producirá cuando ya sea imposible una alternativa razonable. Los lobos tendrán los colmillos más libres para su festín.
No me hago responsable de nada de lo que he escrito porque firmo este artículo con mi nombre por imperativo legal. En realidad soy un pez que no quiere darle lecciones a nadie, una golondrina sin voluntad de quitarle espinas a ningún Cristo, un viento sin identidad, una mentira más en el espejo de mi cuarto de baño.
0 comentarios