La gloriosa sátira
Parece que no es nuevo esto de publicar ilustraciones satíricas de los Borbones en plena acción sexual. Ya a finales del S.XIX apareció el libro de dibujos "los Borbones en pelota", en el que salía la reina Isabel II cepillándose a toda la corte. Mucho peor que la portada de El Jueves, de lo más inocente comparada con este libro.
Los Borbones en pelota es el título de unas acuarelas satíricas, muchas procaces y hasta pornográficas, donde se caricaturiza a personajes públicos de finales del reinado de Isabel II. Se las acompaña de agudos textos alusivos, a veces poéticos. Firmadas con el pseudónimo SEM, son atribuidas conjuntamente a los hermanos Bécquer (Gustavo Adolfo Bécquer, como solía firmar el poeta y Valeriano Domínguez Bécquer, el pintor).
José Luis Castro Bombilla
Como cualquier tesoro que se precie, este magnífico libro es muy difícil de encontrar. Si un munífico genio, tras ser liberado de su cautiverio nos concede el deseo de poseerlo, o el divino Baco, como recompensa por haber encontrado a su ebrio amigo Sileno en vez de esa vulgaridad de convertir todo lo tocado en oro nos regala sus páginas, entonces nos encontraremos con un documento histórico trascendental.
A través de 89 acuarelas correspondientes a dos álbumes que se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid, más tres trabajos sobre el tema que facilitan al lector la comprensión de la época y las circunstancias en que fueron realizadas, vemos la plasmación gráfica de, como indica el editor en el prólogo, «la más terrible sátira nunca hecha contra el poder».
Bajo el seudónimo Sem, los hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer, utilizaron su enorme ingenio a modo de guillotina humorística contra Isabel II y toda su "Corte de los milagros". Junto a la ya caída reina, merced a la "Gloriosa" revolución de 1868, estos fraternales humoristas gráficos ajusticiaron al rey consorte Francisco de Asís, al que el pueblo llamaba "Paquita, natillas", sor Patrocinio (su monja preferida), "la monja de las llagas", el padre Claret (confesor de la reina), Carlos Marfori (amante de la reina), el presidente del consejo de ministros González Bravo, y algunos personajes más, en unas acuarelas donde la libertad es absoluta; donde, sin pudor ni recato, dejan volar su imaginación y su espíritu crítico hasta unas cotas que, paradojas de la vida, hoy día escandalizarían no ya a los rancios sectores de siempre, o, por supuesto, a los contumaces monárquicos de toda la vida, sino (tal es el grado de su valiente atrevimiento contra el poder), a sectores más progresistas pero con el lastre de lo políticamente correcto en cuanto a su trato con la corona.
Describir las excelentes láminas de Sem de manera pacata, sería un insulto a la memoria de estos revolucionarios artistas. Es por eso que no podemos conformarnos, en aras del prurito profesional que nos mueve (y siempre, por supuesto, dentro de los límites del buen gusto), con decir que a la reina se la pinta casi siempre desnuda y en actitud procaz con su corte... Que toda la obra está presidida por un claro ambiente sicalíptico... Que... ¡No! Si queremos hacerle el honor que merece a Sem, si queremos (y queremos), sacar a Gustavo Adolfo Bécquer «del tenue purgatorio en que cuatro generaciones le tienen metido», entonces tendremos que decir que en las acuarelas de esta obra sin par, genial, magnífica y ejemplar para estos tiempos de abulia revolucionaria que corren, se ve a Doña Isabel II de Borbón, reina de España por la gracia de Dios, fornicando con todo lo que se le pone por delante: ora con su amante Marfori (en muchas), ora con un pollino en unas caballerizas (p. 281) ...
Tendremos que describir acuarelas donde la reina baila desnuda el cancán con el padre Claret, el emperador Napoleón III y Carlos Marfori que, también desnudos, exhiben ante ella unos enormes falos que harían enrojecer de vergüenza al más conspicuo actor pornográfico de hoy día, mientras desesperado, en un rincón, el rey Francisco de Asís intenta cortarse el suyo (p. 247). En otras se muestra con toda su crudeza el ambiente orgiástico de palacio: podemos deleitarnos con la reina y su amante Marfori copulando montados a horcajadas sobre el rey Francisco de Asís mientras, convertida ella en servicial mamporrera real, dirige con su mano derecha el miembro enhiesto del padre Claret hacia el culo del rey. Al fondo de la promiscua escena, figura la muerte, Luis González Bravo y el emperador Napoleón III ensartados entre ellos (p. 147). O alguna donde el rey es sodomizado por el padre Claret mientras aquél intenta hacer lo propio con González Bravo que está intentándolo con sor Patrocinio, mientras la reina está sentada con una pierna, en actitud explícita, sobre el brazo del sillón ante la atenta mirada de Marfori que sostiene en una mano una copa y, bajo su vientre, sostiene su enorme pene erecto (p. 163).
Aún siendo ésta la tónica general de las obras, no están exentas muchas de ellas de cierto simbolismo que explica, de manera contundente a la par que didáctica, la situación real a que hacen alusión, y el contexto histórico en que se produce. Tal es el ejemplo de la lámina donde Luis González Bravo sostiene en el aire a la reina con su verga mientras la penetra por detrás. Bajo la escena un pie ilustrativo dice: ¡Fue su último sostén! (p. 269). Metáfora alejada de toda sutilidad donde se muestra la situación que vivía la reina a la muerte de Narváez en 1868, cuando nombró a González Bravo primer ministro al considerarlo el único político capaz de imponer el orden y evitar la revolución que, sin embargo (y felizmente) triunfó cinco meses después.
Apenas se esboza una hipótesis en los documentados estudios que acompañan al libro sobre el origen del seudónimo Sem. Al no quedar claro de dónde viene o qué pudo motivar a los hermanos Bécquer para adoptarlo, nos atrevemos a plantear un atrevido juego ucrónico sobre el mismo que se nos antoja adecuado: podría ser, por qué no, que eligieran el nombre del primogénito de Noé por claras coincidencias en sus obras: si aquéllos metieron a los animales en un arca para salvarlos de la inundación, éstos se permiten convertir en muchas ocasiones a la reina y toda su corte en animales (muy propio por otro lado del gusto de la época, en la que se estilaba, y a principios del siglo veinte también, este tipo de caricaturas animalescas, pp. 203, 211, 217 ó 231), y los meten en este simbólico arca de papel donde, a diferencia de la familia bíblica, a quien salvan no es a ellos de una inundación, sino a los súbditos de estos reyes y políticos tiranos, que son salvados por medio de la catarsis colectiva al contemplar estas obras, de su pasiva y temerosa vida de seudo esclavos, gracias al sano ejercicio de la crítica y la sátira política. En definitiva de la libertad.
También se apunta en el libro la posibilidad de que el seudónimo Sem no fuera exclusivo de los hermanos Bécquer: «Desde finales de 1865 hasta 1870 la firma Sem aparece bien en el periódico Gil Blas, bien en los almanaques del periódico, ya sea firmando la cubierta o los dibujos de interior, y a su lado figuran los nombres de Manuel del Palacio, Eusebio Blasco, Federico Balart, Luis Rivera, Roberto Robert, Ortego, Bécquer, Rico, Perea , Giménez y otros; es decir, una selección de la flor y nata de la prensa, de lo mejor del periodismo, el dibujo y el grabado».
Como posibilidad ahí queda, pero la relación de los hermanos Bécquer con el heterónimo Sem es indudable pues como nos recuerda María Dolores Cabra Loredo en su análisis, la revista Gil Blas, a los tres días del fallecimiento de Gustavo Adolfo dio la siguiente necrológica: «contra su costumbre, Gil Blas no puede hoy menos de consagrar un recuerdo a la memoria de quienes, en la primera época de esta publicación, ilustraron sus columnas con dibujos que llevaban la firma de Sem»
Modestamente, emulando a Gil Blas, no podemos hoy menos que consagrar no sólo un recuerdo a la memoria de estos artistas, sino además, queremos lanzar, a quien corresponda, un desesperado grito de rabia reivindicativa de su memoria como geniales satíricos, desconocida por completo de la inmensa mayoría. Y no sólo eso. También creemos que se debería rescatar este enorme documento histórico para las universidades donde Gustavo Adolfo Bécquer (y volvemos a parafrasear al editor en el sabroso prólogo), «se pierde en una honda bruma que difumina su imagen, conformada por el plúmbeo incienso que desde su muerte ha recibido el poeta». Rompamos, gracias al conocimiento de Sem, el mito lánguido y triste que se ha creado de este eximio poeta y excelso y valiente humorista gráfico, satírico genial: Valeriano Bécquer.
Cuán lejana resulta, a la vista de estas obras que engloban Los Borbones en pelota, esa imagen meliflua a la que tantos aburridos exégetas nos han acostumbrado, pero, como nos recuerda el editor, «el conocedor de la poesía becqueriana no encontrará en esta obra sino el lógico desarrollo de la que su poesía nos ofrece. Y es que el problema principal con Bécquer lo ofrece el hecho de ser el poeta más popular de nuestra literatura, el más popular, pero no el más leído».
Gracias a... lo que sea, corren otros tiempos. La Monarquía no es lo que era (menos mal). Pero a pesar de todo, y a la vista de esta obra satírica, nos queda un cierto regusto amargo al ver que toda la enseñanza que encierran estos dibujos (como por lo general suele ocurrir con las obras de los grandes satíricos), que toda la brutal y divertida lección de humildad que se le da a las personas que por circunstancias políticas o de cuna se sitúan por encima del bien y del mal, no ha fructificado en la estabulada sociedad de hoy día, y aunque insistimos en que son otros tiempos, se sigue cayendo en el error histórico, a nuestro juicio, de reverenciar y respetar más allá de los límites que el sentido común está dispuesto a tolerar, a personas e instituciones anacrónicas y sin razón de ser en pleno siglo XXI, donde, sin el menor pudor, aún siguen, de manera obscena, exhibiendo sus privilegiadas vidas que tanto contrastan con la de los ciudadanos que pagan los inexorables impuestos para que ellos sigan manteniendo este monumento a la sinrazón humana que da en llamarse Monarquía.
Hagamos pues, un ruego a los dioses de la libertad en honor de los transgresores hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer, herederos del periodismo lúcido e inteligente para que esta época tenga algún día tanta libertad como aquélla y nos sigamos riendo de los Borbones... Esperando el advenimiento de la tercera República española.
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