Del género tonto
Diario La Opinión de Granada
LUIS MUÑOZ. LMUNOZ.LUIS@GMAIL.COM
Las eximias autoridades ponen el grito en el cielo por una descerebrada fiesta adolescente. Estamos ofendidos, ya que el día que subastaron chicos, nadie dijo ni pío
Menos mal que tenemos a nuestras muy eximias y muy numerosas autoridades competentes (si ello fuera posible) para velar por la pureza de las tiernas almas de nuestros jovenzuelos y jovenzuelas. Al unísono, e incluso a la vez, y por primera vez en la historia, las susodichas autoridades, sin distinción de sexo, edad o condición ideológica, han salido en tromba para arrojar a las llamas del infierno a unos caballeretes que tuvieron la infeliz ocurrencia de organizar una fiesta en la que unas chicas se ponían a subasta para que los muchachos presentes pujaran por ellas con billetes del Monopoly.
Para no consentir el renacimiento de la trata de esclavas, el Ayuntamiento ha denunciado los hechos ante la fiscalía, que va a investigar lo sucedido. A la condena se han sumado la Diputación, los defensores del ciudadano de varios ámbitos geográficos, la Junta de Andalucía, la Iglesia Católica y hasta el mismísimo Gobierno de la Nación. En este punto hemos de llamar la atención sobre la inoperancia de la Comisión Europea y de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que no han dicho nada al respecto.
Aunque hay asuntos sobre los que evitamos hacer bromas, como la violencia de género (masculino) o la muerte de criaturitas de Alá a bordo de cayucos, en este caso vamos a hacer una excepción, ya que a nuestro humilde modo de ver, se trata sólo de estupidez humana, que es la principal materia de esta su Cisterna.
Para empezar, diremos que los organizadores de la fiesta también tuvieron la idea de subastar chicos –esta vez las chicas eran las compradoras– de lo que bien podemos deducir que en sus decisiones no hay sexismo, aunque tampoco podamos hacer loas sobre su intelecto.
Además, la subasta se produjo en el marco de una fiesta para púberes en la que no se consumió alcohol, no se fumó tabaco ni otras cosas y que acabó a las 10 de la noche. Suponemos que en un botellón que dura hasta las cinco de la madrugada, sin control ninguno, habrá más oportunidad para que las alborotadas hormonas de nuestros adolescentes hagan de las suyas, que además es lo que suelen hacer las hormonas alborotadas.
En resumen , una solemne bobería, tanto el acto en sí mismo, como la amplificada reacción de nuestras autoridades, que parece que han querido hacer una carrera de lo políticamente correcto. En este punto queremos destacar la destacada intervención del líder de los populares andaluces, don Javier Arenas Bocanegra, más que bocanegra, que aprovechó un acto sobre infraestructuras para pedir que todo el peso de la ley caiga sobre los susodichos caballeretes y de paso, ¡felicitar al Ayuntamiento por su diligencia! Para que vean por dónde van los tiros.
Si salvaguardar nuestro bienestar fuera en verdad su preocupación, bien podrían todos ellos fijarse las casas de lenocinio que hay por doquier, donde de verdad se compran y se venden mujeres, humilladas, golpeadas y ofendidas. Aunque, eso sí, una cruzada de este tipo tiene sus dificultades, ya que antes de meter mano al asunto (en sentido figurado) habría que desalojar de las habitaciones altas a unos cuantos políticos, constructores, notarios, periodistas, curas y otras gentes de probada honradez.
Por no hablar de los esclavos del trabajo, sobre todo mujeres, que cobran sueldos de miseria, y son despedidos sin compasión cuando ya no son útiles a las empresas que enriquecieron. O los esclavos de su propio cuerpo, los varios millones de discapacitados que tienen una –o ninguna– atención deficiente.
Como ven, nuestros dinámicos líderes tienen materia suficiente de la que ocuparse si dejaran de fijarse en el humo de las pajas, que al final es lo que peor que pudo pasar tras la referida fiesta. Y las memeces y las pajas aún no están incluidas en el Código Penal, gracias a Dios, ya que no cabríamos en Albolote. En nuestro caso por las memeces.
Por supuesto que debemos corregir estos excesos, aunque para ello no es necesario que condenemos a los organizadores al llanto y crujir de dientes, ya que con instalar un simple tontímetro bastaría. Aunque bien mirado, al final sí que nos parece que es una cuestión de género. Del género tonto.
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