La Constitución, para todo y para nada
Tenemos una Constitución que asegura que todos los ciudadanos españoles son iguales en derechos y deberes, pero luego, con el mismo aplomo, establece que el rey puede dedicarse a lo que le pete, sea con Prado y Colón de Carvajal o con los monarcas de Arabia Saudita, porque carece de responsabilidad penal. Es un ejemplo. Otro: la Constitución enfatiza que la soberanía reside en el pueblo y sólo en el pueblo, pero a continuación encarga a las Fuerzas Armadas la salvaguarda de valores tan vaporosos como la unidad y la independencia de la nación, sin fijar a quién corresponde decidir si corren o no peligro. ¿Más ejemplos? Sostiene que el voto de todos los españoles vale lo mismo, y acto seguido avala una Ley Electoral que hace que el voto depositado en provincias muy poco pobladas tenga cuatro veces más peso que el emitido en las grandes urbes. ¿Es usted federalista? La Constitución le aporta un montón de argumentos. ¿Es centralista? Lo mismo. Tampoco es tontería la cantidad de derechos que reconoce y deja en el limbo: vivienda digna, trabajo… Cuando llegan las inmobiliarias, y los bancos, y los contratos precarios, y el paro, ¿para qué sirve la Constitución? ¿Es comestible, por lo menos?
La Constitución Española, de cuya aprobación en referéndum (salvo en Euskadi, donde triunfó la abstención) se cumple hoy 30 años, viene a ser como el refranero castellano, que lo incluye todo y su contrario. Hay un refrán que sostiene: “A quien madruga Dios le ayuda”, pero hay otro que advierte: “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Es como jugar a la ruleta y apostar a la vez al rojo y al negro. Imposible no acertar.
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